martes, febrero 28, 2006

Verbo del día: aspar

Mart+Ev
Verbo del día: aspar. No en el sentido de hacer madeja el hilo en el aspa, sino como preciosista sinónimo del agrio crucificar. Como en:

"Que me aspen si alguna vez en mi vida he visto una cosa tan bonita. ¡Que me aspen! ¡Pardiez! ¡Que me aspen!".


lunes, febrero 27, 2006

True Blue

Había quedado a comer con Eva y he gastado la espera apoyado en el cristal de una peluquería dándole vueltas a un documental de Madonna en el que ésta confiesa que lleva poco tiempo pensando y que no se acuerda de qué es lo que hacía antes de empezar a pensar. Mientras me preguntaba si pienso o si tan sólo creo que pienso, o si mientras decido si pienso o no pienso en realidad no pienso, una mujer muy mayor y arrugada que llevaba un bolso enorme ha entrado en la mercería de enfrente, y a través del cristal he podido observar cómo sacaba del bolso una pistola y apuntaba con ella a la dependienta. Esta ha abierto la caja y le ha dado dinero, y la mujer ha devuelto la pistola al bolso y se ha metido los billetes en un bolsillo. Al salir de la merceria me ha mirado de forma acusadora y he comenzado a pensar en qué haría Madonna en aquella situación. No he sabido cómo vestir a Madonna en mi imaginación, si de roller-girl, de cowboy o de dominatrix, pero no me ha costado nada deducir que habría hecho algo sonado: abalanzarse sobre la ladrona con un movimiento de jiu-jitsu para luego soltar un discurso sobre la falta de espiritualidad de la sociedad occidental, o algo. Pero yo, que no soy Madonna, he bajado la mirada y he disimulado, silbando, como Dick Tracy. Cuando ha llegado Eva se estaba cagando en el viento que hacía, "me cago en el puto viento de los cojones" ha dicho, literal. Ella detesta el viento, yo también, prefiero la lluvia, y por eso le he dicho "ya te digo, prefiero la lluvia", y luego le he contado que acababa de ver a una señora de doscientos años atracando la mercería de enfrente, y que no he hecho nada porque no soy Madonna. Ella ha mirado hacia la mercería y ha visto a la dependienta salir a la puerta y encenderse tranquilamente un cigarro, y luego devolver con un ademán simpático y una sonrisa el saludo a una clienta. Eva me ha preguntado entonces si se me ocurría alguna otra gilipollez o si ya nos podíamos ir a comer. Y hemos ido otra vez a ese restaurante italiano que tanto nos gusta, a Eva por su lasaña de espinacas, y a mí porque cuando pido queso rallado me traen un trozo de parmesano y un rallador.

Fotografía de Gilles Bensimon.

viernes, febrero 24, 2006

Imagen pública S.L.



"Public image belongs to me

It's my entrance
My own creation
My grand finale
My goodbye".

Año 1978, día 14 de Enero. Sex Pistols dan un concierto en San Francisco y Johnny Rotten abandona el escenario preguntando al público: "¿alguna vez os habeis sentido engañados?", firmando así el epitafio de la banda. Fin de una historia. Pero no tardaría mucho en tener listo el comienzo de otra, ya que el día 13 de Octubre de ese mismo año se edita "Public Image", el single de debut de PIL (Public Image Ltd), el nuevo proyecto de John Lydon, junto al ex-Clash Keith Levene, guitarra, su amigo Jah Wobble, bajo, y un canadiense raro, batería. "Public Image", his entrance, his own creation, es una canción de punk-rock perfecto, en la que un Rotten egocéntrico e inconformista reclama la autoría de su propia imagen, y lanza todo un escupitajo hacia aquellos que consideraban a Sex Pistols poco menos que un puñado de marionetas en manos de Malcolm McLaren. Una de las mejores canciones de los 70, apoyada en una guitarra como nunca se había oído antes y un ritmo descomunal.

Luego vendría su primer largo, que entre presiones de su compañía, problemas con el management de los Pistols, las habituales gamb(err)adas, y su ambición de abarcar demasiados campos (de 'Public Image' a 'Fodderstompf', ese extraño hit en la Studio 54 neoyorquina, va un trecho demasiado largo, y es fácil quedarse a medio camino de todo), resultaría un disco fallido. Y luego llegaría 1979, y con él esa obra maestra indiscutible que es su segundo "Metal Box" (editado en su edición original en tres 12"s reunidos en una caja metálica, de las de película de cine), una monstruosidad de rítmica inclemente, voces desesperanzadas y genio sin límite, con un pie en el pasado, Can, y otro en el futuro, el post-punk. Pero esa ya es otra historia...

(Si este fin de semana me notan un tanto callado, sepan que no soy yo, es Telefónica...)

jueves, febrero 23, 2006

El inconstante

Ayer oí a alguien hablar de Deleuze, y pensé en Proust, y...

"Fabricio, que quiere, que cree amar a Beatriz para siempre, piensa que lo mismo quiso, que lo mismo creyó cuando amaba, por seis meses, a Hipólita, a Bárbara o a Clelia. Y procura encontrar en las cualidades reales de Beatriz una razón para creer que, terminada su pasión, seguirá yendo a su casa, pues la idea de que un día vivirá sin verla es incompatible con un sentimiento que tiene la ilusión de su eternidad. Por otra parte, egoista sagaz, no quisiera entregarse así, por entero, con sus pensamientos, sus actos, sus intenciones de cada minuto y sus proyectos para toda la vida, a la compañera de sólo algunas de sus horas. Beatriz es muy inteligente y tiene buen juicio: "Qué bien, cuando haya dejado de amarla, me sentiré charlando con ella de las otras, de ella misma, de mi difunto amor por ella..." (que así reviviría, convertido, espera, en amistad más duradera). Pero, extinguida su pasión por Beatriz, permanece dos años sin ir a su casa, sin desearlo, sin sufrir por no desearlo. Un día que no tiene más remedio que ir a verla, reniega y sólo está con ella diez minutos. Es que piensa noche y día en Giulia, singularmente desprovista de inteligencia, pero que tiene una cabellera clara que huele a hierba fina y tiene unos ojos inocentes como dos flores".

