lunes, febrero 27, 2006

True Blue

Había quedado a comer con Eva y he gastado la espera apoyado en el cristal de una peluquería dándole vueltas a un documental de Madonna en el que ésta confiesa que lleva poco tiempo pensando y que no se acuerda de qué es lo que hacía antes de empezar a pensar. Mientras me preguntaba si pienso o si tan sólo creo que pienso, o si mientras decido si pienso o no pienso en realidad no pienso, una mujer muy mayor y arrugada que llevaba un bolso enorme ha entrado en la mercería de enfrente, y a través del cristal he podido observar cómo sacaba del bolso una pistola y apuntaba con ella a la dependienta. Esta ha abierto la caja y le ha dado dinero, y la mujer ha devuelto la pistola al bolso y se ha metido los billetes en un bolsillo. Al salir de la merceria me ha mirado de forma acusadora y he comenzado a pensar en qué haría Madonna en aquella situación. No he sabido cómo vestir a Madonna en mi imaginación, si de roller-girl, de cowboy o de dominatrix, pero no me ha costado nada deducir que habría hecho algo sonado: abalanzarse sobre la ladrona con un movimiento de jiu-jitsu para luego soltar un discurso sobre la falta de espiritualidad de la sociedad occidental, o algo. Pero yo, que no soy Madonna, he bajado la mirada y he disimulado, silbando, como Dick Tracy. Cuando ha llegado Eva se estaba cagando en el viento que hacía, "me cago en el puto viento de los cojones" ha dicho, literal. Ella detesta el viento, yo también, prefiero la lluvia, y por eso le he dicho "ya te digo, prefiero la lluvia", y luego le he contado que acababa de ver a una señora de doscientos años atracando la mercería de enfrente, y que no he hecho nada porque no soy Madonna. Ella ha mirado hacia la mercería y ha visto a la dependienta salir a la puerta y encenderse tranquilamente un cigarro, y luego devolver con un ademán simpático y una sonrisa el saludo a una clienta. Eva me ha preguntado entonces si se me ocurría alguna otra gilipollez o si ya nos podíamos ir a comer. Y hemos ido otra vez a ese restaurante italiano que tanto nos gusta, a Eva por su lasaña de espinacas, y a mí porque cuando pido queso rallado me traen un trozo de parmesano y un rallador.

Fotografía de Gilles Bensimon.
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