viernes, junio 29, 2007

La vela mayor del Alinghi, los genéricos y el vino tinto

Voy a serles sincero: hoy no tengo absolutamente nada de lo que hablarles. Todo lo que estos días me ronda en la cabeza son asuntos de los que no me apetece hablar, primordialmente porque son asuntos que tampoco me apetece pensar. Me dan pereza, les adivino la cojera a los muy hijosdeputa, sé que vienen con malas intenciones, y por tanto me limito a vigilarlos de soslayo y cuando los veo moverse echo a correr. No hagas hoy lo que puedas dejar para mañana. Así que hoy no toca nada. Si tienen algo mejor que hacer, como pulverizar los geranios o dar de comer a Vicente, el simpático hamster que tanta compañía les hace, vayan, vayan, no se corten, que hoy no se van a perder nada.
Lo que sí que puedo hacer es compartir alguna de las conversaciones que ayer tuvieron lugar en ese bar en el que acabé tras marcar los nueve números de la muerte. Ya les dije que no podía dormir, así que opté por darle al problema un enfoque agresivo. O sea, al bar, que ayer era buen día para salir en esta ciudad, sobre todo para aquellos a los que no nos disgusta que nos piropéen señores con bigote. La cosa finalmente se dispuso en formato tranquilo, y acabamos hablando alrededor de una mesa. Alguien sacó un tema de actualidad: el de que el Gobierno ha pensado en atajar el grave problema de la cocaína entre nuestros jóvenes creando cuadrillas de gente cuya intención no sea punitiva ni disuasoria, sino meramente educativa. De tal manera que cuando alguna de estas personas de bien vea a alguien en un bar consumiendo estupefacientes se acercará y le dará razones del por qué aquello que hace no es bueno. Le hablará, qué sé yo, de la familia como refugio o del deporte como alternativa. No me digan que no es magnífico. Piénsenlo. No, en serio, piénsenlo. Visto que no funcionan la amenaza carcelaria ni lo del gusano, esta vez se recurrirá a pillar al consumidor in fraganti y proceder a cortarle el rollo, un pesao mediante. Dios, es magnífico. No me digan que la política de altura no es fascinante.
Un poco más tarde surgió un tema recurrente en una mesa como aquella, compuesta de gente que por vicio, oficio o beneficio escucha más música de la que debe. El de "la mejor primera frase de una canción de la historia de la música". No tardó en salir, por supuesto, el clásico "Jesus died for somebody's sins, but not mine" de Patti Smith. Un poco más tarde apareció la necesaria mención a los Beatles, en esta ocasión en la forma de ese -yo hubiera elegido otra- "you never give me your money, you only give me your funny paper". También surgieron el más punk "Take a look at these hands! Take a look at these hands! The hand speaks!" que cantaban Talking Heads, magnífica, ni el "the only way to feel the noise is when it's good and loud" de Motorhead, declaración de principios donde las haya. Finalmente, aprovechando un breve silencio, me animé a defender que ese honor le debía corresponder nada menos que a la gran Marifé de Triana y su "en una esquina cualquiera con sus ojos me encontré, y mis veinte primaveras se me pusieron DE PIE". Lo dije de corazón, pero todo lo que obtuve fue una gran cosecha de risas. Me pasa muy a menudo. No se me toma en serio. En fin, supongo que habrá cosas peores. Como ser Jorge Bucay, por ejemplo.