Texto de Marcel Proust, incluído en 'Los placeres y los días', 1896.

miércoles, febrero 22, 2006

Socios japoneses


Ha sido un buen día. De hecho, ha sido un magnífico día. La reunión con los socios japoneses ha ido sobre ruedas, a pesar de que en principio dudaba que, siendo mujer, la tratasen con naturalidad. Pero no ha habido ningún problema, es más, sabe que les ha gustado mucho, que ha estado muy bien en la exposición del proyecto. Y todo el mundo la ha felicitado. Después ha quedado a comer con Luis y se ha sentido arropada por esa complicidad tan cálida que se crea cuando están juntos. A veces tiene que pararle los pies, pero le gusta saber que le tiene cerca. Más tarde llegando a casa se ha encontrado con Dolores, aquella mujer que tanto la ayudó en su primer trabajo. Sin ella nada de lo que tiene ahora habría sido posible. Se han tomado un café, se han narrado sus presentes, y han quedado en llamarse pronto. Adora a Dolores.

Definitivamente, ha sido un buen día, y eso es lo que se repite ahora, ya en su hogar, cuando liberada de toda ropa se esmera en colocar la toalla sobre el sofá y con mimo dispone las gasas y el alcohol sobre la mesa. Sabe que ha sido un día magnífico, sí, pero no es hasta que la cuchilla comienza a hundirse en su muslo cuando puede al fin ver con nitidez los gestos de admiración en las caras de los japoneses, y el enternecedor rastro del enamoramiento en la de Luis, y el brillo de un genuino cariño en la de Dolores, cuando al fin puede sentir durante unos minutos esas emociones que para ella lo son todo en la vida, sin las que se sabe incapaz de dar un sólo paso.

Fotografía de Michael Andrews, vía Spartan Dog Magazine.

martes, febrero 21, 2006

¿Hay vida en Marte?

Sebas me dijo: "B, tío, no me lo puedo creer, eres un puto follamadres. No me voy dando un portazo porque aquí no hay ninguna puerta. Venga, tira, vamos a drogarnos". Sebas todo lo arregla drogándose. Dice que no le gustan las cosas inesperadas, y que incluso las felicidades las prefiere con fechas de inicio y caducidad. Eres un follamadres, eso me dijo, con todas las letras. Les resumo la historia, desde el principio:

Tuve una novia de quien me separé mucho después de que desapareciese la pasión. En mi caso seguí porque ella tenía la manía de besarme las sienes, y a mi me encanta que me besen las sienes. En su caso, no lo sé, si la ven pregúntenle, es la de los ojos color avellana y el pelo finísimo que huele siempre a mojado. Sigo. Esta novia mía tenía una tía soltera, una señora de unos cincuentayalgo con tanta cultura como cinismo en el hablar. Hace unos años, en su casa y tras abrir un par de botellas de vino en una cena en la que también estaban su compañera de piso y mi novia, la de los ojos color avellana, le dejé caer un piropo. Bueno, mejor llamarlo mentira piadosa, porque la verdad es que, salvo unos ojos azules enormes, preciosos, el resto de su cara era un puzzle mal resuelto en el que sobresalía una nariz de proporciones animales. Y le gustó, le gustó mucho. A veces soy muy bueno en eso. El caso es que el otro día la ví en un centro comercial, y llegó un cómo estás, y un cómo te va, y un te veo bien. Y un casi no te conocí, y un me operé la nariz ¿te gusta?, y un te invito a un café. Y luego un susurro, y un roce, y un te enseño mi casa, vivo aquí al lado. Y eso. Eso. Así que definitivamente he de aceptar que soy un ser despreciable, y no sólo porque de cuando en cuando al llegar a casa me ponga un disco de Dire Straits, sino porque, como ven, el morbo maneja mi barca. Y aunque ya sé que estoy en el mejor de los espectáculos, yo aún sigo preguntándome si habrá vida en Marte.

Sebas, tigretón, ve llamando, que en un rato estoy contigo.

Fotografía de Chris Donovan.

lunes, febrero 20, 2006

Tres colores: negro

"El trabajo en cuestión consistía en la animación social de divorcios e inauguraciones fallidas, y allí que me encontraba, frente al entrevistador, un tipo calvo con una corbata torpemente anudada de quien me separaba una mesa de tamaño ciclopeo sobre la que se podía ver una foto suya, ataviado como un pescador y sujetando sonriente un pez de tamaño considerable. Tras decirle mi nombre y edad quiso que hablásemos de mis experiencias laborales, y más tarde comenzó a preguntarme por la naturaleza de mis fobias, y aunque pensé que aquello poco podía tener que ver con el trabajo en cuestión, le respondí con toda la sinceridad que llevaba encima. La conversación se iba desarrollando en un tono razonablemente amigable cuando comencé a caer en el hecho de que aquel hombre sudaba demasiado, y resoplaba, y su piel se iba tornando, cómo decirlo, verde. Y yo, tan concentrado como estaba, pensé que aquello era quizás una prueba más, quién sabe si para chequear mi capacidad de respuesta en entornos esquizofrénicos o algo, que ya se sabe que hoy en día las entrevistas de trabajo son cada vez más raras. O eso he leído en el periódico, que yo en realidad he hecho pocas. Así que seguí soltando mi rollo, y cuanto más hablaba más verde se iba poniendo aquel fulano, y al final, no te lo vas a creer, llegó un momento en que de su boca y orejas comenzaron a surgir unas plantas de aspecto muy saludable, que me recordaban vagamente a enredaderas y de cuyos tallos brotaban unos frutos pequeños de aspecto similar al de los tomates cherry, pero de color azul cielo. Ahí comencé a pensar en Humphrey Bogart, como hago siempre en estos casos, y fui capaz de mantener la calma y de seguir hablando como si nada. Así que al final me han dado el trabajo y empiezo el miércoles".

