viernes, septiembre 25, 2009

Bleed you dry

Ultimamente mi existencia es un jaleo. La musa no se nos aparece hasta las tantas, la muy zorra, y lidiamos con ella hasta el amanecer, y luego dormimos hasta que cae la tarde, y vuelta a empezar. En esas circunstancias no es fácil distinguirle las lindes a los días, pero juraría que esto sucedió hace unos quince días, era viernes.
Mi hermana tenía que hacer unas gestiones con las dos niñas, cosas de madres, así que me ofrecí a ocuparme del pequeño durante unas horas. Mi sobrino es para verle: un niño simpático, rubísimo, un caramelo de niño. Así que el plan consistía en llevarle a un parque y comprobar si es cierto eso que dice mi cuñado de que con un niño así se liga mucho. Y con esa idea me dirigí a un parque cercano dominado por una gran estructura semejante a un castillo atravesado por varios toboganes, uno de esos sitios en los que los niños pueden correr, saltar, caerse y llorar. Sin embargo, en cuanto llegué entendí que mi plan estaba condenado al fracaso. Allí la proporción sería de una madre por cada veinte abuelas, así que era evidente que no tenía nada que hacer frente el señor de la chaqueta roja, el abuelo de las gemelas. Asumiendo mi derrota me senté en un banco, y mientras veía corretear a los niños experimenté en primer lugar un intenso placer, a continuación un poderoso sentimiento de pertenencia a la especie, y finalmente una intensísima sensación de fracaso personal. Lo normal. Lo que ya no fue tan normal fue lo que acaeció a continuación. Una niña, a quien un hombre sujetaba de un brazo, daba alaridos aterradores. ¡Socorro, me secuestran! ¡Socorro, socorro, este señor me secuestra! Me quedé paralizado, sobrecogido. Todo lo contrario que un hombre mayor que haciendo gala de una inesperada agilidad y un considerable conocimiento de artes marciales se abalanzó sobre el secuestrador, y en un abrir y cerrar de ojos le arrancó la cría, lo redujo con dos movimientos de gran precisión, y lo inmovilizó, un brazo a la espalda y la cara contra el suelo. Aquello era un jaleo. El secuestrador gritaba desde el suelo, pero no se le entendía nada, tal era el barullo. Varían mujeres proferían insultos, otra marcaba el teléfono de la policía. Entonces me dí cuenta de que todos menos yo habían corrido a hacerse cargo de sus niños, por lo que mi sobrino se había quedado sólo, sorprendido, sentado en la base de un tobogán. Avergonzado, me acerqué a él, disimulando. No, que ya, que lo veo desde aquí, que no le he perdido de vista ni un instante, ¿no veis?, ya está. Afortunadamente, nadie juzgaba mi instinto. Había cosas más importantes en las que reparar.
Y en ese momento una voz se alzó sobre la del resto. Una mujer hacía aspavientos. ¡Pero qué haceis, soltadle! ¡Le conozco, es Ernesto, EL PADRE! El padre. De la niña. La mierda la niña. Todas las miradas se dirigieron de inmediato hacia ella, y al sentir el reproche se tiró al suelo y comenzó a patalear. Culpable. La niña de los huevos. El experto en artes marciales soltó a su presa. Intentó disculparse. Es que pensé que... El padre no le hizo ni caso, tan sólo se levantó y ante la mirada de todos se sacudió el polvo de la camisa, se acercó a la niña, la cogió de la mano, esta vez no se resistió, y abandonó el parque. La gente comenzó a reunirse en corrillos, todos comentaban la jugada. Y poco a poco retornó la normalidad. Los niños volvieron a los columpios. Los adultos se dispersaron. Y luego todos callaron. Unos se mesaban los cabellos, otros resoplaban. Todos dedicaban a los niños miradas llenas de temor e incomprensión. Entonces mi sobrino se me acercó corriendo. Mira, tito, como Fernando Torres. Y echó a correr con los brazos en cruz, rodeando los columpios, gritando gol. El viento agitaba su pelo rubio. El sol exageraba los colores de su camiseta. Gol. Gol. Todos le miraban. Nadie sonreía.

