lunes, febrero 26, 2007

El exorcista

Un metro cuadrado es un espacio demasiado pequeño como para llenarlo de odio. En cambio sí que basta para abarrotarlo de amor, que es una sustancia menos densa y más adecuada para su derroche en dimensiones reducidas. Un metro cuadrado, eso es lo que separa mi puerta de la de mi vecina. El espacio que eligió como escenario de fechorías ese diablo que llevo siempre conmigo, aún no sé muy bien si dentro o alrededor.
Hará cosa de un mes, mes y algo, hice una fiesta en casa. Una buena fiesta. Mujeres, espiritosos, risas y buena música. Se nos hizo tarde. Sonó mi puerta. Abrí y allí estaba mi vecina, con esa cara siempre tan limpia, que le hace parecer tan joven. Podrías bajar la música, por favor, yo madrugo y así no hay quien duerma, dijo. Por supuesto, respondí. Aunque es posible que al llegar al salón ya lo hubiese olvidado.
Una semana después hice otra fiesta. Una muy buena fiesta. Bebimos vino rosado, jugamos al Twister y bailamos el Vogue de Madonna. Se nos hizo muy tarde. Sonó mi puerta. Mi vecina. De verdad, con este ruido no hay quien duerma, dijo. Lo siento, de veras, ahora mismo lo bajo, respondí. Y creo que esta vez sí que lo hice, pero tampoco podría asegurarlo. Ya digo que era tarde.
Tres noches después me encontraba compartiendo con Ruth una velada cuya banda sonora corría a cargo de Aretha Franklin. Ruth, considerablemente ebria, le hacía los coros, tirando de pulmón, y yo aplaudía encantado y gritaba vivas. Sonó la puerta. Esta vez no fui yo quien abrió, sino Ruth, que luego me dijo que quien había llamado era mi vecina, la cual había metido en una misma frase las palabras "harta" y "policía". No sé qué le contestó Ruth, tampoco se lo pregunté. Imagino la peor de las posibilidades.
El día siguiente al despertar comprendí dos cosas: que hay sustancias que no se deben mezclar, y que aquel metro cuadrado se me iba de las manos. Había que hacer algo. Así que bajé a la floristería y compré una rosa blanca, la cual dejé en la puerta de mi vecina junto a una nota con un escueto "Discúlpame. Tu vecino". Nada. Tres días después mi dependienta favorita me recomendó un pañuelo precioso, atornasolado en vino burdeos y negro mate, que empaquetado dejé en la puerta de mi vecina junto a, de nuevo, la misma nota. Nada. Una semana después compré unos bombones presumiblemente austriacos, de esos que por dentro llevan licores afrutados. Y allí que los deposité, en su puerta, con su correspondiente nota. Apenas una hora después sonó mi timbre. Allí estaba, al fin, mi vecina, presa de un cabreo considerable, con el rostro impregnado de un color rojo ira, que como saben se diferencia del rojo verguenza por sus notables pinceladas en berenjena. ¡No necesito que me compres nada, necesito que me dejes dormir!, bramó. Y entonces descubrí que ya me había perdonado. Porque llevaba el pañuelo. Sonreí. Ella no. Ella hizo un puchero y se volvió a su casa dando un portazo. Da igual. El amor triunfa de nuevo. Ahora en el ascensor hablaremos del clima, y me saludará a través de la ventana del Starbucks. Las cosas de nuevo lucen en tonos pastel y el aire vuelve a oler a florecillas silvestres. Que dure.