Eso me ha contado Sebas cuando me ha llamado por teléfono hace un rato, y antes de que pudiese preguntarle nada me ha dicho que tenía otra llamada, que me tenía que colgar, que a ver si salíamos a celebrarlo. Y, aunque pueda parecer raro, diré que estoy por creerme de pe a pa su historia, porque recuerdo que también una noche en un bar, los dos borrachos, me dijo que al día siguiente conocería a la mujer de mi vida, y conocí a dos.

viernes, febrero 17, 2006

El beso perfecto


"My friend, he took his final breath
Now I know the perfect kiss is the kiss of death".

Año 1985, el año de edición de "Low-life", el tercer disco de la, en ese momento, mejor banda del mundo, New Order. Cuando a sus miembros les plantean la idea de grabar un video para "The Perfect Kiss", el tema estrella de "Low-life", estos se empeñan en hacerlo, al margen de la presión de las radios, ansiosas de disponer de un radio-edit, con la versión de diez minutos, recogiendo ésta en una sóla toma en directo en el estudio. Para acometer tal viaje su compañía contrata a Jonathan Demme (la interesante historia de la grabación, al completo, aquí), quien acababa de clavar el sensacional "Stop Making Sense" de Talking Heads, y que años después alcanzaría la fama más absoluta como director de películas de gran éxito como "El Silencio de los Corderos" o "Philadelphia".

¿El resultado? Un video fascinante, que sabe a música sin trampa, trufado de primeros planos de los miembros de la banda y salpicado de guiños para sus seguidores (ay, la letra de la canción y ese poster de Joy Division en la pared). En resumen: un video inolvidable para una canción mítica.

Gon gogagola

Ayer me presentaron a un tipo, y a la vez que me decían que su nombre era fulano me comunicaban tambien que un par de días antes se le había muerto mengano. Dejando al margen el innato talento para la inconveniencia del zutano que me lo presentó, el caso es que me encontré saludando a fulano, sí, pero siendo incapaz de decir lo que se supone que en esas circunstancias se debe decir. Y no me refiero a una incapacidad de índole moral, sino de índole física: no podía decirlo, y no podía porque era mentira, no lo sentía en absoluto, me daba igual, yo a ese fulano no lo conozco de nada, no sé por qué iba a sentirlo. Y es que resulta que hay una serie de expresiones que no soy capaz de vocalizar si no me salen de muy dentro (iba a decir "del alma" pero es que no creo en eso), ni siquiera por socializar: una es "lo siento", otra "te quiero". Y, bueno, luego hay otra, "un white label con coca cola, por favor" que tampoco soy capaz de redondear a determinadas horas, pero creo que eso tiene más que ver con no sé qué historias de torrentes sanguineos contaminados y neuronas perezosas.

El poster pertenece a esta colección de carteles relacionados con el cine de la América negra. Vía RaShOmoN.

jueves, febrero 16, 2006

Las raíces amargas, pero muy dulces los frutos

Pocas combinaciones recuerdo que inviten tanto al aturdimiento y la plejia mental como la de un jueves de resaca + una ex-novia llorona. Y como me conozco, y sé que bajo tales circunstancias acabo rematando textos de los que no tardo en arrepentirme, me limitaré en esta ocasión a dejarles una recomendación, un blog que visito a diario y de cuya existencia fui advertido por otro que lamento no recordar ahora, y que son de esos que le empujan a uno a desear imprimirse todas y cada una de sus palabras y a encuadernar el resultado en formato rústico. Este blog lleva por nombre Historias de la Ciencia y se dedica a hacer un repaso de curiosas historias de, eso, el mundo de la ciencia, prestando especial atención a su inevitable interacción con otros campos como el de la religión o la política. Lo que distingue sin embargo a este blog, y lo que le distancia de otros también magníficos que se mueven en su mismo espectro, es la cercanía de su lenguaje, un lenguaje casi Zweig. Pero no sólo eso: también la clase de su autor. Sí, clase, eso que afortunadamente no se puede comprar ni fingir: o se tiene o no se tiene. Echenle un vistazo, y ya me dirán. Como aperitivo les dejo estos párrafos de una de sus últimas entradas, que lleva por título "¿Dos científicos o dos locos?":

"Un día, allá por el año 1890, en la Academia de Ciencias de París, un famoso médico daba una conferencia llena de palabras griegas y vocablos latinos sobre las causas de la fiebre puerperal. De golpe, la conferencia fue interrumpida por una voz que bramó desde el fondo de la sala:

- ¡Lo que mata a las mujeres de fiebre puerperal no es nada de eso: sois vosotros, los médicos, que lleváis los microbios mortíferos de las mujeres enfermas a las sanas!

El ponente respondió:

- Es posible que tenga usted razón, pero me temo que no encuentre nunca ese microbio.

