viernes, agosto 28, 2009

El padrino

- ¿Cómo que el padrino?
- Pues eso, el padrino. Del niño. En el bautizo. Lo hemos hablado y queremos que seas el padrino.
- ¿Queremos? No me hagas reir. Tú quieres que sea el padrino, tu chico quiere que me muera.
- Qué va a querer que te mueras, gilipollas...
- Vale, pero tampoco quiere que sea el padrino.
- Que sí que quiere.
- ¿Se lo has dicho?
- No, ya le damos la sorpresa en la iglesia. No seas imbécil, pues claro que se lo he dicho.
- No me lo creo.
- Pues llámale tú y se lo preguntas.
- Y a tí tampoco te veo muy convencida.
- Mira, no vas a conseguir cabrearme. Y vas a ser el padrino.
- Pero es que creo que no puedo.
- Por qué, a ver...
- Porque no soy católico y el cura no me va a dejar.
- No te van a hacer ningún examen, sólo tienes que estar allí y salir en las fotos.
- ¿Seguro? ¿Se lo has preguntado al cura?
- Se lo he preguntado al papa.
- Tú ríete, ya verás como luego no me dejen.
- Que sii, que te deejan.
- No sé. ¿Y qué tengo que hacer?
- El bautizo es el domingo a mediodía, tienes que pasar la noche del sábado en mi casa, te preparo una habitación.
- Anda. ¿Es una tradición de los bautizos?
- No es ninguna tradición, es que te conozco.
- O sea, que no te fías de mí, pero quieres que sea el padrino.
- Para unas cosas no me fío, para otras sí. Y mi hijo no se va a bautizar sin su padrino.
- Pues no me parece normal que por un lado estés diciendo que...
- Que no me marees. Vas a ser el padrino, y punto.

miércoles, agosto 19, 2009

En el hemisferio sur es invierno

¿Alguna vez han llegado a casa y han oído un revuelo procedente del salón, y al llegar al mismo han visto a su hija con un ligue, ambos sentados, tiesos, quietos, en silencio, en el televisor anuncios? ¿Nunca? Bien, eso está bien.
Yo jamás rompí una guitarra por simple pose. Todas las que cayeron lo hicieron porque no se dejaban domesticar, las muy hijas de puta, y acababan encontrando su merecido estampadas contra la pared. Mi acercamiento a cualquier aprendizaje fue siempre desastroso. Peor: enfermo. Cuando jugaba al ajedrez me sabía todos y cada uno de los movimientos de todas y cada una de las partidas de mis jugadores favoritos. Cuando agarro un libro que me resulta interesante soy capaz de leer durante cincuenta horas seguidas, y no es hasta que al fin lo cierro que caigo en que tengo sueño, que tengo hambre y que me meo. Para mí una tarea novedosa no es un pasatiempo ni una ilusión ni un reto, es una carencia fatal, un defecto al que hay que poner remedio de inmediato. Huelga decirlo, como estudiante fui una pesadilla. Mis calificaciones eran buenas, pero mi actitud era nefasta. Al comunicarle a un profesor uno de mis catorce cambios de colegio juraría que le vi llorar de alegría.
¿Alguna vez han llegado a casa y se han visto asaltados por un silencio excesivo, y al llegar al salón han visto a su novia tirada en el suelo, un bote de pastillas vacío encima de la mesa? ¿Nunca? Bien, eso está muy bien.
El problema era el aburrimiento. Esa suerte de aburrimiento atroz que conduce irremediablemente a la estupidez. Sería más tarde cuando al fin aprendiese mi mejor truco: cuando nada de lo que haya a tu alrededor te importe una mierda, abstente de buscar nuevos retos; limítate a disimular. Cuando seas incapaz de ilusionarte con nada, cuando se te acaben los sueños, finge. Elige a una persona cualquiera de tu entorno y vampiriza sus ilusiones, hazlas tuyas. Deseo ganar el dinero necesario para comprarme un vehículo velocísimo con el que hacer viajes de placer a Suances. Pues que así sea. Deseo sentar la cabeza junto a una mujer bella, inteligente y muy valiente. Pues que así sea.
¿Alguna vez han llegado a casa y han oído un revuelo procedente del salón, y al llegar al mismo han encontrado al fantasma de las navidades pasadas, el de las presentes y el de las futuras jugando a las cartas, y uno de ellos se ha girado y ha exclamado "¡de puta madre, nos faltaba uno!"? ¿Tampoco? Joder.

