sábado, septiembre 30, 2006

Teoría de cuerdas

Cuatro canciones dominadas por sus cuerdas. Sin alardes, sin aspavientos. Sin sitio para el efecto tramposo ni para la demostración individualista. Cada cosa en su sitio. El enorme valor de lo adecuado, la magia de lo preciso.

SonicYouth1Sonic Youth - Stones (de 'Sonic Nurse', 2004)
Los Sonic Youth de la segunda mitad de los 80 fueron un grupo enorme. Canciones como 'Kill Yr Idols', 'Squizophrenia' o '(I Got A) Catholic Block' forjaron el sonido de su tiempo y abrieron una puerta que tardó en cerrarse. Ahora, tras una segunda mitad de los 90 en la que parecieron perder el norte, parecen de nuevo encontrarse cómodos en su sonido, más maduros y situados al margen de vaivenes estilísticos. Y, además, siguen creando cosas como este 'Stones', un medio tiempo infectado por un ritmo certero y una melodía muy suya. Legendarios por sus ruidosas subidas, en esta ocasión demuestran su genio en una bajada gloriosa, la que sucede a la altura del minuto 5'45 (en los números del player de aquí abajo, el 345). Y de ahí al cielo. A mí esa sutilidad me pone los pelos de punta.


devotchka1Devotchka - Venus In Furs (de 'Curse Your Little Heart', 2006)
Devotcha son un grupo atípico. Practican un folk muy crudo y enraizado a veces complicado de asimilar para oídos no entrenados. Sin embargo, en ocasiones son capaces de facturar cosas como esta acalorada versión del "Venus In Furs" de la Velvet, elevada a los altares por la inmensas cuerdas que aportan Jeanie Schroder y Tom Hagerman. Aquí (la imagen es horrible, pero el sonido da una buena idea de la enorme intensidad de su puesta en escena) les podeis ver interpretándola en directo.


m_ward1M Ward - Right In The Head (de 'Post-War', 2006)
"'Cause I lived with many ghosts when I was younger, and I will live with many ghosts until I go" dice M Ward en esta canción de alto voltaje político. M Ward es uno de los mejores representantes de esa suerte de nuevo folk-blues que lleva unos años emergiendo de tierras americanas, y es además, sin duda, uno de los mejores letristas de su generación. Este "Right In The Head" es una pieza de rock encendido, dominada por su voz cavernosa y apoyada en una apoteósica linea de guitarra que retrotrae al mejor psycho-blues.


Interpol1Interpol - Specialist (de 'Interpol EP', 2002)
En los círculos en los que me muevo no está bien visto decir que te gusta Interpol. Ya sea por su sonido, excesivamente deudor del de Joy Division o, sobre todo, The Chameleons, o por su aspecto, tan estudiado. A mí, la verdad, me llegan. Este "Specialist", con ese fluir sinuoso que tan bien dominan, no viene recogido en ninguno de sus discos, tan sólo en su primer EP, y es quizás por eso por lo que se ha construído una cierta leyenda de joya oculta, imprescindible en sus directos. No es para menos, como muestra el exquisito trabajo de Daniel Kessler y Paul Banks a las guitarras y Carlos Dengler al bajo, un trabajo que en los dos últimos minutos de canción se transforma y crece hasta rozar la magia. Y es que, como demuestran también en cosas como "Roland", "The New" o "Time To Be So Small", estos neoyorquinos resultones siempre han sido unos excelentes finalizadores.

viernes, septiembre 29, 2006

Qué caída más tonta

El golpe había sido tan fuerte que todos los botes que había alrededor, los de champú, los de suavizante para el cabello, los de gel de baño, la mitad vacíos - mil veces se había dicho que debía tirarlos - habían caído, la mayoría al agua e incluso un par de ellos fuera de la bañera. Le preocupaba que el estruendo hubiese despertado a la anciana que vivía en el apartamento contiguo, pero pronto comprendió que era un disparate ponerse a pensar en el bienestar de su vecina cuando ella estaba allí tirada boca arriba, su cabeza ensangrentada encajada bajo el grifo, la pierna izquierda sobresaliendo de la bañera, la derecha doblada sobre sí misma y los brazos inmóviles, bajo el agua, a su espalda. Mientras comenzaba a reponerse mentalmente del impacto comenzó a pensar en cómo había llegado hasta ahí. Era jueves. Sí, seguro, era jueves. A las siete y media de la mañana había sonado el despertador, y tras levantarse había ido hasta la cocina y había insertado dos rebanadas de pan en la tostadora, como siempre. Luego había entrado en el baño, había abierto el grifo de la ducha, y poco después de pisar el suelo de la bañera había resbalado hasta quedar así, inmóvil, boca arriba, en esa posición imposible. Estuvo a punto de recompensar su torpeza con una sonrisa, pero no lo hizo porque comenzó a notar que el agua teñida del rojo de la herida que brotaba de su frente estaba subiendo y ya le llegaba a la barbilla. No recordaba haber puesto el tapón de la bañera, así que supuso que era su cuerpo lo que ejercía como tal. Sonó la tostadora, el desayuno ya estaba preparado. Pensó entonces en las mermeladas de diferentes sabores que tenía en el frigorífico. Melocotón, frambuesa y naranja. Pensó en que mañana era viernes y saldría de trabajar a mediodía. Y después pensó, al fin y por vez primera desde entonces, en el viaje a la costa que habían hecho hacía dos meses, y pensó en la carretera y pensó en la brisa y pensó en todo lo que él le había dicho. El agua siguió subiendo y tapó su boca. Fue en ese preciso instante cuando tuvo la certeza, la absoluta certeza, de que si quisiese moverse podría hacerlo sin la menor dificultad. Pero no lo hizo. En cambio, cerró los ojos y siguió pensando en todas aquellas palabras.