Intentó reanudar su ponencia, pero aquel hombre de cerca de 70 años ya caminaba cojeando de su pierna izquierda ligeramente paralizada hacia donde estaba el ponente. Agarró un trozo de tiza y gritó al enojado ponente y a la escandalizada Academia:

- ¿Dice usted que no encontraré el microbio? ¡Bien, hombre! ¡Pues lo he encontrado, y es una cosa así!

Y garrapateó una cadena de circulitos. La reunión se interrumpió.

Si os dijera esto sin deciros nada más podríais pensar que ese anciano hombre era un loco, pero si os digo que era Louis Pasteur, ¿a que os estáis planteando cambiar de opinión?. Y es que Pasteur con 70 años era tan impulsivo, impetuoso y entusiasta como cuando tenía 25. Pero esta historia empieza unos 50 años antes...".

Apetece, ¿verdad?

miércoles, febrero 15, 2006

Tan sólo para mirarme en el espejo


Fíjate que tontería, que últimamente vuelvo a tener ganas de coger un peine a modo de micrófono simulado y ponerme a pegar saltos sobre la cama mientras entono mis canciones favoritas, como hacía mil años ha. No sé si alguna vez os he contado que vivo en un piso muy alto, sin vecinos ni arriba ni a los lados, lo que proporciona un escenario de intensa quietud que invita, esas noches que no me sorprenden engolfado, a salir a la terraza a tranquílamente quemar el último pitillito. Estos últimos meses tal costumbre cuenta con un nuevo aliciente: la presencia de una chavala de no más de diecisiete años, toda una lolita, en una ventana no muy lejana, que casi cada noche, descalza, con una braguita y una camiseta, baila y salta al ritmo de una música que yo evidentemente no llego a oír. Ella a mí no me ha visto, creo (aunque en modo alguno me escondo), ya que baila siempre con los ojos cerrados. Cerrados salvo cuando su movimiento la sitúa frente a un gran espejo situado en un lateral, entonces los abre y sin dejar de bailar se mira en él, para luego volver a cerrarlos y continuar balanceándose por toda la habitación. La escena acaba con la lolita empuñando una sonrisa a veces felicísima, a veces melancólica, en el transcurso de la cual se mete en la cama y apaga la luz, el interruptor situado sobre la mesilla.

Quisiera dejar claro que lo que semejante estampa me resulta no es tanto una fuente de excitación como de diversión, y a lo que juego mientras la contemplo es a tratar de adivinar basándome en sus movimientos y vocalizaciones lo que está oyendo, que se da la circunstancia de que son siempre viejos clásicos del rock, quizás porque se pone los discos de un hermano mayor o, quién sabe, quizás porque la universalizante marea de emules y bittorrents la han dejado allí varada. Especialmente hilarante fue el momento en que interpretó, con exagerada teatralidad y de rodillas sobre la cama, el "See Me, Feel Me" de los Who. Esa, claro, la acerté rápidamente, e incluso entoné las últimas estrofas enfrascado en telepático dúo con mi vecina.

En fin, que el pasado fin de semana al salir de una panadería me la crucé, y la vi caminar con el paso firme y la impostada indolencia de los adolescentes, y descubrí que en su chaqueta vaquera lucía un pin de los Clash idéntico al que yo llevé en la mía durante mucho tiempo, uno negro con el nombre del grupo de color rosa. Y, eso, que fíjate tú que tontería, que ahora me apetece coger un peine y cantar y saltar sobre la cama, con los ojos cerrados, abriéndolos si acaso tan sólo para mirarme en el espejo.

La imagen, cortesía de K's Lounge.

martes, febrero 14, 2006

El amargo devenir de un superheroe de mierda

La nata comenzaba a derramárseme por la comisura de los labios y mi garganta seguía engullendo a pleno rendimiento mientras aquel trozo de hojaldre instalado en lo más alto de mi paladar comenzaba a colocarme en una difícil tesitura y amenazaba con dar al traste con mis opciones de victoria. Era catorce de febrero, y como cada catorce de febrero se celebraba el campeonato oficial de comedores de bocaditos de nata para el que, de nuevo, mis amigos consideraban que yo era el mejor preparado. Mira que les había dicho que las pasadas navidades me habían dejado en baja forma, que había comido demasiado, que había bebido mal, pero al oír aquello se habían reído como si les bromease y no me habían hecho ni caso. La culpa la tengo yo, que no se decir que no. Ahora aquel maldito trozo de hojadre estaba a punto de hacerme perder el título, porque yo miraba a mi derecha y veía que el alemán ya me sacaba nada menos que dos bocaditos de nata de ventaja. Y ahí ya no pude contenerme: saqué mis superpoderes y, fiuuu, fiuuu, fiuuu, y ya estaba un bocadito de nata por delante del alemán, en la mejor situación para revalidar mi título. Y se que debería sentirme culpable por lo que había hecho, que aquello era una injusticia, y que los superpoderes no me habían sido concedidos para algo así, seguro, pero, demonios, ¿cómo podía resignarme a perder un título tan importante?

Ahora tengo que pensar en qué me gasto el dinero en metálico del premio, a lo mejor opto por un DVD de sobremesa con disco duro, de esos que no sólo reproducen todos los formatos conocidos sino que además... graban!

