jueves, marzo 25, 2010

Sitio en construcción

Los inviernos inclementes resultan devastadores para casas como la mía. Así que ahora llevo quince días en los que esto es un continuo vaivén de obreros, una sinfonía infinita de trajines y martillazos. Levantar la terraza, impermeabilizar los tejados, reparar los alféizares de las ventanas, cambiar los vierteaguas, sanear los canalones, renovar los sumideros. Para no tener que andar pendiente de las horas de entrada, bocadillo, comida y salida les he hecho a los obreros un duplicado de las llaves, cosa que a Diana no le ha hecho ninguna gracia. En otras circunstancias habría liquidado el asunto con una broma que reflejase mi carácter desprendido, pero resulta que arrastra en la familia una historia truculenta al respecto, por lo que me he visto obligado a prometerle que cuando acaben los trabajos cambiaré las cerraduras. Los obreros son todos muy bajitos y extremadamente educados, y cuando me cruzo con ellos nos sonreímos con amabilidad y mantenemos conversaciones de entretanto. Yo les pregunto "ahora estareis hasta arriba de curro, ¿no?" y ellos responden "¡y que no falte!". Yo les digo "a ver si hoy aguanta el día" y ellos responden "¡vaya invierno que llevamos!". Cuando se cruzan conmigo sonríen, y cuando se cruzan con Diana bajan la cabeza como si temiesen convertirse en estatuas de sal, lo cual he de reconocer que es un pensamiento que también ha cruzado mi mente en determinados momentos de delirio.
Ayer por la noche estuvimos viendo "Speak" mientras dábamos cuenta de una bandeja de makis, acomodados en el sofá en la posición habitual: yo sentado en un extremo y Diana tumbada con un cojín entre su cabeza y mi estómago. En un momento dado le pregunté si era feliz, lo cual es no sólo una pregunta estúpida, sino también una pregunta que no me pega nada, y como tal la recibió, incorporándose sorprendida y deslizando una sonrisa sarcástica. Luego respondió:
- Feliz no lo sé, pero sí sé que me siento especial.
Y a continuación permaneció unos instantes en silencio mientras sopesaba, lo sé, los pros y contras de plantear el correspondiente "¿y tú?". Luego cogió un maki con dos dedos, lo bañó en salsa de soja, se lo metió en la boca y volvió a tumbarse. Preguntar, no preguntó nada.

lunes, marzo 15, 2010

Small talk

- Yo a tí te conozco.
- No sé, quizás...
- ¡Ya sé! ¡Eres camarero de Le Pain Quotidien!
- ¿Qué?
- Camarero de Le Pain Quotidien, el de Velázquez.
- ¿Qué?
- La panadería... cafetería... ¿no?
- Pues no.
- ¿Seguro?
- ¿Tú que crees?
Se dio la vuelta y se marchó. Eso sucedió ayer. Quizás la chica sólo pretendía ser simpática, pero yo tenía otras cosas en la cabeza y me comporté como un imbécil. Me pasa muy a menudo. Me hago el listo o el simpático o el borde cuando no toca, y no es hasta que ya lo he hecho que me doy cuenta de que lo he estado haciendo. Más tarde, en la cama, he soñado que llevaba un delantal y sobre la mano derecha una bandeja repleta de zumos de naranja, cafés de distintos tamaños y bollería diversa, y entonces unos tipos encapuchados entran en el local y me acribillan a balazos, y la gente que grita y las tazas que se hacen añicos contra el suelo y yo que pienso "¡menudo desperdicio!". Cuando he despertado Diana ya estaba levantada, y le he preguntado si ha estado alguna vez en Le Pain Quotidien, el de Velázquez.
- Didi, ¿tú has estado alguna vez en Le Pain Quotidien, el de Velázquez?
- Alguna vez.
- ¿Te apetece que vayamos a desayunar?
- Claro.
Cuando hemos llegado estaba bastante lleno, pero aún así hemos cogido una buena mesa, junto a la ventana. He recorrido con la vista el local, fijándome detenidamente en cada empleado, pero allí nadie se me parecía ni en lo más remoto. Quizás hoy libre. Y me he sentido un poco decepcionado, como si hubiese faltado a mi propia cita. Luego me he imaginado a mí mismo, a la mitad de mí mismo, en su día libre, en mi día libre, empapelando el salón, leyendo un libro en un cercanías, pidiendo la vez en una frutería. Y he empezado a marearme, así que he intentado salir del embrujo diciendo lo primero que se me ocurriera, lo cual es siempre una muy mala idea.
- Oye, ¿tú has hecho alguna vez el amor en los baños de una discoteca o un bar o algo así?
- ¿Qué tipo de pregunta es esa?
- Bueno... no sé... es lo primero que se me ha ocurrido... no sé por qué...
- ¿Qué coño me quieres decir? ¿Que lo hiciste ayer? ¿Es eso?
- ¿Qué? ¡No! ¿Ayer? ¡No, joder, no!
Y no miento, no fue ayer. Yo sólo quería decirle que si no lo ha hecho nunca, que no lo haga, porque la leve melancolía que nos atrapa en ese instante postrero se convierte en tales circunstancias en un torrente de pena, en una profundísima sensación de inutilidad. Eso es lo que quería decirle. Pero ya no tiene sentido. No sé por qué he sacado el tema. Soy imbécil. Ahora sólo me queda escapar de ésta como pueda. Fingir, mentir, inventar. Y aún no son ni las doce de la mañana.