jueves, junio 28, 2007

Kodomotachi

¿Alguna vez habeis recibido una noticia laboral nefasta, por inesperada, y cuando habeis llegado a casa vuestra pareja había elegido exactamente ese día para explotar, y entonces habeis comenzado a notar un intenso dolor renal? Si, yo también. O parecido. Pero hoy no ha sido un día de esos. Hoy cuando he abierto la puerta de mi casa he oído proveniente del salón la voz de Ruth. He pensado que hay demasiada gente que tiene la llave de esta puerta y que un día vamos a tener un disgusto de los gordos, pensamientos que han sido sustituídos por otro bastante más primitivo apenas he llegado al salón y he visto a Ruth con un bikini amarillo. De un tirante se desprendía una etiqueta.
- Mira, me lo acabo de comprar. ¿Te gusta?
Que si me gusta. Había pasado la mañana realizando diversas gestiones, fingiendo la más absoluta normalidad, mezclándome sin problema con mis conciudadanos en marquesinas y detectores de metales, y resulta que en mí las burocracias despiertan la bestia parda que tan bien disimulo en casi cualquier otra circunstancia. Y es que no hay cosa que me encienda más que una señorita con gafas de telefonista proponiéndome un papeleo, diciendo lo de firme aquí y aquí, y de esas he tenido hoy un par. Así que allí, en el salón, no he tenido por más que quitarme el polo con un movimiento soviético y aprestarme a dar cuenta del banquete. Ruth me ha parado en seco.
- ¿Pero tú has visto lo blancucho que estás? ¿No tendrás una hepatitis...?
La impertinencia era tan sólo la entradilla de su plan, el cual ha ejecutado a partir de ese instante con absoluta maestría. Me ha dicho que había quedado con unas amigas y sus novios en la piscina de la casa de una de ellas, me ha dicho que le acercase la falda vaquera, y me ha dicho que nos íbamos a dar un baño. Cuando he querido reaccionar ya había metido uno de mis bañadores en una bolsa y estábamos en camino. Hubiera querido negarme, exigir un preámbulo, negociar, pero he descubierto que soy incapaz de llevarle la contraria a una señorita ataviada de tal guisa. En fin, una vez junto al agua he tardado poco en constatar que sus amigas eran unas estiradas y sus novios unos gilipollas. Demonios, he tenido freidoras con mejor conversación. Pero bah, igualmente ha resultado ser un buen día: me he tumbado sobre mi toalla y me he dado un chapuzón y he fingido que estaba dormido cuando empezaban a hablar de no se qué concurso televisivo y me he puesto morenito y Ruth me ha aplicado un aftersun que olía a parque de atracciones acuático y ahora me pica un poco aquí pero me da igual. Un buen día. Sí, eso, un buen día.
Ultimamente me cuesta dormir, me gustaría tener a mano algún tipo de somnífero.

lunes, junio 25, 2007

Charlesaznavour

Charles Aznavour recibe a los visitantes en su coqueta villa nizzarda ataviado con un batín de raso en color rosa palo, con un gin tonic en su mano derecha, en copa balón , y un volumen de 'Las Flores del Mal' en su mano izquierda.
Charles Aznavour es pequeño, pero se crece en el escenario. Uno de sus guitarristas afirma haberle visto alcanzar el metro noventa durante un concierto en el Olimpia. Conviene mantener tal afirmación en cuarentena, ya que el fenómeno no está lo suficientemente documentado.
Charles Aznavour se jacta de siempre saber qué lado de la tostada es el adecuado para esparcir la mantequilla. También dice que una vez la tostada cae al suelo, lo menos importante es de qué lado cayó; sea de uno u otro lo higiénico es desecharla.
Charles Aznavour dice que le gustan las mujeres de enormes pechos, de ahí su gusto por veranear en el País de Gales.
Charles Aznavour dice que aquel que no sabe apreciar la dulzura de un mar en calma y la tranquilidad que transmite un suave viento inferior a siete nudos, en realidad no sabe nada. Cuando dice cosas así siempre te guiña un ojo.
El recuerdo favorito de Charles Aznavour tiene como protagonistas unas esposas, ropa interior de encaje roja y dos senegalesas.
Charles Aznavour tiene dos mil trescientos años. Durante ese tiempo ha sido un dedicado actor de kabuki, un fiero lancero del cuerpo de húsares de Federico el Grande y un habilidoso acróbata. Dos mil trescientos años dan para mucho.
Charles Aznavour es el depositario último de un buen puñado de lenguas muertas, incluído el gálata, lengua en la que cuando se le va la mano con los combinados gusta de hacer chistes que nadie más entiende.
Charles Aznavour es ducho en el manejo de todo tipo de armas de fuego. Lo de aquel cazador lombardo fue un desgraciado accidente.
La segunda vez que falleció Charles Aznavour, los médicos que practicaron la autopsia descubrieron que su corazón estaba atravesado por tres cicatrices. Dos eran de amor. La otra, el recuerdo de un mal día.
Charles Aznavour dice que en las caderas de una mujer se encuentra el Paraíso. Dice que en sus tobillos se encuentra el Valhalla. Dice que en sus labios se encuentra el Nirvana. Y dice que en sus pechos está, sí, el País de Gales.
Charles Aznavour se equivoca muy a menudo, pero cuando acierta lo hace a lo grande. Por eso, a partir de hoy obviaremos sus errores. Y no se hable más.