La ilustración, de la gallery of classic comic covers de Ben Samuels.

lunes, febrero 13, 2006

La puerta de un ansiado infinito que jamás conocí

"B, eres un misógino asqueroso". Eso me ha soltado Martina mientras sujeta un folio impreso con la foto de la entrada del pasado sábado, como imitando a esas fiscales estupendas que salen en los seriales televisivos cuando le plantan al acusado en los morros la prueba definitiva y se limitan a esperar que éste se derrumbe y confiese. Pero yo le digo que no, que todo lo contrario, que no soy misógino sino filógino, o como se diga, y que esa foto es la prueba definitiva: ¿acaso no es una bella estampa la de ese anónimo ayudando de forma desinteresada a Nadine a sujetar el peso de su merecida fama?. Martina me responde que a ella no le venga con historietas, y que vaya preparándome para el purgatorio, donde vagaré en pelotas a quince grados bajo cero mientras los fantasmas de las mujeres a las que he faltado me escupen día tras día, por toda la eternidad. Yo le digo que así planteado no suena mal, que si tengo que firmar algo. Y Martina hace un puchero y me dice que me calle y que cuelgue fotos más bonitas, y que no hay más que hablar. Esa es mi Martina, una compañera de trabajo, una mujer deliciosa que no sólo es guapa a rabiar sino que además es tan cariñosa y tan sensible que si hubiese en este mundo más gente como ella yo, lo sé, sería mucho mejor persona. Porque yo si soy rebelde es porque el mundo me hizo así, que conste. Y es que mi Martina sabe bien como tratarme, como cuando me ve cabreado y se me acerca y me dice que le gusta mucho cuando me enfado, porque se me achinan los ojos y me salen unos hoyitos junto a la boca que, dice, me hacen irresistible. Y yo, claro, me ruborizo como un memo y se me pasa el cabreo. O como cuando hace unos días me dijo que en otra vida en la que nuestro amor hubiese sido posible habríamos sido muy felices, porque nos entendemos tan bien que el aburrimiento jamás habría logrado dar con nosotros. En fin, una pena que a ella le guste otro, y que a mí me gusten todas.

La ilustración, de Mark Wasyl, vía Las Insólitas Aventuras del Pez.

You never were, and you never will be mine


I saw you at the station today
and you had your arm around what's her name?
She had on that scarf I gave you
and you got down to tie her laces.

You looked happy and that's great,
I just miss you, that's all.

Coño, me gusta la cancioncita esta. La chavala se llama Robyn y es sueca. Esto que he puesto es una actuación acústica para un programa de televisión sueco, mientras el original, que recomiendo encarecidamente (video aquí), es euro-electro-pop del de toda la vida. Ese que cuando sale malo no hay quien lo soporte y cuando sale bueno es peor todavía. Mola, y además tiene cuerdas. Su página oficial aquí, y la de los fans más hardcore, con videos raros y demás chaladuras, aquí.

viernes, febrero 10, 2006

Las alondras del deseo cantan, vuelan, vienen, van

Bueno, a ver si me explico... Pues miren, resulta que he estado releyendo las últimas entradas de esta bitácora y, no sé, que me ha dado el punto de que quizás esté comenzando a exponerme una pizca más de lo que me gustaría. Así que hoy toca cambio de tercio, y dado que no tengo pulso como para ponerme a dibujar a Mahoma, ni me apetece hablar de los animalitos esos nuevos que han encontrado nosedonde, más que nada porque no me importan una mierda, y que tampoco quisiera limitarme a tan sólo colgarles una de esas fotos de mujeres ataditas que decoran habitualmente las paredes de esta nada santa casa, pasaré a relatarles una anécdota de hace unos días que no me expone en absoluto ya que es de esas cosas que ustedes en cuanto lean tomarán por simple ficción. Mucho mejor así.

Pues bien, esto sucedió el martes pasado cuando tras un concierto se me acercó una morena pechugona en avanzado estado de embriaguez y me dijo "¿Quieres saber lo que me gustaría?". "Vale", dije yo. "¿Quieres saber lo que me gustaría?", repitió. "Que sí", respondí. "¿Quieres saber lo que de verdad me gustaría?", de nuevo. "Venga, dale ya", mi tercera respuesta. "Pues me gustaría que me tumbases boca arriba en tu sofá, desnuda, en perpendicular, con las piernas apoyadas sobre el respaldo y la cabeza cayendo fuera boca abajo, y me gustaría que entonces te pusieses de pie frente a mí y me la metieses en la boca mientras con las manos me exprimes las tetas".

...

Ya ven, tela, nada de caminar de la mano por el parque, nada de ir al cine, nada de presentarme a sus padres. Así está el patio. No somos nadie. Y no me pidan que continúe el relato ya que hay muy poco más que contar, de hecho la escena se cierra con el narrador huyendo despavorido mientras se despide de la tragasables con un tartamudeo, para pasar a dedicar las siguientes dos horas a vaciar, en estado semi-catatónico, una botella de Cutty Shark.

Y ya está, eso es to, eso es to, eso es todo amigos. Les deseo que pasen ustedes un feliz fin de semana, que visiten a menudo Korochi Industrias y que se animen a releer "La Montaña Mágica" de Thomas Mann.

Ah, sí, la ilustración, que se me olvida... Es de Danielle Bedics.

jueves, febrero 09, 2006

Fianchetto

Cuando desperté, dado que era domingo y era febrero, tuve la certeza de que algo reseñable iba a suceder. Y el día apenas había acumulado unas pocas horas cuando caminando junto a un Corte Inglés me crucé con Silvia, una de las primeras mujeres que lograron que el corazón me diese un vuelco de esos que le dejan a uno sin aire. Silvia y yo nos conocimos hace una eternidad, cuando nos tocó enfrentarnos en dos ocasiones consecutivas, en dos años sucesivos, y en el último no habíamos cumplido aún los quince años, en los campeonatos nacionales de ajedrez. Lo más destacable de Silvia, al margen de la excelente técnica que le había inculcado su madre, una reputada maestra hispano-suiza, eran sus ojos, unos ojos azules enormes, que te clavaba desde el saludo inicial, y que en el transcurso de la partida había que evitar por todos los medios posibles, porque contemplarlos era naufragar, era marearse. Era perder.