Fotografía de Lucyna Bąkowska.

jueves, septiembre 28, 2006

Un 28 de Septiembre, otro


Tal día como hoy hace un año se abría este blog con "The Look Of Love", Dusty Springfield a la voz (la versión larga abajo). Y aquí estamos aún. 233 entradas desde aquellos textos de los primeros días, mero pretexto para andar jugando con los tamaños de las imágenes y el diseño en general, hasta hoy, y pasando por aquel día, a mediados de noviembre, en que tras ver esto un poco más a mi gusto me animé a hablar de aquella novia que tuve, la que soñaba con catedrales, en lo que fue el verdadero nacimiento de este blog. A lo largo de este tiempo, ahí fuera, llegaría un buen enero, un mal marzo y un agosto raro, y supongo que algo de eso acabó trasladado a estas páginas. No era mi intención. O a lo mejor sí. No lo sé.

Reglas me puse pocas, aunque sí una que había que cumplir por encima de todo: jamás postear algo cuya gestación me hubiese tomado más de 24 horas. No se trata de buscar perfección ni trascendencia - para eso hay otras tribunas - sino inmediatez y travesura en la historia o anécdota, y rugosidad e incluso un cierto descalabro en la forma. A veces ha quedado bien y otras de pena. Eso está bien. Otra regla fue no escribir aquí jamás teniendo en cuenta lo que pudiese resultar agradable para otro. Siempre he escrito teniéndome tan sólo a mí mismo como público objetivo, en lo que ha sido, es, más un ejercicio de egoísmo que de vanidad. Espero que no me lo tomen a mal.

Alguien me dijo en cierta ocasión que soy una persona que piensa rápido y camina despacio, y no creo que ese alguien cambiase de opinión tras ver cómo ha quedado esto. También es cierto que ese mismo alguien me dijo a su vez que soy celoso de mi intimidad hasta extremos suicidas, así que supongo que ahora le haría gracia ver algunas de las cosas que he escrito, ya lo creo que sí.

Para acabar, tres cosas. La primera, que me siento orgulloso de que hoy haya llegado a esta página un visitante tras teclear en google la cadena "como hago trenzas paso a paso". Un sueño hecho realidad. La segunda es que agradezco ruborizado, y lo digo de veras, la fidelidad más o menos silenciosa del puñado de valientes que siguen este estropicio con cierta continuidad. Y la tercera, un aviso: hoy será borrado todo mensaje que nombre a Chicho Ibáñez Serrador. Con esas cosas no se juega.

Y ya está, me voy al bar a castigarme un rato. Sepan que cuando esta noche brinde al grito de ¡gloria eterna a Silvia Tortosa!, en realidad estaré brindando por ustedes.

Dusty Springfield - The Look Of Love

miércoles, septiembre 27, 2006

iPod love

Pase que le echen un vistazo a la foto, la chica es guapa, pero lo suyo sería que a estas alturas ya estuviesen ustedes en otra parte. ¿iPod love? ¡Venga ya! ¿Que cabría esperar de algo con un título tan baboso? A saber: ella, pelirroja, melena rizada y sedosa al viento. El, de mirada apoteósica. No se conocen. Se cruzan, ambos llevan sus auriculares puestos y escuchan su música. Al unir sus miradas comprenden que algo extraordinario sucede. Comienzan a cantar la canción que en ese momento resuena en sus oídos, y entonces sonríen al descubrir que están tarareando exactamente la misma estrofa, que escuchan exactamente la misma canción... ¡Pero por Dios, hombre, venga ya!

¿Que a cuento de qué el calambre? Pues a cuento de que hoy me he sometido a una sesión de tortura pekinesa al, en un arrebato de inconsciencia, decidir ver de un tirón los tres últimos capítulos de la primera temporada de 'Prison Break'. Hasta llegar al momento de la definición dicho serial había sido, en fin, sí, entretenido. No es 'The Wire' ni 'Studio 60', pero para pulirse un tiempo muerto y vaciar una bolsa de palomitas sirve. Hasta que llega el desenlace, claro, los tres últimos capítulos. No les destriparé el final por si alguien aquí presente está inmerso en el mismo. Tan sólo diré que el responsable de tal serie es un apologista de la idiotez, alguien poseedor de una miseria intelectual de dimensiones cósmicas, un hombre sin pene. Qué sucesión de imposturas, de imposibilidades, de tensión mal entendida y peor resuelta. Qué espanto. En más de una ocasión me he visto obligado a apartar la vista del pudor, y no he dejado de quejarme y gritar como un crítico taurino en un mal día.