viernes, junio 22, 2007

Bisolvon compositum

Me falta nariz para tanto moco. Llevo encima un trancazo que no me tengo. Los excesos recientes, el sobre-pensar el futuro y el sobre-dudar el presente, todo eso me pasa ahora factura. Y aquí estoy, doliente, tirado en un sofá en tierra extraña, haciendo nada, sólo. Hasta hace un rato. Porque mi anfitrion no me ha avisado de que los viernes viene a limpiarle la casa una señora. Así que cuando ésta ha abierto la puerta me ha encontrado con el bisolvon en una mano y el mando a distancia en la otra. En calzoncillos.
- ¡Hola!
Ha comenzado a barrer y a limpiar el polvo, y al poco me ha dicho que a ella los gays no le caen mal, para nada, que de hecho le caen fenomenal, y que además su hija tiene un amigo que es gay. Definitivamente, alguien estaba allí dando por hecho algo que no debía.
- Me pasa como con los negros. Hay gente que no los traga, pero a mí me caen bien. Entre usted y yo, prefiero a los blancos, claro. Pero un puñadito de negros aquí y allí no le hacen daño a nadie.
Luego ha ido a la cocina y me ha preparado un vaso de leche con no sé qué, un mejunje de color marrón que sabía a rayos.
- Tómeselo, verá como se siente mejor. Ya ve, ustedes son personas muy sensibles y, claro, enferman más a menudo que los hombres normales. Bueno, no quiero decir que no sean normales. Usted ya me entiende.
Ha acabado de hacer sus cosas y se ha ido. Me dolían demasiado los ojos como para leer, así que he apagado la televisión y me he tumbado. He cerrado los ojos. Me he imaginado a Paris Hilton escalando la estatua de la libertad. He imaginado a Laura Bush lanzándose a un lago helado para salvar a unos niños con patines. He imaginado a Charles Aznavour gritando "soy inocente, soy inocente". He imaginado a la señora racista preparándole un estofado a la alegre leonesa. Me he quedado dormido.

miércoles, junio 20, 2007

Nos dirán que salgamos con los brazos en alto. Tú ni caso

Iba paseando por el centro cuando desde un andamio me ha caído un martillo. Lo he visto venir por el rabillo del ojo, a duras penas he podido esquivarlo y ha acabado estampándose contra la luna del coche que allí había aparcado. El cristal se ha hecho añicos. He mirado hacia arriba. El operario que ha cometido el desliz ha optado no por pedir disculpas, sino por esconderse. Me he quedado petrificado. Los transeúntes me han encontrado parado junto a la luna rota, junto al martillo, y he visto cruzar por sus mentes la sospecha de si no sería yo el causante de la fechoría. Si raro es ver caer un martillo desde un andamio, más raro es ver a aquel sobre quien cayó aceptándolo en silencio. Así que he comenzado a gritar, teatral, más por quitarme de encima las sospechas que por genuína ira.
- ¡Pero bueno! ¡Un martillo! ¡Estais locos o qué! ¡Os voy a denunciar!
Y he echado a andar, gesticulando airado. Dos calles más allá me he detenido. Me he metido en un ciber-café, tratando de huir de los peligros que acechan en cada esquina, en cada cruce, ya sean martillos voladores, la delincuencia organizada o la apertura de un nuevo Starbucks. La desgracia nos rodea. Y he aprovechado que me sentaba frente a una máquina extraña, en un entorno desconocido, para entrar en esta misma página y escrutarla en tercera persona, como si fuese de otro. He leído un buen puñado de entradas, y al margen de todos esos defectos que por evidentes se hace innecesario enumerar también he encontrado algo inesperado. Me he encontrado a un tipo entrañable. Y no me refiero a entrañable como el doctor House o Carod Rovira, no. Entrañable como Alfredo Landa, entrañable como un reproductor VHS. Un espanto.
Más tarde me han llevado a cenar a un restaurante que era una monada. Moderno, juvenil y elegante a partes iguales. Pura hostelería catalana del siglo XXI. Toda la ropa de mesa, también la cubertería, toda, era de color negro, en mate. Era precioso. Aunque costaba un poco encontrar la servilleta o saber donde meter el tenedor, eso también. La luz era muy tenue, una invitación a la conversación relajada. Apenas se distinguían los rostros de tus acompañantes, por lo que al volver del baño he temido haberme sentado en una mesa que no era la mía. A lo largo de la cena, in vino veritas he dejado caer un par de axiomas incontestables. Verdades irrefutables, sentencias válidas para cualquier plazo, palabras que se movían en los límites mismos de la retórica, ensanchando los confines del lenguaje. Frases de las que uno echa mano en momentos de zozobra, verdades como puños construídas a partir de conceptos universales. Pero ahora no las recuerdo. Siempre me pasa igual.