miércoles, febrero 21, 2007

El hábil plagiario

Hoy iba paseando, tranquilo, pensando en lo mucho que odio los cedés en formato digipack, y al llegar a un paso de cebra un tipo con una evidente tara mental se me ha plantado delante. Lo de la tara mental no es suposición mía, es un hecho que ponía de manifiesto su mirada atravesada. Tendría unos cuarenta años (aunque a lo mejor eran menos, que eso de la locura ya saben que envejece una barbaridad), e iba acompañado de su presumible madre, quien le seguía unos pasos más atrás. Al verme acercarme al paso de cebra, el sujeto en cuestión ha puesto cara de fastidio y a continuación ha trazado una tangente, hasta taparme el paso. He sonreído, condescendiente, y he dado unos pasos a mi derecha. Y lo mismo ha hecho él, hasta de nuevo ponerse delante, tapándome toda visión, su espalda a apenas unos centímetros de mi pecho. Y si el nivel de estabilidad mental de uno se mide por lo primero que le viene a la cabeza cuando un tarado le toma como objetivo de sus delirios, entonces el mío, señores, está por los suelos. Porque he pensado en fintarle, amagando hacia un lado para salir hacia el otro. He pensando en propinarle un ligero empujón. Incluso he considerado el fingir una agresión que me proporcionase una falta a favor... O sea, que fatal.
Fatal, pero por lo demás bien. Bastante bien. La montaña de urgencias que se acumulaba sobre mi mesa de trabajo va decreciendo, lo que supone una satisfacción y un alivio. Y aunque el bloqueo persiste, qué les voy a contar, el caso es que voy despistando al reloj defendiendo frases hechas cual si fuesen axiomas, tirando de remiendos y referencias de segunda mano, y acudiendo a los maestros en busca de chispazos que desatasquen cada anomalía. Sin escrúpulo ni medida, pero sí con un punto de sosiego, el necesario para perfeccionar cada crimen. O sea, que eso, que todo bien, mejor.

martes, febrero 20, 2007

Muita calma pra pensar, e ter tempo pra sonhar

Laura sigue en Brasil. Y yo me cago en las ambiciones personales, en los curros bien remunerados y en el puto hemisferio sur. Porque sí, porque aunque mi sociopatía es legendaria, y no pocas veces he dicho eso de que yo no quiero conocer más gente, sino que, al contrario, me gustaría desconocer a unos cuantos de los que ahora conozco, sí que hay gente que me hace falta cerca. Como, por ejemplo, Laura. ¿Que soy un egoista? Oigan, pues claro, que esto es un blog. O sea, un lugar en el que sentarse a ver cómo un tarado nos restriega su egolatría. Y el que les diga lo contrario, miente. Que, por otra parte, también es lícito. Y ya vale, que me disperso.
Hablábamos de Laura.
Con Laura ya no mantengo correspondencia escrita, ajenos a todo progreso epistolar, como se nos ocurrió hace unos meses, ya que si el sistema postal español muestra de por sí una peligrosa tendencia al extravío, el brasileño parece totalmente entregado a los encantos del azar. Una lotería. Así que ahora nos enviamos emails, otra vez. Y en estos ella me habla de cosas tan bonitas como los ombligos cariocas, y me cuenta que son tan profundos que no se les distingue el fondo, y yo mientras le hablo de una borrachera. Y ella me habla de atardeceres en la playa y lunas llenísimas, y yo entonces le hablo de otra borrachera. Y en su mensaje de hoy me dice que cuando piensa en mí lo primero que se le viene a la cabeza es mi imagen con un whisky con soda en la mano derecha y un micrófono en la izquierda, de aquel vergonzante día en el que en un karaoke londinense me lancé a interpretar el "Man Enough" de Lloyd Cole. Dice que al acabar la canción la gente me gritaba "otra, otra", lo que me induce a pensar que esa noche ella iba aún peor que yo. En fin, que entonces me he puesto a pensar en cual es la primera imagen que me viene a la cabeza cuando pienso en Laura, y resulta que es de ella despeinada, el rostro desencajado, y de su boca brotando barbaridades. Así que he obviado el tema y le he hablado de otra borrachera.