Ya está. Hoy, definitivamente, me siento expeditivo. Así que voy a aprovechar para dejar mi opinión sobre Fito, el de los Fitipaldis. A ver, a todos nos resulta enternecedor que alguien a quien habitualmente acompañan calificativos como 'currante de la canción' o 'anti-divo' alcance siquiera un modesto nivel de gloria. Pero, por Dios, Fito, que camión rima con otras cosas además de con avión, y camisa con algo más que con repisa. Que sí, que el lenguaje es muy de miércoles, muy del barrio, pero, coño, se supone que eres un artista, alguien que hace canciones porque tan sólo de esa manera puede librarse de su veneno, alguien que canta no para ganar un concurso de rimas infantiles sino para saciar el genio interior. Y no digo que el mensaje que envía, que no es otro que "no te preocupes si no posees ni un sólo talento destacable, siempre podrás ser una estrella del rock", no tenga su aquel. Pero conmigo, que he besado las brillantes, brillantes botas de cuero, y he contemplado maravillado tu famosa gabardina azul, y he sentido gotas de lluvia cayendo sobre mi cabeza, conmigo que no cuenten para esto.

Mucho mejor ahora. Una visita al terapeuta que me ahorro.

La fotografía es de Naomi Kaltman.

lunes, septiembre 25, 2006

Profesores de matemáticas, incontinencias y genética aplicada

De verdad que ayer empuñé el teclado dispuesto a hacer un panegírico de la figura de la madrastra de Diana, quien el Sábado vino a visitarnos, y además una glosa del hermano terremoto de la ex amante pija esa que me crucé. Pero, ya ven, acabé hablando de la cintura de la una y la hija de la otra. Carezco de método. Ya me lo decia aquel profesor de matemáticas: "no, si listo eres, eso está claro, pero o te centras ya o serás un fracasado toda tu vida". Vaya por delante que sigo pensando que decirle algo así a un chaval de doce años, que eran los que tenía yo entonces, debería acarrear pena de cárcel, pero, en fin, que la verdad es que me ha venido bien, aunque sólo sea para echarme unas risas con los colegas de cuando en cuando.

La madrastra de Diana. Un cielo. 46 años de clase, elegancia y educación. Y aún sabiendome la historia, sabiendo que no es su madre biológica sino que se hizo cargo de ella tras unos truculentos sucesos, cuando Diana contaba ya cinco años, aún así sigo sin poder creer que sus códigos genéticos no estén relacionados. Se peinan de forma similar un cabello parecido, comparten infinidad de gestos mucho más allá de las palabras, reaccionan igual ante los mismos avatares... Y tienen la misma sonrisa, contenida, seductora. A la mañana siguiente, cuando fuimos hasta su coche a despedirnos, ví como en un momento dado utilizaba para arreglar su cabello la sombra que de su cabeza proyectaba en el suelo el sol situado tras ella, un gesto que más de una vez le he visto hacer a Diana, un gesto que me parece delicioso. Lo dicho: sorprendente, tanto que consigue que uno deje definitivamente de preguntarse cuánto hay en nuestro desarrollo que es deudor del hábito y no de la genética, del aprendizaje y no de la biología. Hasta qué punto somos dueños de cada mínimo aspecto de nuestro devenir, dueños de todo.

Y el hermano de la pija. Lo más reseñable de aquella muchacha, al margen de ciertos detalles que de ninguna de las maneras pienso compartir, era su hermano, el típico dolor de muelas hecho niño, el clásico terremoto infantil. Recuerdo su nombre: Marquitos. Pues bien, resulta que cuando tenía unos once o doce años el Marquitos gustaba de asomarse a la terraza y saludar el paso de los viandantes con una generosa meada. Cuando al fin una vecina subió a afearle la conducta ante su madre, y al salir ésta a la terraza para darle su merecido, al niño no se le ocurrió otra cosa para huir del castigo que saltar al vacío. Desde un tercero. Por fortuna para él y desgracia para el género animal fue a caer sobre un desafortunado perro, lo que palió el impacto y salvó su vida, dejando el incidente en un puñado de fracturas sin especial gravedad. Un figura el Marquitos. Más tarde alguien me contó con mucha guasa que se había hecho paracaidista, cosa que por supuesto no creí. En cambio, mira, se me ocurre que bien pudiera ser ahora mismo profesor de matemáticas.