martes, junio 19, 2007

Sometimes I trip on how happy we could be

Me quedo. Me voy. Me quedo. Me voy. Llevo un tiempo encadenado a ese mantra. El día antes de coger el avión estaba decidido a quedarme aquí, entonces aún allí, unos días. El mismo día del vuelo ya había cambiado de opinión. Así que he venido sin apenas ropa. Ayer mismo decidí de nuevo que me quedaba, y luego lo contrario cuando ya era demasiado tarde para llegar al aeropuerto a tiempo de coger mi vuelo de vuelta. Ahora me veo paralizado por la duda, dispuesto a hacer una cosa y su contraria de forma casi simultanea, varado en la barcelonesa vivienda de un amigo que estos días anda ocupado localizando exteriores, eso dice. Y mientras él encuadra fachadas y desestructura parques yo me voy al mercado a olfatear pescaderías y luego, cuando cae la tarde, fantaseo con disfrazarme de neopreno y aletas y adentrarme en el mar, a ver hasta dónde llego. Bueno.
La noche de autos perdí el teléfono, di por hecho que de manera irrecuperable. Esta mañana mi anfitrión ha recibido una llamada de Eva. Me la ha pasado. Mi hermana me dice que me ha llamado al móvil y que se lo ha cogido una chica que se ha referido a mí como "Houdini". Me ha preguntado por qué, y le he dicho que no lo sé. Parece que se me cayó en su habitación, ya sabía yo que me dejaba algo. Por otra parte, la verdad es que no sé cómo no se me ocurrió llamarme. Al tiempo que convoco hecatombes me empeño en obviar las opciones más elementales. En fin, que la he llamado -me he llamado- y he quedado con ella en un café del centro. Es elegante, es alegre, parece buena persona y conjuga verbos como una campeona. Me ha dicho que como escapista soy un asco, y también que la pillo por los pelos ya que esta misma tarde coge un avión hacia su León natal. No llevábamos ni cinco minutos hablando, pero me ha dado por pedirle que no cogiese ese vuelo, que se quedase conmigo en Barcelona, que podría cocinarle guisos marineros y relatarle historias de corsarios repletas de personajes de inconcebible valentía. Me ha mirado como si estuviera loco, y antes de irse se ha reído otras tres veces. Me ha dicho que ha grabado en mi agenda su número de teléfono. Hemos quedado en llamarnos. No recuerdo su nombre.

lunes, junio 18, 2007

Yo te propongo un desliz

Está bien esto de llevar un diario. Sirve para, por ejemplo, acordarte de qué le regalaste a tu sobrino por su último cumpleaños, y evitar así repetirte. O para recordar cuándo fue la última vez que despertaste abrazado a un retrete, eso también. Te vas a marzo y mira, ahí está, el día de las dos estudiantes de filosofía. Aquella vez la taza al menos era mía. Esta vez no. Esta vez no es de nadie. Bueno, sí, de un hotel. Ni siquiera es el baño de mi habitación, es la de ella. Vamos a peor. Me he levantado, he salido del baño, me he puesto los pantalones y he abandonado la habitación andando de puntillas, tan rápido que juraría que me he dejado algo. Sí, los zapatos en la mano, a medio vestir. Sí, soy de esos.
Estuve viendo a Uffie. Uffie estuvo bien, y hubo mucha más gente que el año pasado a causa de la que están liando con Justice. Pero, bah, a quién coño le importa un concierto. Los conciertos son como los incendios: no importa cuántos apagues, siempre surge otro. A la mierda los conciertos. De lo que de verdad me apetece hablar es de las parejas rotas. Porque se me ocurre que existen dos tipos de personas: los que ante una ruptura echan la culpa al otro, y los que se echan la culpa a sí mismos. Si son ustedes de estos últimos, fuera de aquí, largo, no les quiero cerca. Pusilánimes. La primera regla de toda relación, si pretende uno sobrevivirla, conservarse, es: "la culpa siempre la tiene el otro". Siempre. Y si lamentan aquel día lluvioso en el que no cogieron el teléfono para llamarla y decirla cuánto la querían, piensen que el mismo trabajo le habría costado a ella hacerlo. Y si lamentan aquel día, en aquel andén, en el que no se decidieron a echar a correr tras el tren, piensen que mucho menos trabajo le habría costado a ella bajarse. Y si lamentan aquel día en el parque, cuando ella se despidió y desapareció entre los árboles y... los árboles y las lágrimas y... Los árboles. Mierda.

