lunes, octubre 30, 2006

Monday Paracetamol

kono michi wa
yuku hito nashi ni
aki no kure

Ulrich Schnauss - Monday Paracetamol (A Strangely Isolated Place, 2003)

domingo, octubre 29, 2006

Reunión de vecinos

En el orden del día tan sólo figuraba un asunto de gran calado: el ascensor, de nuevo estropeado. No nos costó nada llegar a la conclusión de que aquello suponía un tremendo engorro. Incluso el vecino del bajo estuvo de acuerdo, algo que a nadie extrañó ya que es una persona con una natural propensión a la solidaridad, y que siente las moestias que sufren los demás como si fueran propias. El problema surgió cuando pretendimos mesurar el grado de fastidio de cada cual ya que, comprendimos, un ascensor que no funciona es siempre una incomodidad relativa. Yo expuse que a quien más afectaba era a mí, ya que vivo arriba del todo, en el noveno. La señora del quinto, sin embargo, dijo que para ella era aún peor, ya que no se encuentra muy bien de salud y por ello cada escalón se le hace eterno. La señora del tercero pidió entonces la palabra y sostuvo que para ella sí que suponía un trastorno fenomenal, ya que se veía obligada a subir con su hijo pequeño en un brazo y el carrito en el otro. A continuación callamos, analizando de forma cuidadosa los diferentes grados de perjuicio a los que nos veíamos sometidos como colectivo, tratando de alcanzar el conocimiento más certero de la situación a la que nos enfrentábamos. En ese momento el poeta del sexto amable se ofreció a escribir un soneto que en cada verso recogiese los estados de ánimo de cada cual. "Muy bien", dijo la señora del carrito; "sería bonito", añadió la del quinto. Y rápidamente cambiamos de tema. Después los demás vecinos, conocedores de mi habilidad para con los números, me propusieron que idease una fórmula matemática que a través de algoritmos bisiestos, homeomorfismos y subespacios vectoriales encerrase el sentimiento global de nuestro portal, tomado como un todo. Anuncié que la tarea bien podría resultar titánica, pero aún así acepté. Todos me dieron la mano, y quedamos emplazados para estudiar la progresión del asunto la próxima semana. Ahora, cuando en las escaleras me cruzo con los vecinos -el ascensor sigue estropeado, curiosamente- todos me preguntan qué tal llevo mi fórmula y me dan ideas y también muchos ánimos. Bueno, todos menos el poeta, quien, segun me cuentan, desde la última reunión de vecinos me mira con recelo, aunque yo la verdad es que no he notado nada.

Fotografía de Roman Sluka.

jueves, octubre 26, 2006

Algunas personas odiamos los finales felices

“Some people—and I am one of them—hate happy ends. We feel cheated. Harm is the norm. Doom should not jam. The avalanche stopping in its tracks a few feet above the cowering village behaves not only unnaturally but unethically. Had I been reading about this mild old man, instead of writing about him, I would have preferred him to discover, upon his arrival to Cremona, that his lecture was not this Friday but the next. Actually, however, he not only arrived safely but was in time for dinner".

Vladimir Nabokov, Pnin (1953)

Fotografía de Patrick Hoelck.

martes, octubre 24, 2006

Una pérdida de tiempo

Estoy de pie y agarro por la cintura a Alicia, quien a su vez rodea mi cuello con sus brazos mientras apoya la espalda en un coche verde. Lleva la chaqueta de color naranja que le regalé ayer, su cumpleaños. La calle es muy estrecha, por lo que la llegada de cada transeúnte nos da la excusa perfecta para apretarnos un poco más el uno contra el otro. Estoy tratando de contarle algo, pero ella, traviesa, me besa el cuello y hace ruidos. Cuando me aparto un poco para poder seguir hablando, con su mano derecha me revuelve el pelo. Eso es algo que no soporto, y protesto. Ella me sonríe, y yo le devuelvo la sonrisa. Entonces giro la vista hacia mi derecha y veo a Isabel que nos mira y luego se lleva la mano a la boca, en un gesto que es a la vez sorpresa y profunda decepción. Me embarga un sentimiento de culpabilidad.

En ese momento reparo en que esa escena es imposible. Tengo a Alicia, con su chaqueta naranja nueva, entre mis brazos. Tengo 19 años. A Isabel en cambio no la conocí hasta los 23, y fue a los 25 cuando tuvimos a Leo. No entiendo nada. Sin embargo, siento que debo decidir junto a cual de las dos estar en este preciso instante, por temporalmente imposible que parezca. Vuelvo la vista hacia Alicia y ella comienza entonces a mover un dedo a unos centímetros de mis ojos, y me dice que lo siga con la mirada. Detrás del dedo su cara comienza a difuminarse. Todo es cada vez más raro. Cierro los ojos.