Tras el emocionado saludo, y como hacía muchos años que no nos veíamos, decidimos acercarnos a la cafetería más cercana para hablar tranquilamente de pasados y presentes. Me relató entonces su actual trabajo, en el cual gastaba horas rodeada de jóvenes, y hablamos con una cierta desesperanza teñida de aires de superioridad de la gran diferencia existente entre los intereses que mueven a los adolescentes de hoy y los que nos movían a nosotros entonces. Hablamos de esos jóvenes que resultan más conservadores que sus padres, y de los conceptos tan básicos que manejan, conceptos tan perezosos como los de igualdad o justicia, y de su absoluta necedad en lo relativo a los valores que, concluímos, nos movían a nosotros: el de la curiosidad, el del conocimiento, el de la superación. Pedimos otra cerveza, y recuperada la complicidad de antaño pasamos a comparar el número de desengaños que cada uno de nosotros acumulaba, y lo cierto es que andábamos parejos. ¡No estamos hechos para los empates!, gritamos al unísono, tan compenetrados como cuando hicimos de aquella frase nuestro caballo de batalla. Y no tardamos en, como era inevitable, pasar a rememorar la primera vez que nos enfrentamos, aquel día en que ella respondió a mi cortés saludo con un "muérete, bastardo"; y luego recordamos la segunda, cuando al acabar la partida le dije "me fascina tu juego" y ella me respondió "y a mí me fascina tu mirada" (bingo, el vuelco del que hablé antes); y después hablamos de aquel viaje a Berlín con la federación, y de cómo dimos esquinazo a los demás en el Tiergarten, donde nos sentamos durante un puñado de mágicas horas a devorar extasiados el recién robado librito con las mejores partidas de Botvinnik. Y luego recordamos aquel beso, y aquel calor, y recordamos también que entonces, ciertamente, nos daban igual la justicia y la igualdad y el conocimiento y la superación, y que lo único que conseguía movernos era un ansia desmesurada por ganar y ser ganados, por competir, por medirnos. Y que, por tanto, las conclusiones a las que habíamos llegado unos minutos antes eran tan sólo un reluciente montón de basura treintañera.

En fin, que había quedado esta noche para cenar con ella, pero sospecho dos cosas: que al final decidiré no acudir a la cita, y que ella ha decidido exactamente lo mismo. Porque durante unos instantes podríamos dejar que el recuerdo y el cariño nos permitiesen fingir que no fuimos lo que fuimos, y que ahora no somos lo que somos, pero lo cierto es que sabemos bien que, desgraciadamente, no, no estamos hechos para los empates.

Fotografía de Michael Helms.

miércoles, febrero 08, 2006

Descubierto


Mierda, me pillaron.

martes, febrero 07, 2006

Dejadme la esperanza

Ayer al volver a casa, tras una noche de esas que en cuanto acaban te propones no volver a repetir pero que sin embargo lo hacen con precisión matemática, pasé por delante de un club de esos cuya puerta adorna un perenne cartel de "se necesitan señoritas" y me acordé del viejo Extremadura. El Extremadura era un bar de alterne, el único bar abierto más allá de las doce de la noche en un pueblucho de mala muerte del frío interior castellano en el que el destino, en forma de trabajo bastante mal remunerado, me tuvo retenido durante casi tres meses. Y uno, al que siempre le ha costado dejar pasar los días, y que cuando ha tenido que elegir entre quedarse sentado viendo la tele y morirse siempre ha elegido morirse, enterado de la existencia de tal antro, para allá que se fue. El Extremadura era lo que un lugareño llamaba "una mierda sitio", con una pequeña barra de sky rojo en el que se apoyaban sus putas tristes, pintadísimas como polichinelas, de esas que primero te piden que hundas la cabeza entre sus pechos y luego te cuentan amargas historias de lo que pudo ser y no fue, y el por qué no fue. O por qué creen que no fue.

Y al recordar el Extremadura no me ha venido a la mente la imagen de ninguna de sus alcobas, ni de aquella cicatriz, ni de aquel sofá verde, ni de aquella niña. A quien recordé fue a Dolores, una mujer de unos treinta y muchos años, de formas rotundas y perfil centroeuropeo, de quien me fascinaba lo bien dotada que estaba para hacer de la mentira un arte. Cuando me veía entrar en el local siempre me dedicaba una caricia mientras me decía que aquel no era sitio para mí, y que precisamente por ello yo le daba un poco de miedo. Pero aquel miedo no debía ser muy profundo puesto que siempre venía a sentarse a mi lado, y mientras apretaba sus curvas a mis deseos me recitaba al oído versos de Neruda. Durante todo aquel tiempo sostuvo que ese detalle era consecuencia de una educación de élite recibida en otros tiempos en los que su familia nadaba en la abundancia, pero alguien me contó un día que tales versos los sacaba de un librito que un estudiante barcelonés dejó olvidado en su huida hace muchos años, junto a un puñado de billetes falsos y una buena cantidad de golpes.

