Sebas me dijo: "B, tío, no me lo puedo creer, eres un puto follamadres. No me voy dando un portazo porque aquí no hay ninguna puerta. Venga, tira, vamos a drogarnos". Sebas todo lo arregla drogándose. Dice que no le gustan las cosas inesperadas, y que incluso las felicidades las prefiere con fechas de inicio y caducidad. Eres un follamadres, eso me dijo, con todas las letras. Les resumo la historia, desde el principio:
Tuve una novia de quien me separé mucho después de que desapareciese la pasión. En mi caso seguí porque ella tenía la manía de besarme las sienes, y a mi me encanta que me besen las sienes. En su caso, no lo sé, si la ven pregúntenle, es la de los ojos color avellana y el pelo finísimo que huele siempre a mojado. Sigo. Esta novia mía tenía una tía soltera, una señora de unos cincuentayalgo con tanta cultura como cinismo en el hablar. Hace unos años, en su casa y tras abrir un par de botellas de vino en una cena en la que también estaban su compañera de piso y mi novia, la de los ojos color avellana, le dejé caer un piropo. Bueno, mejor llamarlo mentira piadosa, porque la verdad es que, salvo unos ojos azules enormes, preciosos, el resto de su cara era un puzzle mal resuelto en el que sobresalía una nariz de proporciones animales. Y le gustó, le gustó mucho. A veces soy muy bueno en eso. El caso es que el otro día la ví en un centro comercial, y llegó un cómo estás, y un cómo te va, y un te veo bien. Y un casi no te conocí, y un me operé la nariz ¿te gusta?, y un te invito a un café. Y luego un susurro, y un roce, y un te enseño mi casa, vivo aquí al lado. Y eso. Eso. Así que definitivamente he de aceptar que soy un ser despreciable, y no sólo porque de cuando en cuando al llegar a casa me ponga un disco de Dire Straits, sino porque, como ven, el morbo maneja mi barca. Y aunque ya sé que estoy en el mejor de los espectáculos, yo aún sigo preguntándome si habrá vida en Marte.
Sebas, tigretón, ve llamando, que en un rato estoy contigo.
Fotografía de Chris Donovan.
martes, febrero 21, 2006
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