Corría el año 1997, la ciudad, Paris. Me encontraba en la cafetería de un céntrico-centro comercial tomando un noisette y lamiéndome las heridas causadas por el irresoluble huracán desatado la noche anterior, cuando reparé en la presencia a mi lado de una muchacha que parecía estar muy nerviosa. Las sillas eran como de peluquería, enrraizadas en el piso y con apoyapiés a media altura, y la muchacha era rubia y de ojos de un azul escandaloso. Golpeaba con saña el sobrecito de azucar de su zumo de naranja cuando pregunté, en perfecto castellano y a pesar de que ni el entorno ni sus rasgos invitaban a pensar que me pudiese entender, "¿nerviosa?". Ella respondió en inglés "¿nerviosa? ¿que si estoy nerviosa? Hay días en los que todo empieza a ir mal, y esos días me dan miedo". Le comenté que tenía muy buen inglés pero no parecía inglesa, y me respondió que era sueca pero estudiaba en Dallas. Me dijo también que acababa de llamar a su hotel, que su entrenador le había dicho que había unos problemas con las acreditaciones, que llegaría en media hora, que si no llegaba en ese tiempo ella debía coger un taxi hacia el estadio. ¿Entrenador?, ¿estadio?, pregunté. Soy saltadora, de altura, y compito esta tarde, respondió. Cabe decir en este punto que era de esas personas que cuando te hablan hacen desaparecer el entorno, que te fijan los ojos y ni apartan su mirada ni te permiten apartar la tuya, que gesticulan sin parar y te agarran cuando notan que pierdes atención, de esas personas para las que las únicas barreras son aquellas que aún no han descubierto. Le pregunté si era buena, me pareces buena, le dije. Soy buenísima, y pronto seré la mejor, sólo me queda demostrarlo, dijo, con gesto orgulloso. Quizá para el salto de altura te falten unos centímetros, qué mides, ¿1,75?, pregunté. Sí, 1.75, pero me sobra técnica, respondió, esta vez con una sonrisa que resultaba toda una apoteosis de confianza y sinceridad. Después hablaríamos de mil cosas, de la personalidad inalcanzable de Henkel y de la técnica impecable de Kostadinova, de lo dificil que es vivir lejos de la ciudad en la que uno se crió, de la displicencia de los camareros parisinos, y cuando al fin apareció su entrenador (quien me miró por cierto de forma extremadamente hostil, no se lo reprocho), ella me puso en la mano un ticket, me dió un beso en la mejilla y me dijo: "ven a verme, verás como no mentía".
Esa tarde, mientras en un restaurante a los pies del Montmartre la dulce Ana se convertía en la segunda mujer, que no la última, que me gritaba "no aguanto más, estar contigo es una odisea", Kajsa, Kajsa Bergqvist, a quien no fui a ver, de quien aún guardo aquel ticket, escalaba un nuevo peldaño en su imparable ascenso hacia un sueño. Ese mismo año se proclamaría campeona de europa sub-23. Después sería una vez campeona del mundo y una vez campeona de europa al aire libre, dos veces campeona del mundo y una vez campeona de europa indoor, medalla de bronce en las olimpiadas de Sydney, y dos veces nombrada "mejor saltadora de altura del mundo" por la revista Track & Field. Este mismo año, 2005, ha participado en catorce eventos ganando trece. Hoy me enteré de que ayer cumplía 29 años, dos meses y un día, y recordé todo aquello, y me ha dado por escribirlo. Felicidades Kajsa, buena suerte.
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