La última vez que ví a Dolores fue la noche en la que le dije sonriente que aquel era mi último día en aquel diminuto pueblo, en aquella mierda sitio. Aquel día en el que me acompañó en una borrachera egoista que era despedida para dos pero alegría sólo para uno. Aquel día en el que como despedida le regalé un libro de poemas de Miguel Hernández con una dedicatoria burlona en el que le animaba a cambiar con aquellos nuevos poemas su repertorio, una dedicatoria que leyó apoyada en el quicio de su puerta y a la que reaccionó lanzando ofendida el libro al suelo y recitándome con voz muy pausada, madurísima: "Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa, con su ruidosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza"... Al acabar se detuvo unos instantes y cuando levantó su ojos, tan líquidos que temí que se derramasen desapareciendo para siempre, me dijo: "déjame la esperanza, y no vuelvas jamás".

Fotografía de E. J. Bellocq.

domingo, febrero 05, 2006

Cosquillas

Hoy he entrado en el baño, y al mirar hacia el agujero que hay en el murito donde se apoya la bañera he visto una mano que al notar que la luz se encendía ha desaparecido haciendo un ruido muy leve, como de papeles arrugándose. Ese agujero, del tamaño de un libro, lleva ahí bastante tiempo porque hace unos dos años se rompió una tubería, y el agua comenzó a calar el piso de abajo, y el fontanero se vió obligado a romper un azulejo para acceder a la avería. Siempre que me cojo unos días de vacaciones me propongo arreglarlo, y coger otro azulejo y tapar el hueco, pero al final nunca lo hago, como me ocurre con tantas otras cosas. Así que ahora cuando entro en el baño miro siempre durante unos instantes la negrura de aquel huequecito, que queda justo enfrente de la taza, antes de dedicarme a revisar esas cosas que leo en el baño: versos de Gamoneda, el manifiesto comunista, cosas así. Pero hoy como decía he visto allí una mano, y he pensado que eso era imposible, y me ha dado un poco de miedo, y luego he pensado que si había una mano detrás debía haber un brazo, y me he agachado y he acercado los ojos al agujero, y me ha parecido ver un pasadizo muy largo, pero es imposible que allí haya un pasadizo muy largo porque detrás hay una pared y esa pared da a la calle. Así que he metido la mano y he ido palpando lo que allí había, que eran trozos de azulejo roto, y tierra húmeda, y una tubería fría, y al final, situada entre una llave de paso y un trozo de hierro, he dado con aquella mano, y al tocarle la palma he debido de hacerle cosquillas porque se ha cerrado atrapando mi mano entre sus dedos, que me han resultado muy calientes y muy suaves. Y después también he soñado con una fiesta de máscaras, y con un viaje en barco, y con una familia que decía ser la mía pero que no lo era. Aunque de eso ya os hablaré otro día.

Fotografía de Kevin Hundsnurscher.

sábado, febrero 04, 2006

Y se convirtió en toda una mujer record!


Y sigamos dando barniz a este sábado tan deportivo, en esta ocasión reseñando que una de las grandes musas de este blog, la sueca Kajsa Bergqvist, acaba de convertirse en toda una mujer record. En la reunión celebrada en la alemana localidad de Arnstadt ha batido el record mundial de salto de altura en pista cubierta que ostentaba hasta ahora Heike Henkel, una marca que duraba ya casi catorce años, una marca que ha dejado en 2.08m. Y ahora, a por el Mundial.

Todos somos Maria José Rienda (porque es lo que toca)

Maria José Rienda es una esquiadora granadina, y a estas horas todas las rotativas reflejan el hecho de que acaba de batir el record de Blanca Fernández Ochoa, un record que hace cinco minutos ni Cristo sabía en qué consistía. En apenas diez días se celebran los Juegos Olímpicos de Invierno, y es tarea fácil el adivinar lo que viene ahora: páginas y páginas que nos relatarán en tono insoportablemente sensiblero lo muchísimo que costó a tan magnífica deportista (magnífica por única) llegar donde ha llegado, y quizás alguna que otra declaración de la propia Rienda pidiendo un apoyo institucional y de público para su deporte más ajeno a modas, y, por supuesto, las hordas de exigentes aficionados de salón, que lo más parecido que han visto en su vida a un esquí es un semáforo, que piensan que Rossignol es un tipo de seta, apostados frente al televisor esperando su fallo en la segunda manga, movidos tan sólo por el morbo de despedazar a un nuevo ídolo, ahora que Fernando Alonso está en la pretemporada. Por todo ello desde aquí te digo Maria José, guapetona, de blogger a blogger, que escapes de todo eso, ahora que aún estás a tiempo. Huye, corre, aunque sea tomando la vía Muehlegg (ese que cuando ganaba era Juanito y cuando perdía Johann): la del suicidio deportivo. Maria José, haz lo que sea por escapar y si no se te ocurre otra cosa mejor no lo dudes: ¡dópate!

Y si no me haces caso, pues nada, que eso, que suerte...

viernes, febrero 03, 2006

Yo no entro en tí para que tú te pierdas


"No, de eso nada, tú no padeces ninguna de esas enfermedades que dices. Tu única enfermedad es la cordura". Enfermo de cordura. Vaya.

Fotografía: Christine Kessler.
Banda sonora: 'Cichli', de Autechre.

jueves, febrero 02, 2006

Un top 5 que se adentra en la oscuridad. Se requieren cerillas

Cambio de tercio. Un top 5 oscuro como una desgracia, frío como una despedida. El Bacharach está acucarachado, ¿quién lo descucarachará?. El descucarachador que lo descucarache, buen descucarachador será.

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1. The Sound - I Can't Help Myself (de Jeopardy, 1980)
Con un impactante "Left all alone, I'm with the one I most fear" comienza esta canción, la que abría su primer disco. The Sound fueron una banda que contó con un front man de los de verdad, Adrian Borland, y que tuvo la mala suerte de ser natural de Londres cuando lo que tocaba era ser de Liverpool (Echo & The Bunnymen, Teardrop Explodes). Canciones como 'Heartland', 'Heyday', 'Winning' o la magnífica 'Skeletons' darían para hacer un top 5 sólo con The Sound.