viernes, junio 15, 2007

Dejadme tranquilo. Yo no puedo solucionar nada, dejadme tranquilo

Ya estaba despierto cuando ha sonado el teléfono. El tipo gris, el de lo de Brooklyn. Dice que le disculpe el acoso, pero que tiene instrucciones de no aceptar un no por respuesta. Ha triplicado la oferta, e incluso ha apelado a mi patriotismo. He estado por decirle que en realidad mis documentos dicen que soy suizo, pero, total, para qué, iba a dar igual, es de esas personas que hablan solas. Hemos quedado en volver a hablar la semana que viene. He bajado a desayunar y la camarera me ha dicho que estoy muy feo y que debería afeitarme. Es verdad, ha rematado una clienta. He cogido una mesa y mientras leía el periódico he tratado de adivinarme el precio, dicen que todos tenemos uno. He llegado a la conclusión de que el mío seguro que es barato, y que el problema reside más bien en que no acabo de saber qué es lo que vendo. He subido y me he afeitado. Luego he estado comiendo con alguien a quien hacía tiempo que no veía. Hemos hablado del culo de las estrellas del porno, de Scarlett Johansson y de los inviernos baleares. Más tarde he tratado de cambiar mi vuelo, pero no he podido, así que salgo a las siete. He quedado con estos en el bar, y la novia de Sebas me ha regañado por afeitarme, dice que antes estaba mejor. Al rato se han ido. Se ha hecho de noche. He estado con JM hasta las seis, y nos hemos metido cuatro millones de rayas.
Y no he vuelto a pensar en tí hasta que he llegado a casa.
Y ya no he podido dormir como siempre me pasa.

miércoles, junio 13, 2007

Don't want to know if you are lonely

Esta noche he soñado que entraba en la casa de Gran Hermano. Allí, tras convencer al resto de participantes de mis bondades como cocinero, les envenenaba volcando el contenido de mi anillo borgiano en las macedonias de frutas servidas como postre. A la mañana siguiente no despertaba ni uno. Vencedor. Luego, en el plató, Mercedes Milá alababa mi sentido de la estrategia al tiempo que vigilaba con el rabillo del ojo la distancia existente entre mi anillo y su vaso de agua, mientras los familiares del resto de participantes, de las víctimas, daban muestran de deportividad y empleaban expresiones como "el mundo es para los listos" o "así es el juego".
Me he despertado sobresaltado, pues siempre he preferido llenar mis noches de crímenes pasionales que de asesinatos en masa. Y he supuesto que el motivante de tal escabechina habría que buscarlo en la fiesta a la que ayer me llevó Sebas, y en una lamentable combinación de alcohol y mala conversación. En la fiesta en cuestión Sebas me presentó a una muchacha que tras decirme un "tenía muchas ganas de conocerte" me estuvo hablando de las elecciones municipales, el G-8 y el accidente de Kubica. ¡El accidente de Kubica! ¿Estamos todos locos o qué? Un par de veces estuve tentado de dejarla con la palabra en la boca, pero afortunadamente Sebas me adivinó el gesto y acudió al rescate. Y mira que la chica era mona y portaba con salero un culito respingón, así como de frutera, pero nada, que no me ha provocado ni un pensamiento impuro. Tan sólo deseos de matar por docenas. El accidente de Kubica. Vamos, no me jodas.