jueves, septiembre 10, 2009

Los inconvenientes de ser puro de corazón

A lo largo del presente año me estoy viniendo abajo de manera evidente. No hablo de un proceso lento salpicado de pequeñas efemérides desastrosas, hablo de un proceso que se desarrolla a todo trapo. Hoy soy yo, y mañana soy una caricatura de yo. Y no me refiero al plano emocional, sentimental o intelectual, si es que realmente dispongo de todas esas dimensiones, no estoy seguro, sino a otro muchísimo más importante: el estético. Antes iba al centro comercial y las adolescentes me miraban con lujuria. Ahora comienzan a hacerlo sus madres. No se rían, esto es muy serio. Para el vanidoso, para el auténtico vanidoso, una pandemia que se lleve por delante a media humanidad o una muerte en la familia son reveses, pero cuatro pelos en la almohada o un labio que se afina, ay amigo, eso es una tragedia griega, un desastre bíblico, el acabose.
Martina dice que lo que me pasa es que estoy demasiado delgado, y a continuación me propone toda una variedad de zumos y yogures. Como suena, zumos y yogures. Luego soy yo el que está tonto. También me dice que me apunte a su gimnasio, pero eso ha quedado descartado de inmediato, pues una vez estuve y aquello olía a gel de baño dermoprotector y suavizante con extractos de menta, que, por si no lo saben, es exactamente lo mismo a lo que huelen los sueños imposibles.
Así que he decidido quedar con Amaya, porque está en la ciudad y porque le debía un par de llamadas, soy lo peor, pero sobre todo porque es una persona bienhumorada y siempre predispuesta al halago, y un halago es algo que hoy me podía venir muy bien. Hemos quedado en su tienda, la tiene preciosa, este otoño se llevan el negro y el verde botella, y luego hemos ido a la cafetería pija de la esquina, y yo he pedido un café y ella un menta-poleo, y coqueto he procedido a desplegar toda mi simpatía, seguro de que mi halago, mi salvavidas, estaba al caer. Pero no ha habido halago. Qué va a haber.
- Tesoro, te veo raro, ¿no has dormido bien?
- ¿Por qué lo dices? ¡POR QUÉ LO DICES!

jueves, septiembre 03, 2009

En el escenario

Atendiendo al comportamiento que exhiben después de, cabe catalogar a las mujeres en tres grandes grupos. Supongo que lo mismo podría hacerse con los hombres, pero carezco de suficientes datos objetivos, así que optaré por no generalizar. En un primer grupo podríamos situar a aquellas mujeres que permanecen en absoluto silencio, la vista perdida en el infinito, a veces encienden un cigarro. Esas son mis favoritas. En un segundo grupo encontraríamos a aquellas a las que se les desborda la simpatía, las que cuentan anécdotas jocosas y se ríen todo el rato y de cuando en cuando te hacen cosquillas. Y en el tercer grupo quedarían aquellas que buscan desesperadamente el profundizar en la intimidad, aquellas que en voz baja te cuentan sus secretos más profundos y esperan que tú hagas lo mismo. A esas no las soporto.
Ésta, por supuesto, pertenece al tercer grupo. Se acerca y me agarra con fuerza el brazo, hasta el punto de que comienzo a sentir un cosquilleo, como no afloje se me va a dormir. Emite un suave ronroneo y con sus dedos dibuja figuras sobre mi pecho. Sé exactamente lo que va a hacer a continuación, pero no me da tiempo a reaccionar. El tejido cicatrizado ofrece una mayor sensibilidad, para que nunca olvidemos que debajo está la herida y que éstas nunca llegan a cerrarse del todo. Ella hace preguntas directas y yo respondo con metáforas. No reacciona con disgusto y preocupación, tampoco con ternura y comprensión, sino más bien con admiración. No se entera ni del nodo. Buscando cambiar de tema le digo que he tenido un mal día, que siento haber sido tan brusco y que me disculpe si le he causado alguna incomodidad, pero se ríe y dice que en absoluto. ¿Bromeas? Era justo lo que necesitaba. Sí, en otro tiempo habríamos hecho buena pareja. En otro tiempo le habría contado historias que no caben ni en la imaginación de los poetas y le habría dado dos meses de velocidad y pesadilla a los que podría agarrarse dentro de diez años, cuando el mayor vuelva del judo y las pequeñas vuelvan a pegarse por la nintendo y se pregunte si esto era todo. En otro tiempo, pero ahora no. Ahora cuando me siento a ver una película y pongo los pies encima de la mesa me quedo frito. No, ahora ya no.
Entiendo que la mejor forma de huir del interrogatorio es no parando de hablar, y es con esa intención con la que empiezo a explicarle que tengo una teoría sobre las mujeres y su comportamiento después de. Le digo que según mi experiencia cabe catalogarlas en tres grandes grupos. Se ríe. Le digo que en un primer grupo podríamos situar a aquellas mujeres que permanecen en absoluto silencio, la vista perdida en el infinito, a veces encienden un cigarro. En un segundo grupo encontraríamos a aquellas a las que se les desborda la simpatía, las que cuentan anécdotas jocosas y se ríen todo el rato y de cuando en cuando te hacen cosquillas. Y en el tercer grupo quedarían aquellas que buscan desesperadamente el profundizar en la intimidad, aquellas que en voz baja te cuentan sus secretos más profundos y esperan que tú hagas lo mismo. Esas, le digo, son mis favoritas.
Luego ya sólo hablamos de ella.