jueves, agosto 13, 2009

Aquí el que no tiene seis tiene media docena

Los que en su momento fuimos el patito feo sabemos valorar la importancia de sentirnos admirados por el otro, dice. No sé de qué narices me habla. Y no sé por qué emplea el plural. Yo nunca he sido un pato feo. Yo siempre que he cambiado ha sido a peor, como todo el mundo, no me jodas. Los que hemos estado al otro lado del espejo sabemos de la enorme importancia que en este mundo tiene la primera impresión, dice. ¿De qué habla? ¿Qué espejo? Me está empezando a tocar los cojones. Aquí la primera imbécil que se compra unas tetas ya se cree que es Sharon Tate. Vaya mierda de fiesta. Tontos para parar un tren. Me refugio en la barra e intento arrancarle una sonrisa a la camarera. Este es sólo un trabajo temporal, yo en realidad quiero ser actriz, dice. Más tópicos no, por favor. A la primera oportunidad que tengo abandono la fiesta. Junto a la guapa del programa de risa y el guionista chistoso. La guapa del programa de risa propone ir a un bar en el que nunca le cobran. Llegamos y está cerrado. Propongo otro bar y el guionista chistoso otro más. Vamos al tuyo. No, mejor al tuyo. Insisto, al tuyo. No, por favor, al tuyo. Vamos al suyo. Allí tampoco cobran a la guapa del programa de risa. Qué suerte la mía, dice, y no sé si es ironía o si de verdad no se entera de lo que pasa. El guionista chistoso me cuenta que en la cara oculta de la luna hay un Ikea y un McDonald's a medio hacer, la mierda la crisis, y que el lugar ideal para establecer otro Las Vegas no está en Los Monegros sino en los Altos del Golán. Bailo un twist con la guapa del programa de risa. Exacto, un twist. Tiro una copa y el camarero dice "¡no pasa nada, todos cometemos errores!", y al principio pienso que es amabilidad, pero no es eso. Cuando la guapa del programa de risa comienza a bailar con los brazos en alto y el guionista chistoso la mira como si se estuviese planteando el sedarla con cloroformo y encadenarla en un sótano sé que ha llegado el momento de irse. Cuando llego a casa intento no hacer ruido, pero lo hago. Le podría echar la culpa al alcohol, pero sería engañarse; lo cierto es que soy un patoso. Entreabre los ojos y hace un mohín de ternura.
- ¿Qué tal la fiesta?
- Mal. Te he echado de menos.
- Sí. Seguro.

miércoles, agosto 05, 2009

Arrivederci Roma

Mientras doy cuenta de unos linguine con mejillones y pecorino le digo a Diana que desde que hemos retomado nuestra relación todos los de mi entorno me tratan mucho mejor. Mis padres han dejado de mirarme como si les hubiese salido torero. Mi hermana dosifica sus sarcasmos. Mis amigos me invitan a compartir actividades las mañanas de Domingo. Diana dice que a ella le sucede exactamente lo contrario. Su madre le llama tres veces diarias. Sus amigas le dicen que tenga mucho cuidado. Señalo lo curioso que resulta el que los suyos me responsabilicen a mí de nuestra ruptura, y los míos también. Y ella dice que de curioso no tiene nada. Y lo hace sin levantar la vista de la bresaola con rúcola y queso grana. Con un no-gesto aterrador. Aguas procelosas. Mejor huír. Cuando llegamos al postre ya hablamos de otra cosa. Mis conversaciones son siempre muy desestructuradas. Hay a quien eso le resulta simpático. Esta vez le cuento que cada vez que paso junto a un kiosko de prensa me recuerdo de niño comprando el USA Today. Dedicando días y días a estudiar cuidadosamente sus kilométricas páginas de estadísticas deportivas en letra minúscula. Yardas de carrera, puntos ganados sobre el primer servicio, greens en regulación, porcentajes de bateo, clasificación de metas volantes, ratio de asistencias por balón perdido. Qué feliz era entonces. O no, qué cojones, feliz no era, pero sí que todo parecía más sencillo. La vida aún no se había cruzado en mi camino.
Acompaño a Diana hasta su curro y nos besamos en la puerta. Me temo un beso melodramático, con abrazo y media lágrima. Así que bajo las manos y le toco el culo. Se zafa un poco y me llama cerdo y se ríe. Ha funcionado. Luego me pregunta qué planes tengo para la tarde. Le digo que no tengo ninguno. Ver la tele, tocar un poco la guitarra, limpiar algunas fotografías. Cuando desaparece en el enorme portal busco un taxi y le digo que me lleve al aeropuerto. Tengo que ir a recoger a Zoe. Mientras voy en el taxi trato de explicarme por qué le he mentido. Una mentira absurda, con la que nadie gana, se va a dar cuenta cuando vuelva, no tiene ningún sentido, no hay nada que esconder, es mentir por mentir. Le doy vueltas y no encuentro explicación alguna, pero sí tengo claro a quién se lo dedico. A sus familiares y los míos. A sus amistades y las mías. Con cariño, siempre vuestro.
En el taxi de vuelta Zoe me dice que Croacia no es para tanto pero que los croatas están buenísimos.