martes, junio 12, 2007

Palingenesia

Que pienso ahora que entre quedarme a que me rasquen el lomo cien tíos encorsetados y ver a Uffie a las tres menos cuarto en el Polígono Pedrosa me quedo con esto último, seguro, y que después por mi ausencia se ofenda quien quiera. Que se queden con sus menús japoneses y sus personalidades invitadas y sus halagos, que se jodan, que no entienden nada, que se les escapa hasta lo básico. Ahora no estoy para recovecos. Mi hermana tampoco, y me dice que tenga cuidado, que últimamente la prosa se me abigarra y se me embarroca, y que cuando pierdo de vista el sarcasmo me pongo feo, y creo que tiene razón y que quizás me quede en Barcelona un tiempo, que me apetece ir a la playa a pringar el portátil de arena mojada y además conozco a alguien que tal vez quiera darme una vuelta en barco. Mal seguro que no me hace. El aire, el agua, el acento y todo eso. Lo que sí que me hace mal es lo de hoy, que me han ofrecido pasar un tiempo en Brooklyn, llevando a cabo una tarea muy juvenil y muy moderna y muy de pintarla, y ahora me arrepiento un poco de haberme mofado tanto del que lo ha hecho. Pobre, seguro que lo hacía con buena voluntad y además él no tiene culpa de que haya bestias que me es imposible dominar. Igual mañana le llamo y me disculpo. Igual no. La verdad es que ahora echo mucho de menos aquellos tiempos en los que era inteligente, en los que no cabía ninguna duda de que lo era. Y echo de menos esa otra vida en la que sabía dibujar, que seguro que hubo una en la que supe, lo sé, esas cosas se saben. Y me arrepiento de todas aquellas horas que malgasté aprendiendo a tocar el violín. Porque el violín es un instrumento de pelirrojas y maricones. Dibujar, no. Dibujar ha de ser precioso, y los que dibujan seguro son personas que están más allá del bien y el mejor, de los reproches y los arrepentimientos, de los perdones y la lástima. Si yo supiese dibujar hoy no se me habría escapado la mujer de mis sueños, esa con la que me he cruzado en Goya con Príncipe de Vergara. Pero me acompañaba otra y no he querido hacerle el feo. Y es que no sé dibujar. Tengo manos, pero siempre las llevo atadas a la espalda. Lo siento.

domingo, junio 10, 2007

No vale reírse de los solos

Abro los ojos y veo la espalda de Ruth. Tiene un brazo situado bajo la almohada y el otro cae fuera de la sábana, apretando ésta contra su cuerpo. Me alegro de tener la manía, una de las manías, de no utilizar ropa de cama que no sea negra, tan magnífica me resulta la combinación de colores que conforman la almohada y su cabello oscuro, la sábana y su cuerpo bronceado. Estimo posible que sea eso y no otra cosa el origen de la manía.
Entonces, no sé muy bien por qué, recuerdo un bloc de post-its en diferentes tonos pastel que me regalaron hace años y que durante un tiempo utilicé a diario para dejarme notas en la mesilla, notas que rellenaba al acostarme y releía al despertar. Tareas a completar el día siguiente, recordatorios, ideas apenas aprehendidas y otros asuntos de similar pelaje. Llamar a fulanito, reunión con menganito, comprar un transformador. Hasta que un día desperté y descubrí horrorizado un post-it en el que se leía un escueto "Huye". Nada paranomal, era mi letra. "Huye". Por supuesto, no volví a utilizarlos, que no parece apropiado para un adulto sano el mantener comunicación epistolar con su subconsciente.
Ruth despierta y se gira. Tiene mala cara. Ayer se nos fue la mano. Teníamos muchas cosas pendientes de no-celebrar. Sin más preámbulos, en frío, pregunta:
- Oye, ¿tú alguna vez me echas de menos?
Pienso "no, a tí no". Pienso "huye". Pienso muchas cosas, pero finalmente me limito a decirle:
- ¿Sabes qué te quedan muy bien las sábanas negras?
Sonríe.