lunes, febrero 19, 2007

Sangre, sudor y sábanas

Me ha salido una llaga en la punta de la lengua. Además, el interior del párpado derecho protesta como si estuviese pariendo un orzuelo y tengo los labios cortados. Apenas llevo cuatro días de encierro tranquilo, abandonando el hogar lo justo para completar las imprescindibles labores de abastecimiento, y mi cuerpo ya ha comenzado a rebelarse. El muy cabrón se queja, renquea, finta el descanso, pide su dosis, reclama caña. Pues que se joda, porque ahora está en mis manos, y esto se acaba cuando yo lo diga.
En todo caso, y por respeto a todos los bellos momentos que hemos pasado juntos, he decidido otorgarle una pequeña tregua y darle, darnos, un paseo, cabeza gacha y mirada al suelo, que no es cuestión de abusar, por el centro comercial. Al pasar por la sección de menaje he recordado aquel día en el que JM, apostado en el quicio de la puerta de mi dormitorio, sentenció que las sábanas de color negro son de maricones, por lo que me he propuesto renovar ropa de cama, y ya de paso también de baño. Y me he planteado incorporar algún que otro detalle multicolor a la misma. Un bordado en tonos pastel, unos motivos geométricos en verde y oro, qué sé yo. Incluso he llegado a tener toallas azules en la mano. Dios mío, azules. Al ir a preguntar su precio he comenzado a tartamudear, bañado en sudor, hasta verme obligado a abortar la misión. Por lo que al final todo lo que he comprado, sábanas, funda nórdica, toallas, es, de nuevo, no podía ser de otra manera, negro. Como decía no sé quién, las revoluciones no se hacen: llegan.
Luego, ya en casa, me he puesto un capítulo de Anatomía de Grey, y en uno de esos monólogos que son para niñas de instituto público, sí, y que pretenden colar como axioma lo que son tan sólo lugares comunes, también, pero cuyo efectismo y perfecta adaptación al medio estoy dispuesto a discutir con quien haga falta, en uno de esos monólogos, decía, la voz en off ha soltado algo así como "si algo que no sabíamos que teníamos desaparece, ¿lo echamos de menos?". Le he dado a la pausa y he comenzado a reflexionar sobre el particular. Me he llevado los dedos a las sienes, tratando de estimular el riego local. Luego me he colocado una mano en la barbilla, emulando a los pensadores, estableciendo contacto telepático con la musa. Me he recostado en el sofá, para tener una más amplia perspectiva. Me he quedado frito.

sábado, febrero 17, 2007

Loop


Imogen Heap. Otra vez.

martes, febrero 13, 2007

Este mundo necesita a Jake La Motta

Eran las tres de la mañana, pasé junto a un cajero, sobre la botonera ví unas bragas rojas, y se me rompió la cabeza, por dentro. Estaba claro que sucedería, se veía venir. Demasiada exigencia, demasiado error, demasiado cansancio, demasiada gente. A ver cómo lo explico. Verán, hace un par de meses yo era yo, o eso me parecía, pero entonces la muchacha que me arropaba decidió que se iba. Esa muchacha, todo hay que decirlo, no era sólo un ser de una dulzura inaudita sino también la yo diría que segunda mujer más bella que haya visto en mi vida, con una delicadísima expresión infantil en el rostro y un pelo precioso y una sonrisa apoteósica de esas que te abren un tetra-brik sin tocarlo. Y mientras escribo esto imagino a Sebas diciendo "¡y vaya culo!". También. Por supuesto, a su vez arrastraba un buen puñado de defectos, pero sería poco caballeroso por mi parte el proceder a enunciarlos ahora que la odio. Y a lo que iba: que decidió largarse, y si me preguntan, con muy buen criterio. Y yo estaba bien, yo estaba estupendamente, porque aquello sí, pero no, pero a veces. Ya me entienden. El caso es que los que me rodean, que me quieren sin duda más de lo que merezco y que tienen la mala costumbre de dar más de lo que reciben, se asustaron. Que no piense, que salga, que beba, que no esté sólo, recordad aquello, decían. Y me han tenido no sé cuánto tiempo de acá para allá. Festividades y vísperas. Días de diario y fines de semana. Meses. Y me he emborrachado más de lo normal, y he amanecido con desconocidas, y me he torcido un tobillo, y casi me pegan varias veces, y he lanzado por la ventana enseres de gran utilidad, y acabé visitando el mar que no era. Y ayer ví unas bragas rojas en un cajero, y se me rompió la cabeza, por dentro, y apenas he podido dormir, y al abrir los ojos he visto la montaña de asuntos que he ido dejando de lado y que ahora requieren mi inmediata atención, y me he asustado, y le he dicho a Ruth que se fuese, que ya está bien, y ella ha respondido "pero podemos echar un polvo de vez en cuando, ¿no?" y he sentido algo que se parecía mucho al amor, y he cerrado la puerta. Y le he dicho a mis amigos que me voy dos semanas a Londres, mentira, para que no me llamen. Y ahora me voy a la cama. A dormir. Mucho. Y jugaré a que con esto trazo una linea que separe dos todos. Porque las cosas hay dos formas de conseguirlas: consiguíendolas, y fingiendo que las has conseguido.

