miércoles, noviembre 17, 2010

Whatever words I say, I will always love you

Hago así con los brazos y de repente me siento estúpido, mediocre, muy mayor. La chica que baila conmigo no piensa igual, mira qué bien, y celebra la maniobra levantando una mano y pegando un grito. Woohoo. Luego mueve las caderas de derecha a izquierda y de izquierda a derecha con una cadencia exquisita, y de inmediato decido que preferiría morirme ahora mismo a no acabar con ella esta noche. Se acerca y nos miramos a los ojos, y sonreímos y bajamos la cabeza, y volvemos a subirla y de nuevo nos miramos, pero ya no sonreímos, y luego nos besamos, un beso de amanecer torpe, de narices desacompasadas y ojos abiertos.
- Sabes a kikos.
- Tú sabes a patatas fritas.
- Dicen que en los bares ponen frutos secos para que tengamos sed y bebamos más.
- Eso dicen.
A continuación se produce un silencio incómodo, como de reproche.
- Tengo chicles, ¿quieres uno?
- Vale.
Después me cuenta que le acaba de salir un papel humilde en minutaje pero de capital importancia. Que se acuesta con el protagonista, una escena muy tórrida, luego no quiero problemas, eso le han dicho, y después se levanta de la cama y se acerca al baño desnuda y el público al verle el culo de repente lo entiende todo, a la vez que lo hace también el protagonista. Pues está muy bien, le digo, y ella asiente. Sí que está bien. Luego me cuenta que desde su ventana se ve el dormitorio de un chaval que se masturba mucho, y me cuenta no sé qué de unas becas, y también me dice que lo que más le gusta de mí es que sé escuchar, lo cual es mentira pero me lo callo, que tampoco es cuestión de llevarle la contraria. Y algo más tarde, mientras juego a revolver a soplidos el discreto vello rubio que se le eriza en el remate de la columna dorsal, se me ocurre que quizás alcancé demasiado joven ese punto en el que uno comienza a arrastrar más entierros que bautizos, y de paso concluyo que hay algo en mí que me haría el candidato perfecto para un buen programa de protección de testigos.