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2. The Cure - Play For Today (de Seventeen Seconds, 1980)
'Play For Today', el punto medio perfecto entre 'Three Imaginary Boys' (1979) y lo que vendría después, es una de mis canciones favoritas de The Cure, y pertenece a su segundo LP, 'Seventeen Seconds', un disco irregular en el que Smith y compañía andaban aún en busca de su sonido, un sonido que clavarían definitivamente en cosas tan enormes como 'Faith' (1981) o 'Pornography' (1982), dos discos del copón, dos discos que definieron toda una era. Y lo demás es historia. Si The Sound daban para hacer un top 5, The Cure dan para hacer un Top 50.

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3. Siouxsie and the Banshees - Head Cut (de Juju, 1981)
La más famosa groupie de Sex Pistols siempre ha sabido moverse entre un sonido muy particular y su calculada excentricidad. 'Juju' es su mejor disco, quizás el único bueno que hicieron, y en él, junto a canciones tan conocidas como 'Spellbound' o 'Arabian Nights', destaca este 'Head Cut' en el que Siouxsie fantasea con la malsana idea de llevarse una cabeza recién cortada a casa, para allí pintarla los labios, y alimentarla con pan, y mantenerla fresca en hielo... La guitarra de McGeoch y el bajo de Severin demuestran en esta canción su indiscutible excelencia.

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4. The Chameleons - Caution (de Strange Times, 1986)
Si eres muy fan de Interpol aléjate de este grupo porque se te puede caer el mito. Naturales de Manchester, dejaron para la posteridad tres discos excelentes y muy de su tiempo. Esta 'Caution', perteneciente a su tercer disco, 'Strange Times', es una canción magnífica hasta el minuto cinco, y a partir de ese minuto y hasta completar los casi ocho que dura se convierte en una maravilla inolvidable. Si esto no te conmueve es que tienes el oído muy poco afilado, te compadezco.

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5. New Order - Doubts Even Here (de Movement, 1981)
New Order fueron la mejor banda de los 80. Y punto. 'Movement' fue el único disco mediocre que entregaron en más de veinte años, una mediocridad marcada por su aún no del todo conseguida misión de huir del legado de su anterior banda, Joy Division. Bernard Sumner incluso imita en este disco la voz de Ian Curtis. Luego vendría 'Blue Monday', y a partir de ahí el delirio, pero antes dejaron esta 'Doubts Even Here', sentidísima, oscurísima, donde se dicen cosas como "memories are all that's left, I need you near to me now", bajo la dictadura de un ritmo inhumano, con bajo y caja haciendo daño del que duele. Hace frío, mucho frío.

miércoles, febrero 01, 2006

Zona de fumadores


Fotografía de Stefano Giovannini.

Cocina de fin de mes: crema de calabacín con lomo y parmesano


Tercer capítulo del recetario de 'Cocina de Fin de Mes' (aquí el uno, y aquí el dos), por lo que definitivamente puedo decir que esto, señores, es una serie. Ja! ¿No decías, so lista, que yo era puro caos, y que me era imposible someterme a una disciplina? Pues toma disciplina, y ahora te jodes y te quedas con ese mendrugo tan dotado para obligarse a sus rutinas como para lograr que te aburras como una ostra. Pero, en fin, a lo que vamos:

Ingredientes:
Dos calabacines, media patata, nata líquida, lomo embuchado, parmesano, cebolla, mantequilla, sal y pimienta.

Preparación:
Encendemos el equipo de música y ponemos el nuevo disco de Madonna. Sí, así como suena: el nuevo disco de Madonna. Y no pienso discutir el tema. Luego ponemos un poco de mantequilla en una cacerola ancha, a fuego lento y teniendo cuidado de que no se queme. Echamos la cebolla cortada fina, y cuando se ponga transparente incorporamos el calabacín cortado en trozos, todos del mismo tamaño para lograr una cocción uniforme, también la patata, y le damos al conjunto unos elegantes golpes de muñeca. Añadimos sal, pimienta, agua hasta ahogar la verdura, y un chorrito de aceite de oliva virgen extra, y lo dejamos a fuego suave durante unos 15 minutos. Mientras se va haciendo el calabacín, calentamos una sartén y con una pizca de aceite salteamos brevemente, cortado en daditos, el lomo ese que te dio tu madre cuando fuiste a su casa a comer el día de Reyes, y que aún sigue en la nevera. Míralo antes de usarlo, y si está verde tíralo y te haces la crema sin lomo.

Cuando hayan transcurrido esos quince minutos sacamos el calabacín, la patata y la cebolla, lo metemos en un vaso mezclador, y lo pasamos con una batidora. Recomiendo la Braun de 600 watios con función turbo, un maquinón. Vamos añadiendo el agua de cocción de la verdura hasta que logremos la textura deseada, y una vez batido el conjunto lo colamos y lo ponemos al fuego en otro recipiente. Fuego suave, por favor. Añadimos entonces un poco de nata líquida, removemos, y probamos por si hubiera que ajustar el punto de sal. Echamos la crema en un bol, le añadimos los daditos de lomo a modo de guarnición, y también un poco de parmesano rayado. Y no me digas que no tienes un poco de parmesano sepultado en el fondo del frigorífico, que eso no se pone malo jamás. Tengo entendido que el parmesano aguanta glaciaciones.

Una última recomendación: riégalo con un buen tinto. Y creo que ya está. Ya me direis.