lunes, febrero 12, 2007

Otra mujer

Desde muy niña Inés se supo poco inteligente, y eso le había llevado a forjar un carácter que compensaba su primitivismo con tenacidad y su falta de profundidad con una exagerada tendencia a la discrección. Muy pronto adivinó que en la vida no alcanzaría grandes metas, y que su principal objetivo se habría de limitar a pasar sin hacer demasiado ruido, agazapada, eludiendo el sobresalto, tratando de mantenerse a cubierto bajo los estrictos límites de una vida convencional. Sin embargo, aquel día de mayo y aquel calor se lo habían llevado todo por delante. Aquel día de un plumazo se habían difuminado todos sus puntos cardinales y desaparecido las rutinas que hasta entonces le ayudaban a permanecer expuesta tan sólo en lo imprescindible. Fue entonces cuando decidió comenzar a escribir en un diario, con el único afán de usarlo como toma de tierra, como motor de arranque. Ahora, seis meses después, ya se había acostumbrado a rellenarlo unas cuatro o cinco veces diarias, y en él iba anotando tanto sucesos pretéritos como declaraciones de intenciones. Apuntaba visitas al mercado y paseos de la tarde, así como definía planes inmediatos y carencias logísticas.
11 de febrero 07 - 7.35pm
Han cerrado la tienda de antiguedades de la plaza.
Limpiacristales acabado. Comprar.
Las anotaciones eran siempre de un estilo en extremo austero. Sin juicios de valor, sin el menor espacio para la floritura. Un par de lineas con el relato esquemático de algún suceso, anécdota o recado, y poco más. Para Inés el interés de lo escrito residía en la mera acumulación y la costumbre, nunca en el logro o el desenlace. Por ello jamás releía ni tampoco volvía nunca sobre lo escrito. Nunca, salvo a la primera página, la que rellenó aquel día de mayo, aquel día de calor. A esa primera página sí que volvía, cada noche, y tan sólo entregada a ella lograba conciliar el sueño. En esa página alguna vez se pudo leer "no me puede pasar a mí, no me puede pasar a mí", escrito más de cien veces, repetido como un mantra tenebroso, pero ahora era tan sólo un trozo de papel arrugado en el que la tinta se había difuminado bajo un mar de pequeñas gotas, conformando un puñado de figuras aterradoradas en diferentes tonalidades de azul, en algo así como un fatídico test de Roschard compuesto tan sólo de colosales monumentos a la pena.

viernes, febrero 09, 2007

A veces sopla un viento triste y frío

El miércoles transcurre calmado hasta que Sebas se pasa por mi casa para ver el partido de la selección y trae aceitunas, pepinillos y una botella de vino. El partido apenas nos exije en lo emocional, por lo que al cabo de no más de media hora él ya se encuentra sumergido en un periódico del día y yo en un libro de letras de canciones de Radio Futura que Sebas lleva en su mochila, ajenos ambos al guirigay de triangulaciones, contundencias y pases al hueco. Sebas pasa páginas sin rumbo fijo y y al rato se anima a apuntar que le gustaba bastante esta chica que se ha muerto, la hermana de la del telediario. Dice que le gustaba su mirada. Yo hago notar mi extrañeza dado que desde que le conozco tan sólo le he visto alternar con rubias, y él me responde que tal modelo de conducta no es fruto de un patrón sino del mero azar. Pues bueno. Más tarde abunda en sus necrofilias y me cuenta que también le gustaba la Loyola, la ministra aquella tan altiva. Dice que le gustaba su voz. No me jodas, Sebas, cómo te va a gustar esa, apunto, y él habla entonces de miradas inabarcables y gestos de intensa contención, y así hasta quedarse en un tris de convencerme. Para esas cosas yo soy muy fácil y él muy bueno. Se hace necesario añadir que toda esta conversación se desarrolla bajo los parámetros de una profunda condescencia, como si la mantuviesen dos adolescentes presumidos, que al fin y al cabo es lo que somos, ya que ambos tenemos bien presente quién viene arropando nuestros anocheceres de un tiempo a esta parte. En su caso una donostiarra de cabellos de oro y anatomía de banquete, y en el mío un puto clon de Paz Vega. Y ya, ya sé que está feo que yo lo diga, pero qué cojones, es lo que hay: toneladas de vanidad y, claro, la inmodestia no en su vertiente impostada sino en la que requiere una militancia. Qué les voy a contar. En fin, que un poco más tarde Sebas se pone el interruptor en serie B y me pide que me imagine alcanzado por una maldición demoniaca que provocase el deceso inmediato de todas aquellas mujeres que me gustasen siquiera un poco. Pues vaya faena, no iba a quedar ni una, compañero, ni una. Por cierto, gol.