domingo, septiembre 24, 2006

Egocentrias dominicales de un infraser atribulado

Hoy he salido temprano de casa, a pasear con Diana la astenia otoñal y a comprobar si es verdad eso que cuentan de los Domingos por la mañana. En un momento dado ha tomado mi mano y la ha manejado con pericia hasta colocarla en su cadera, mi brazo por tanto rodeando su cintura. Hemos caminado así unos pasos, despacito, con el sol de la mañana encendiendo nuestras mejillas, los árboles saludando nuestro paso y los edificios devolviéndonos una sonrisa, todo precioso, y al poco he comenzado a sentir un dolor en las lumbares y que las articulaciones se me secaban y como que me florecían achaques hasta en los sobacos. Así que he fingido que resbalaba con algo y con el balanceo me he soltado. He comenzado a preguntarme cómo demonios se llamará eso que padezco que me hace alcanzar en ocasiones tal grado de estulticia, y al poco hemos doblado una esquina y allí me he topado con una amante pija que tuve hace mil años y a quien apenas recordaba puesto que entró en mi vida de forma fugaz en una época en la que el otro tendía a dejarme poca huella, quizá por exceso de estímulos. Se había echado encima unos kilos y el peinado lo llevaba diferente, más contenido, más maduro. Lo que más me ha llegado de la escena ha sido sin embargo la presencia de una cría de unos seis o siete años subida en una bici. Al verla, de repente me ha dado el punto de que esa niña era mía, mi hija, lo que resultaba una soberana gilipollez puesto que hace no menos de quince años que dejé de verme con su madre. Pero en ese momento no he caído, ya les digo que los Domingos por la mañana no son lo mío. He sentido entonces una mezcla imposible de pánico y ternura que casi consigue que se me salten los pulsos, y a continuación, el ritmo cardiaco acelerado, he devuelto de forma voluntaria mi brazo a esa cintura que hace tan sólo unos segundos tanto me angustiaba. Nos hemos cruzado unas palabras, todo muy frío y protocolario, y nos hemos despedido. Al rato me he vuelto hacia Diana y le he dicho que sigo sin saber cómo se llama eso que me pasa, pero que seguro que empieza por 'ego', y ella ha puesto cara de extrañeza y después me ha preguntado si me apetecía un bollo de esos de manzana y crema, que ahí a la vuelta hay un sitio donde los hacen riquísimos.

Eso de la foto, que para variar no viene a cuento, es exactamente lo que parece, y dispone además de conexión bluetooth.

viernes, septiembre 22, 2006

Es imposible ignorarte



Follow you home, you've got your headphones on and you're dancing
Got lucky, beautiful shot of you taking everything off watch the curtains wide open
Then you fall in the same routine flicking through the TV relaxed and reclining
And you think you're alone...

Why d'ya have to be so cute?
It's impossible to ignore you
Must you make me laugh so much
It's bad enough we get along so well
Say goodnight and go.


Imogen Heap, en directo en el show de Lettermann. Si uno no está familiarizado con el equipo que lleva en escena (el midi, la beat box, la base box, los EQs, el cuatro pistas), que alguien sea capaz de hacer todo eso que ella hace en esta actuación le parecerá increíble. Pero si lo está, si lo conoce, entonces le resultará más increíble aún. A pesar de eso, a mí lo que de verdad me planta una sonrisa en la cara es ese momento en el que al atacar el estribillo abandona sus maquinitas y comienza a bailar. Eso es clase.

Imogen Heap - Say Goodnight and Go (la versión de estudio)


Frou Frou (duo compuesto por Imogen Heap y Guy Sigsworth) - Breathe In

jueves, septiembre 21, 2006

Yo es que ya no sé si voy o vengo

Hoy me ha dicho Eva que si es para eso para lo que llamo, que no lo haga. Me ha dicho que cuando alguien se le confiesa con un "me aburro", suele sentir deseos de:

a. Darle un abrazo y decirle que todos tenemos nuestros momentos bajos.
b. Animarle a que se divierta un poco, que no se preocupe tanto, que la vida son dos días y hay que aprovecharlos.

pero que en cambio cuando soy yo el que se lo dice, entonces de lo único que siente deseos es de llamar a la policía y a los bomberos y de ponerme dos guardaespaldas que no me pierdan de vista ni a sol ni a sombra. Yo le he dicho que tampoco será para tanto, y después he comenzado a pensar en cómo a veces determinamos el presente de los que nos aprecian sin siquiera darnos cuenta, y de cómo nos creamos una idea de nosotros mismos que casi nunca se ajusta a lo que perciben los demás. Y he pensado en si somos lo que somos o en cambio somos lo que los demás deciden que somos, pero no lo he pensado mucho porque en ese momento me ha llamado el maus y me ha dicho que tenemos pista para jugar mañana al pádel si el tiempo lo permite, y luego me ha llamado Sebas para comunicarme que es muy posible que en breve me consiga un Viewsonic al que tengo echado el ojo. Y ya se me ha ido el santo al cielo. Después he ido a una cafetería y allí he estado charlando con una mujer alta y muy guapa y muy extranjera y muy simpática y que se parecía una barbaridad a una modelo-actriz famosa. Algo muy casual, no se me asusten, apenas cinco frases, una anécdota y un par de bromas, y entonces ha comenzado a sonar en la cafetería una canción que me gusta mucho:

If this is the life
Why does it feel so good to die today?
Blue to gray
Grow up and blow away...