jueves, junio 07, 2007

El medallista de plata

Martina me ha llamado y ha propuesto que nos apuntemos a nadar, sábados y domingos, a cualquier hora entre las diez y las dos. Y aunque he de reconocer que la perspectiva de pasar un rato junto a semejante moza, mojada y en bikini, resulta harto tentadora, he terminado por declinar su oferta. Que me conozco, que soy lo peor, que acabaría haciendo el canelo, presentándome borracho, o borracho y sin gorro, o borracho y sin gorro y sin bañador. Así que le he dicho que yo no, pero que se apunte ella, que tiene la voluntad más limpia, y me ha dicho que pasa, que total lo hacía por mí, que ella en lo físico se ve bien. Qué sibilina la amiga. Después, en el bus, un bus que apestaba como veinte campings de playa, me ha invadido la sensación de que el tiempo últimamente me transcurre en sentido horizontal, sin picos de intensidad ni sobresaltos, sin cruces de caminos ni cunetas, y luego al ir a colocarme los auriculares me he equivocado de botón y de la radio ha surgido un tipo con voz de putero de jueves que analizaba las diferentes maneras de reducir la distancia existente entre nosotros y nuestros anhelos. He tratado de elegir la idonea para mi caso, pero pronto me he dado cuenta de que para acercarme a mis anhelos primero necesitaría tener alguno. Vaya faena. Así que he considerado el parodiarme un rato y fingir uno cualquiera, qué sé yo, uno bien caro, hasta que el sonido del móvil me ha rescatado del trance. Era Eva, para decirme que estaba en un barco y que acababa de descubrir que odiaba el mar. Porque, dice, no se está quieto. Así que le he dicho: "hermana, dirán lo que quieran, pero cada vez nos parecemos más", y ella ha zanjado la cuestión con un escueto "anda ya, no jodas". La familia, ese asidero. Pues eso. Al bar.

miércoles, junio 06, 2007

Un, dos, tres, responda otra vez: ¡La felicidad!

Se acercó con sigilo, se situó a mi espalda y colocó sus manos sobre mis ojos.
- ¿Quién soy?
Ni idea. No tenía ni idea de quien era. El timbre de su voz no me resultaba familiar. En absoluto.
- Venga, dí, ¿quién soy?
Traté de concentrarme en su olor, buscando una fragancia conocida. Nada. Ni idea. Finalmente me soltó y se colocó frente a mí. Tenía las mejillas sonrosadas, era de mi altura y estaba embarazada. Reconocí en sus ojos el equívoco; no me conocía. Me había confundido con otro. Pero no por ello perdió la sonrisa. A continuación, para mi sorpresa, cogió mi mano y la llevó a su vientre.
- Mira, toca. Está dando patadas.
Noté un golpe seco y luego otro más suave. Levanté la vista, aturdido, y ella soltó una leve carcajada. Después se alejó mientras se despedía con un brazo en alto.
- ¡Ya nos veremos por aquí!
Seguí recorriendo los pasillos del teatro, algo desorientado, y fue entonces, al doblar una esquina, cuando me topé con Silvia. Nos quedamos mirándonos el uno al otro, sin saber qué decir. La noche había sido muy larga, habían pasado demasiadas cosas. Demasiadas como para ser capaces de asimilarlas en apenas unas horas. Demasiadas como para poder ahora dedicar una conversación a cualquier trivialidad. Y así permanecimos, el uno frente al otro, mirándonos a los ojos. Mudos. Petrificados. Dos estatuas de sal compartiendo una misma Gomorra. Finalmente, sin pensarlo demasiado, sin pensarlo en absoluto, cogí su mano y la conduje hasta mi frente.
- Mira, toca. Está dando patadas.

lunes, junio 04, 2007

¿Conoces el camino a San José?

Hoy podríamos tratar infinidad de asuntos. Podríamos hablar de la manera adecuada de observar un eclipse, del aniversario del Sgt. Pepper's y hasta de una mujer embarazada. Pero me va a ser imposible. Hoy resulta que tengo los bullicios parasitados en el intestino, y que encima este alma perra se empeña en empujarme los dedos hacia combinaciones inverosímiles, incapaz de trazar naturalezas que no sean material de papelera o niños muertos. Así que hoy no va a poder ser. No, hoy no, y mañana tampoco. Ahora dudo si exorcizarme los excesos mediante autoagresiones o si bajar a una cabina a realizar llamadas muy cochinas a ex-amantes elegidas al azar, supongo que buscando reafirmarme en la idea de que lo contrario de la brisa no es la calma sino el torbellino. Así andamos. Y poco más. Que no se preocupen por mí, que estoy estupendamente, entregado a una horizontalidad casi perfecta y con Dusty Springfield aquí a mi verita susurrándome al oído aquello de "Keys that jingle in your pocket, words that jangle in your head. Why did summer go so quickly? Was it something that you said?". O sea, que todo bien, todo en su sitio, más o menos.