martes, febrero 06, 2007

Contigo no se puede hablar en serio

He bajado a comprarme unos pantalones, pero he vuelto a casa con las manos vacías; el color marrón ya no gusta.
Vaya idiotez de frase, dirán, y es posible que lleven razón. Vale, de acuerdo, la llevan. ¡Que sí, atajo de infelices, que la llevan! Pero fíjense ahora de una forma un poco más detenida en esa frase. ¿No ven algo raro, algo diferente, algo que parece procedente de un pasado remoto? Exacto, eso es: hay un punto y coma. He usado un punto y coma. Yo. Interesante, ¿eh? Cualquier día utilizo también la palabra empatía, y la liamos. En fin.
Hoy me ha telefoneado Martina. Que está preocupada por lo de Ruth. Le he contado que ayer la agarré por la cintura, la lancé contra una pared, le arranqué el pañuelo que anudado a su cuello daba sentido a la asimetría de su camiseta, y entonces, entonces, entonces perdí pie y enganché la guitarra y ataqué el Blue Factory Flame de Mr Molina, que llevaba unos días rondándome la cabeza. "I am paralized by emptiness". A gritos. Martina calla, y luego me dice que si me lío en serio con Ruth me retira la palabra. Que no es mujer para mí. Que es sólo fachada. Que no está bien de la cabeza. Pues deja tú a tu novio, no te jode. Eso es lo que he pensado, pero no se lo he dicho, claro. Porque soy una persona que vive instalada en el miedo y cuya predisposición al enfrentamiento sangriento es nula. Martina, deja que te diga una cosa: yo te amo, y mi amor por tí es inabarcable. Incondicional como el de tu escuálido perrillo e imperecedero como el de tu gasolinera más cercana. Coño, no te rías. ¿Ves? Contigo no se puede hablar en serio.
Tras colgar Martina me ha saltado una alarma en el móvil diciéndome que hoy es el cumpleaños de cierta novia que tuve años ha. Mierda de móvil. La he llamado. Hemos hablado un rato y luego se ha puesto a llorar. Yo, mientras, modificaba ausente un documento de word y daba cuenta de un Aquarius. Porque soy una persona que vive instalada en la egocentria y cuya predisposición a la misericordia es limitada. A menudo sueño que atravieso calles imaginarias con nombres de poeta, en las que los árboles dan frutos de colores maravillosos y las ventanas tienen forma de corazón. Cuando despierto la boca me sabe a catástrofe. En fin.