y para mi sorpresa ella ha dicho love Metric y yo he dicho sure me too, y luego un tipo muy alto y muy fuerte y más simpático de lo que a lo lejos parecía le ha agarrado del brazo y le ha dicho gotta go, y ella ha dicho adiós, y el tipo simpático ha hecho gestos al camarero para que le cobrase también lo mío, pero el camarero le ha comentado que no, que yo ya había pagado lo mío y también lo suyo, así que me ha dado las gracias, thanks mate, y se ha marchado. Y entonces he pensado que a veces me resulta todo muy raro y que a lo mejor tengo que cogerme unas vacaciones de mí mismo, y que probablemente lo haga la semana que viene. O la otra.

martes, septiembre 19, 2006

Si es un perro te muerde

Me gusta la Pataky. Dirán: toma, claro, y a mí. Ya, pero es que hace tres días no me gustaba. Esos pómulos suyos me recordaban demasiado a mi vecino Mariano. Sin embargo ayer desconecté un rato de una conversación desastrada que manteníamos en el bar sobre las diferentes maneras de cocinar unas lentejas castellanas, y en la televisión del local, de esas grandes de plasma, había un programa vespertino en el que hablaban de ella, de la Pataky. No se escuchaba la voz de la locutora, no sé de qué estaría hablando ni me importa, pero en pantalla se mantuvo durante cosa de un minuto una imagen fija suya. Y comencé de pronto a caer en que comparte la sonrisa angulosa de Susanna Hoffs, la mirada alucinada de Brooke Adams y el rotundo frontón de Sylvia Saint. Y me dije: me gusta. Y luego me dije: pues voy a colgar una foto suya. O tres. Y ahí queda. De nada.

lunes, septiembre 18, 2006

Tengo un reloj de treinta horas

Ayer estuve en la inauguración de no se qué. No es que me quiera hacer el interesante, es que no sé muy bien qué era lo que se inaguraba. Con eso de que ahora todo el mundo va por la vida vestido de personaje multiproyecto al final se acaba uno perdiendo. Por cierto, siempre digo que detesto este tipo de eventos, inauguraciones, conmemoraciones y demás, pero últimamente no me pierdo ni uno. Lo de predicar con el ejemplo supongo que no va conmigo. Tampoco. En fin, que al llegar al lugar en cuestión el panorama era exactamente igual que el de cualquier otro espacio dominado por ese invento infernal conocido como barra libre: alrededor de la barra una batalla, el personal dispuesto en formación tumulto, todos al borde de la asfixia y siguiendo con la vista a los camereros, quienes conscientes de que no recibirán incentivo alguno por el montante de copas servidas optan por esmerarse lo justo, o menos. En un momento determinado dije en voz alta que acababa de oír que se había acabado el hielo, por dar un poco por culo. Las miradas que se posaron en mí reflejaron entonces un pánico tal que aquello me recordó el estreno de 'El Exorcista' (The Director's Cut).

Al cabo de un rato se me acercó alguien a quien enseguida reconocí como la joven presentadora de un noticiario televisivo. Se notaba a la legua que había amortizado con ganas aquello de beber por la patilla. Me dijo (tip: arrastrar las vocales y transformar las consonantes sonoras en sordas, y viceversa): "Tú eres el del hielo. Eso te convierte en el elegido para escuchar mi confesión. Ahí va: en mi próxima reencarnación no quiero ser cantante de éxito ni perito especializado, quiero ser un azulejo del cuarto de baño de Maria Teresa Fernández de la Vega. Debe tenerlos como los chorros del oro. Cada vez que la miro, no puedo dejar de preguntarme por su cuarto de baño, seguro que lo tiene blanquísimo". Ante conversaciones de este calado trato siempre de dejarme ir, así que haciendo un quiebro le pregunté si era una persona religiosa, por lo de la confesión y la reencarnación. La presentadora abrió mucho los ojos. Abrió también la boca, pero de ella no salió ni una palabra. Continué. Le dije que no sabía cómo le habría ido en sus anteriores encarnaciones ni cómo le iría cuando al fin fuese azulejo, pero que en esta vida, la de ahora mismo, había caído en el mayor y más peligroso agujero existente: el agujero de la fé. Le dije que la religión era un precipicio, una noria estropeada, un timo, una burda trampa que te ofrece compañía a cambio de miedo y respuestas fáciles a cambio de fé ciega. Y la fé ciega es la sima que se abre entre uno mismo y su posibilidad de completarse. La presentadora se animó al fin a decir "pues sí que está mal la cosa, ¿no?", y con lo de la cosa era obvio que no hablaba de la suya, sino de la mía. Luego, ya repuesta, me dijo que por mucho que yo intentase que en ella cundiese el desánimo no iba a tener éxito, que el puesto de azulejo de cuarto de baño era suyo y que no pensaba renunciar a él por nada de mundo. Que a ella se le había ocurrido antes. Instantes después hizo sonar los hielos de su vaso y anunció que se iba a por otra copa. Al despedirnos le deseé suerte. Me levantó el pulgar. Abandoné pronto la fiesta y luego en casa ocupé la noche tratando de sacar con mi guitarra los acordes del 'Let's Trade Skins' de Great Lake Swimmers.

Ilustración de Katherine Newbegin.

viernes, septiembre 15, 2006

We were born to sin!


We were born to sin, we were born to sin
we don't think we're special, sir, we know everybody is.

we built too many walls, we built too many walls
and now we gotta run, a giant fist is out to crush us

we run in the dark, we run in the dark
we don't carry dead weight long, we send them along to heaven

I carry my baby, I carry my baby
her eyes can barely see, her mouth can barely breathe

I can see she's afraid, she can see the danger
we don't want to die, or apologize, for our dirty thoughts, for our dirty bodies

now I stick to the ground, I stick to the ground
I won't look twice to the dead walls, I don't want my wife a pillar of salt

I carry my baby, I carry my baby
her eyes can barely see, her mouth can barely breathe

I can see she's afraid, that's why we're escaping
so we won't have to die, we won't have to deny, our dirty god, our dirty bodies


'A Pillar Of Salt', The Thermals, 2006.

jueves, septiembre 14, 2006

Y poco a poco nos hicimos perpendiculares

Que baje la tele, me dice Diana. Que baje la tele, que no se puede concentrar. Está haciendo una lista de la ropa que debe comprarse y va ya por el tercer folio. El lunes que viene comienza a trabajar en un conocido medio de comunicación y desde que le dieron la buena nueva no han desaparecido de su boca expresiones como traje chaqueta, bolso a juego y ¡zapatos, más zapatos!. Ayer fuimos a cenar a un sitio chulo y entre el arroz al aroma de jenjibre y el curri verde de pollo le dije que veía aproximarse a babor el tiempo en que nuestros caminos comenzasen a separarse. Por su llegada a un nuevo universo, con sus nuevos retos y sus nuevos habitantes y sus nuevas realidades, donde comenzará poco a poco a sentirse a gusto, hasta acabar detestando sus viejas rutinas. Le dije que siempre existía la posibilidad, claro, de que su nueva vida resultase un infierno, una experiencia fallida, rodeada de gente deseosa de causarle mal y obligada a desempeñar labores detestables, pero que lo dudo porque ella es un bombón, y a los bombones nunca les pasan esas cosas. Me dijo que le encantaba escucharme hablar pero que dejase ya de decir chorradas, y luego me preguntó si estaba triste por algo. Yo respondí que no era tristeza sino mi natural melancólico, y que no había de qué preocuparse, que en realidad me encanta contemplar a las personas en ese instante supremo en el que atraviesan un tramo decisivo de sus vidas, qué se yo, un volver de vacaciones, un cortarse el pelo o un comenzar a trabajar en un espacio nuevo.

En la televisión veo a un tipo haciendo el idiota y dando paso a un video casero en el que un señor muy gordo tropieza con un rastrillo y se cae a una piscina. Me alegro de haber bajado el volumen. Diana ya ha comenzado a rellenar su cuarto folio y ha escrito "y más zapatos, por Dios, más zapatos". La voy a echar de menos.

Fotografía de Yanick Dery, vía Las Insólitas Aventuras del Pez.

martes, septiembre 12, 2006

Tanta luz y a oscuras

Me encontraba en el andén leyendo un libro y silbando una canción. Hay gente que dice que no es posible leer y silbar al mismo tiempo, pero yo sí puedo. Ese libro no llegué a acabarlo nunca y siempre detesté esa canción. Lo que quiero decir es que quizás aquel día no me pareciese demasiado a mí mismo. Apenas comenzó el tren a detenerse en la estación descubrí que me había vuelto a quedar en esa zona en la que los trenes de fin de semana, que tienen menos vagones, no se detienen. Siempre me pasaba lo mismo. Eché a correr hacia el primer vagón y entonces reparé en la presencia de una joven ciega que también se había quedado varada en la zona roja. Me detuve y le dije que se agarrase a mi brazo, que el primer vagón aún nos quedaba un poco más allá, que le ayudaría a alcanzarlo. Ella levantó la cabeza, como si mi voz no le llegase de un lado sino de arriba. Después cogió mi brazo y comenzamos a caminar todo lo deprisa que a ella le era posible. Arrastraba su bastón y avanzaba con la cabeza muy agachada. Cuando apenas nos quedaban unos metros el tren silbó, cerró sus puertas y comenzó a alejarse. Blasfemé. Guapa, creo que nos toca esperar al siguiente tren, le dije a la ciega, y ella sonrió y dijo que no era la primera vez que le pasaba. A mí tampoco, añadí. Así que hablamos mientras esperábamos, seguimos hablando una vez subidos al siguiente tren, y hablamos más aún durante los tres meses que permanecimos juntos.

El primer día, el día que perdimos el tren, acabamos en mi cama. Esa noche no supe decidir si me encontraba allí porque ella me gustaba o porque me daba morbo, ya que nunca antes había estado con una invidente. La duda me hizo sentir despreciable. Ese sentimiento continuó creciendo en mí durante los siguientes meses y terminó por convertirse en una obsesión. Hasta que otro día, muy al final, con ella al lado, borracho, me besé con otra, con quien luego reí en silencio la fechoría. Entonces me sentí pequeño, insignificante. Yo nunca me había sentido así y supongo que por eso comencé a echarle a ella la culpa de todo. Era ella quien con su ceguera me empujaba hacia sentimientos que no me correspondían, o eso pensaba yo entonces. Llegué a odiarla tanto que el día que le dije que no quería seguir a su lado me concentré en hacerle todo el daño posible. El hecho de que llorase desconsoladamente y de que repitiese por qué me haces esto, por qué me haces esto, no logró, sin embargo, que me sintiese mejor.