lunes, febrero 05, 2007

Vigila tu Chipre

Ruth es como uno de esos cruceros carísimos por el Mediterraneo. Las instalaciones son magníficas y el programa de actividades completísimo, sí, pero no hay manera de abstraerse del vaivén. Mientras en la piscina de cubierta te das un chapuzón y contemplas a las chavalas en bikini por un momento puedes llegar a pensar que le estás besando los pies a Dios, pero por mucho que te distraigas en el instante o el conato nunca pierdes la absoluta conciencia de que aquella cosa toda ella oscila. El balanceo es unas veces apenas un titubeo, una cuna, y otras una catástrofe inminente. Sea cual sea su dimensión el caso es que jamás olvidas que aquello sobre lo que caminas es, siempre, una superficie inquieta y peligrosa. Un tumulto y un azar, todo eso es Ruth en tres dimensiones, con esa belleza suya tan insolente y de extrarradio, tan extremeña. Claro, que luego queda la Ruth horizontal, la que aparece a oscuras, esa que te susurra al oído y te abraza mucho y bien, como si te aprehendiera el alma. Esa otra Ruth es sobre todo inesperada. Porque donde suponías un delirio te entrega suavidad, donde arrebato un tacto, donde látigo edredón. Y cuando llega el instante supremo, el de la pequeña muerte, en ese momento esa Ruth se agita y te busca el fondo de la mirada y cuando lo encuentra llora, con lágrimas también. Y eso a mí me mata.
Esta mañana Ruth - no sabría decir si la una o la otra - me ha acompañado a la frutería y allí las sonrisas y familiaridades que me ha dedicado la joven dependienta al despachar le han provocado un enfado ostensible. Ese berrinche intrascendente y simpático, como de niña vestida de comunión, me ha impregnado para el resto del día de un persistente aroma a ternura y embeleso, que como todo el mundo sabe es un olor a bollo recién horneado, a fiebre y a colacao. Y no sé a ustedes, pero a mí tanta vulnerabilidad me da muchísimo por culo.

jueves, febrero 01, 2007

Las cosas que te han pasado son de lo más normal

Sueño que soy un desatascador, ventosa negra y mango blanco, perteneciente al paisaje de un cuarto de baño repleto de azulejos en tonos azulados y griferías monomando. Me despierto. La boca me sabe a tubos de escape y la cabeza me duele, aunque de una manera en cierto modo reconfortante. No sé si me explico. Comienzo a sincronizar estómago y esternón, dispuesto a soltar un profundo erupto liberador, pero en el último instante me detengo. No estoy sólo. Al otro lado de la cama hay una chica de pelo corto y moreno. Me asusto. No es la primera vez que en los últimos meses despierto junto a alguien a quien no recuerdo haber acostado, y esta costumbre comienza a resultarme un tanto peligrosa. Alargo el brazo y toco su cabeza. Despierta. Tiene los ojos hinchados y el rimmel corrido.
- Oye, ¿hemos follado?
- (Mirada perdida) ¿Eh? (gesto resacoso) ¿Cómo?
Entonces hace un movimiento íntimo que por caballerosidad no reproduciré, y continúa:
- No me acuerdo. No. Creo que no.
Se da la vuelta y sigue durmiendo.
Me recuesto y miro al techo. Decido que esta vez no culparé de este desaguisado ni a mi esencia ni a mi educación. Esta vez no me comportaré como un adolescente que responsabiliza de todos sus errores a sus padres. No, esta vez me comportaré como un adulto: le echaré la culpa al alcohol. Por otra parte, al menos en esta ocasión quien hay a mi lado no es una desconocida. Su nombre es Ruth, y es una vieja compañera de canalladas. Tambien es una de esas personas que en frío dan mucha pereza, ya que tienen un concepto del salir extremadamente irreflexivo y las sabemos capaces, al menor descuido, de conducirnos a las fosas más abisales.
Antes llevaba el pelo muy largo. Ahora lo lleva cortísimo, pero también le queda bien.
A ver, ¿que hice ayer?
Estuve en la inauguración de un bar. El dueño había puesto unas botellas a nuestro nombre. Luego tuvo que poner más. Al rato apareció Ruth, con unas amigas. Dichosos los ojos, dijo. Me he enterado de que miss mundo se hartó de tí, dijo. Supongo que entonces nos podemos volver a acostar, dijo. Luego se pasó toda la noche tarareando a mi oído canciones que hablan de pérdida, incluída esa de Mecano que dice "tu novia te ha dejado plantado y se ha ido con un soldado muy formal". La muy puta. El caso es que me hizo reir. Y cuanto más te ríes, peor, más abisal la fosa.
Luego todo se difumina.
A saber. Nos fuimos a otro bar, y luego a otro más. Bebimos mojitos. Perdí a mis amigos. Perdí mi bufanda. Estuve jugando al parchís con la hija de un camello. Ruth rompió el tacón de una de sus botas y la llevé en brazos. Nos metimos en un puticlub y nos echaron.
No recuerdo más. Ni falta que hace.