Por supuesto no volví a verla. A decir verdad tampoco me acuerdo demasiado de ella, ni siquiera cuando me cruzo con gente en su situación. Pero hoy me he dado cuenta de que desde entonces lo primero que hago al llegar a un andén es situarme dentro de la zona verde, esa en la que los trenes de fin de semana siempre se detienen.

Fotografía de Luis Coquenão.

lunes, septiembre 11, 2006

Estamos juntos en esto

Ella trabajaba entonces en una pequeña gestoría. Allí archivaba informes y realizaba pequeños encargos rutinarios. Decía que ese trabajo no era para ella, sino para aquellas mujeres que se limitan a esperar a que sus hombres les den hijos y les animen a retirarse, y cuyas ilusiones de progreso se reducen a aquellas que atesoren sus maridos. Por ello estudiaba el temario de unas oposiciones que, confiaba, le permitirían entrar a trabajar en una biblioteca. Métodos de catalogación, sistemas de conservación de los diferentes tipos de papel y cosas así. Le encantaba leer.

Por las tardes nos sentábamos en el sofá y mientras yo veía la televisión ella se inclinaba sobre sus libros fotocopiados. Su pelo era rubio e increíblemente fino. A menudo se hacía unas trenzas que sabía que me volvían loco. Entonces yo olvidaba el televisor y contemplaba fascinado los diferentes tonos que adoptaba su finísimo cabello, más oscuro en los nudos, más claro en los extremos. Ella mantenía la mirada en sus papeles y sonreía. A veces amenazaba con cortárselo. Yo sabía que lo decía en broma, pero aún así le contestaba que eso era lo peor que me podía pasar en esta vida. A continuación ella me besaba y me decía que me quería.

El día que llegué a casa oliendo a perfume barato, con la camisa y las palmas de las manos ensangrentadas, ella apenas hizo un par de preguntas. Después dijo que aquello lo resolveríamos juntos. Tomó las riendas de la situación y se encargó prácticamente de todo. Yo no podía creer la suerte que tenía de que estuviese a mi lado. Incluso se me saltaban las lágrimas. A partir de ese día no volvió a hacerse las trenzas.

Fotografía de Michaël David André.

domingo, septiembre 10, 2006

Una linea

And I draw a line
To your heart today
To your heart from mine
A line to keep us safe

jueves, septiembre 07, 2006

Feliz en tu día

Eva me dice que no le regale un libro, que ha mirado en las estanterías y los tiene todos. Y dice que no, que zapatos tampoco, porque la alimentación de fetichismos y perversiones ha de situarse siempre fuera del contexto de la familia. Estoy de acuerdo. Hoy es su cumpleaños, y me cuenta que esta mañana sus hijas se han levantado temprano y le han preparado el desayuno y se lo han llevado a la cama en una de estas bandejitas con patas. Y resulta que se lo han puesto encima cuando aún estaba dormida, soñando con el nepalí este enano que ha salido en las noticias, y al notar el peso de la bandeja ha tenido la impresión de que el enano bailaba sobre su estómago, y se ha sobresaltado y ha dado un grito y ha tirado todo el desayuno. Dice que mis sobrinas se han puesto a llorar desconsoladas, pobrecillas, y que esta tarde no va a tener más remedio que dar su brazo a torcer y llevarlas a un McDonalds.

Más cumpleaños: el de Martina, que fue el Domingo pasado. Desde que decidió comenzar a utilizar su talento en el vulgar empeño de hacer dinero cada vez nos vemos menos, así que decidí plantarme en su nueva casa con un ejemplar de segunda mano, una preciosidad, de "La Montaña Mágica". Al recibirlo me preguntó si era consciente de que esa era la tercera vez que le regalaba el mismo libro, y salí del paso con elegancia, dando un convincente discurso sobre el intrínseco valor de las tradiciones y lo maravilloso que puede llegar a resultar que el norte esté siempre en el mismo sitio. Martina me contó después que hacía poco que había soñado conmigo, un sueño en el que ambos éramos los protagonistas de un porno de estos elegantes, muy Andrew Blake, con mucha luz cenital y mucha decoración zen y mucho plano descuadrado. Y que nos poníamos al tema de forma muy profesional y cada medio minuto venía una ayudante del director y nos obligaba a detenernos para secarnos el sudor de la cara y de los muslos. Luego me dijo que en una de las posturas que adoptamos agarré su cabellera y al tirar der ella hacia mí le hice un poco de daño, que la próxima vez tenga más cuidado. Hay que añadir que al novio de Martina, allí presente, la narración del sueño le resultaba divertidísima. El sabrá.

miércoles, septiembre 06, 2006

Demonios tus ojos

Y comenzó poco a poco a sentirse la mujer más desgraciada del mundo. Su amor, que en un momento dado había llegado a ser incondicional, se había evaporado definitivamente, y todo lo que quedaba ahora era la triste realidad circunscrita a un marido mentiroso y unos hijos odiosos que, asumida su falta de liderazgo, la tomaban por el pito del sereno. Muy pronto su tristeza llegó a alcanzar tal intensidad que adquirió la particularidad de ser capaz de contagiarse a su entorno. Así, esta mujer iba al cine a ver "Cuatro Bodas y Un Funeral" y la película finalizaba con no uno sino dos funerales, y una boda de menos. Y al volver a casa desde el cine de las fachadas se desprendían cascotes, y las flores se mustiaban a su paso, y la gente que con ella se cruzaba siempre acababa introduciendo el pie en el único charco de la acera. Pronto los que la rodeaban constataron su mal fario, no les resultó difícil, tan evidente como resultaba, y, de forma lógica, comenzaron a evitar su presencia. Así, cuando entraba en el cine los demás lo abandonaban, y cuando caminaba por un lado de la calle los demás se cambiaban corriendo al contrario.

Un día se encontraba transitando la calle que transcurría entre su vivienda y el ultramarinos cuando, no sin antes contemplar con sumo pesar cómo un rosal se secaba y una señal de stop crujía hasta quebrarse, chocó con un hombre alto y vigoroso. Estaba tan acostumbrada a que todos la evitasen que le sorprendió toparse con alguien. "¿No ha visto usted ese rosal que se mustiaba a mi paso? ¿No ha visto ese charco que le espera unos pasos más allá?" le preguntó, sorprendida. "Pues no, señorita, no he visto eso ni ninguna otra cosa desde hace veinte años, exactamente desde el día en que ciego me quedé", respondió aquel caballero, y añadió "pero si la naturaleza de su alma es siquiera la mitad de fascinante que el timbre de su voz, locos han de estar sin duda todos aquellos que evitan su presencia". Se sintió tremendamente halagada, y a causa de ello, fruto de la desesperación que nubla al que ya nada espera, intentó huir. Pero entonces aquel hombre le agarró suavemente el brazo y dijo: "mal haríamos, señorita, en no volver a vernos, ¿no le parece?". Ella, atravesada por un repentino rayo de esperanza, asintió.

A lo largo de los siguientes días quedaron para pasear por la arboleda, y luego para tomar un café, y más tarde para pedirle al trobador del pueblo que interpretase con su guitarra sus canciones favoritas. Así, llegó un día en que se animaron a ir juntos al cine, ella le narraría al oído el argumento, la película de nuevo era "Cuatro Bodas y Un Funeral", y no se imaginan cuánto le sorprendió el tener que decirle que ya no eran cuatro bodas sino cinco las que allí se sucedían, y ni rastro de funeral alguno. Después se sentaron en la plaza del pueblo, y entonces los castaños adquirieron de forma repentina un aspecto envidiable, y al comprobar que era esta vez su felicidad lo que resultaba contagioso todos los vecinos del pueblo quisieron permanecer cerca de aquella pareja tocada por una felicidad infinita. Durante unos instantes todo fue, al fin, perfecto.

Y así se sucedió este ritual de lo magnífico hasta que llegó un momento en que él comenzó a notar en su campo de visión unas sombras, y poco después unas luces que iban de acá para allá, y al fin toda una gama de colores olvidados. Se quitó entonces sus negras gafas de ciego y, extasiado, sonriente, miró a su alrededor. Contempló los bancos de la plaza, las flores de los parterres y los adornos de las farolas. Y así continuó recorriendo con su recobrada vista el paisaje hasta que su mirada por fin se detuvo en ella. Entonces a duras penas pudo disimular un gesto de evidente fastidio, no pudo evitar el bajar su resucitada mirada, y finalmente dijo: "ah... vaya... hola".

Fotografía de Lilena, vía Exigeant.

lunes, septiembre 04, 2006

Y de repente el sopor

Cuando finalmente le dieron el alta se trasladó a casa de su madre para continuar la recuperación, como ella le había sugerido, casi ordenado, y una vez allí comenzó a reencontrarse con viejas rutinas. Por las tardes, aunque aún le costaba andar y a esas horas ya se notaba un tanto cansada, le gustaba dar un paseo por el camino que iba de su casa al acantilado. Caminaba despacio, contando los pasos como hacía cuando era niña (con la edad había ganado casi cincuenta pasos), y cuando llegaba al acantilado se detenía y dejándose rodear por la brisa recordaba las importantes cosas de su vida que en aquel mirador habían sucedido.

Este ritual lo llevó a cabo durante cinco días. El quinto igualmente caminó despacio, e igualmente se entretuvo en contar cada uno de sus pasos, pero esta vez al llegar a su destino no se detuvo sino que se encaramó a lo alto de la barandilla y tras concentrarse en tomar todo el impulso que le era posible saltó al vacío. A lo lejos, mar adentro, comenzaban a adivinarse los primeros brochazos de una tormenta que pronto teñiría el agua de un magnífico color gris plateado.

Fotografía de Marc Blackie, vía The Chooser.

domingo, septiembre 03, 2006