Cuando los abro de nuevo el dedo sigue ahí pero ya no es Alicia quien lo mueve, sino un hombre calvo que un instante después lo aparta de mí y lo utiliza para hacer un gesto dedicado a alguien a quien no veo mientras grita: "¡No puede!". Me revuelvo y protesto: "¡No!, ¡sí que puedo!". Alicia revolviendo traviesa mi cabello o Isabel con nuestro Leo de la mano. Sí que puedo. Sólo necesito un minuto más. Reparo entonces en la presencia, junto al hombre que clama mi incapacidad, de tres tipos que visten exactamente igual, algo que por alguna extraña razón no me resulta ridículo. Parecen preocupados y me preguntan si estoy bien. El aire huele a cesped recién regado. Estoy mareado. A lo lejos oigo una voz que grita "¡levántate ya, cuentista!".

Fotografía de Katarzyna Widmańska.

lunes, octubre 23, 2006

Soy panadero, trabajo en un horno, y por las noches...

Hoy he cogido el teléfono, he llamado a Martina, y le he recriminado que ahora siempre tengo que telefonearla yo, que ella no lo hace nunca, que qué pasa, que si ya no me quiere. Ella me ha dicho que no siente la necesidad de llamarme porque entra aquí una vez por semana y para ella eso es como si hablase conmigo, y que así ya sabe cómo estoy. ¿Y cómo estoy ahora?, he preguntado. Ahora mismo estás un poco tonto, ha respondido. Yo le he dicho que esto como diversión, para jugar a ser seis y hasta como terapia, sí, vale, pero que como sustitutivo de una mirada, pues como que no lo veo. Ella ha dicho que vaaale, que no sea tontito, que mírale, pobrecito, y que me va a llamar más.

Luego me ha dado un repaso. Ha dicho que le hace mucha gracia cuando convierto los títulos de los post en una especie de gymkana de referencias cruzadas y dobles sentidos, pero que no le gustó nada eso de "pelármela como un mono". Dice que esa no es una expresión adecuada para un sitio fino, y que si sigo diciendo cosas así jamás me querrá nadie y me moriré sólo. Yo le he contestado que eso, morirse, es algo que siempre se hace en solitario. No empieces, ha zanjado ella, y después se ha ensañado diciéndome que, por cierto, eso de la "presencia agradable" sería antes, porque lo que es ahora estás hecho un asquito.

No he tenido más remedio que decirle que tanta crítica así, en Domingo, amenazaba con hacer mella en mi autoestima, y entonces, su sed de mal al fin saciada, ha cambiado de tema y me ha comentado que ahora todos los Domingos por la mañana bien temprano sale a correr con su chico. Y que si me apunto. Cuando han cesado las carcajadas me ha dicho que se ha comprado para la ocasión un conjunto rojo delanike que es una preciosidad y que le va divino con, atención, el color de los auriculares de su iPod. Huelga decir que he aprovechado la ocasión para igualar un poco tan bronco partido. Por último ha añadido que su chico está un poco fondón y que al pobre le cuesta un mundo seguir su ritmo, pero que se deja el alma porque es consciente de lo muchísimo que se liga haciendo footing los Domingos por la mañana, y que sabe que si la pierde de vista luego igual se la encuentra tomándose un café con cualquier fulano. Me asegura que en un mes le tiene hecho un pincel. Luego ha gritado que se le quemaba algo, y ha colgado.

Fotografía de Robyn Swank.

viernes, octubre 20, 2006

Montar en globo y oler la nieve

Nada, que he visto que no había en toda la primera página ni una sóla foto de una chavala amarradita de esas que solían engalanar estas paredes no hace tanto, y he pensado que no, hombre, que no, que hasta ahí podíamos llegar. Pero que eso, que se me había pasado pero que ya está, que pueden ustedes seguir con lo que estuviesen haciendo.

Aunque, en fin, ya que estoy aquí voy a compartir con ustedes alguna tontería de las mías. Si quieren pueden dejarlo en este punto, incluso lo recomiendo, que me da a mí que de aquí no va a salir gran cosa. Están avisados. Pues verán, que ando estos días pensando a menudo lo muchísimo que me gustaría dejar de fumar, de ahí el título del post precedente. Pero no puedo hacerlo. Y no porque carezca de la voluntad necesaria ni porque sea impermeable a las campañas institucionales ni por lo de yoconmicafelito, no, nada de eso. Yo si no puedo dejar el tabaco es sencillamente porque yo no fumo. No, no soy fumador, y nunca lo he sido - algún trócolo si se tercia en eventos sociales o partidos de regional, y pare usted de contar -, supongo que debido a que eso de fumar es un hábito que se adquiere en la adolescencia, cuando te sirve para soslayar el miedo al sexo opuesto a la vez que para reafirmarte en una madurez que a falta de experiencias que la avalen se hace necesario fingir. Pero qué quieren que les diga, que uno por suerte o por desgracia ha compensado de siempre sus carencias psico-afectivas con una presencia en extremo agradable y, eso, que para practicar el grito de Tarzán jamás me hizo falta agarrar cigarrillo alguno. Ya, ya sé, menudo fantasmeo me acabo de marcar, soy consciente. Pero, nada, se fastidien, que yo ya avisé de que sólo venía a cambiar el poster de la pared. Yo sigo.

Ya les digo que me gustaría estar instalado en esa dinámica en la que uno se dice "hoy no, que he tenido un mal día, pero a partir del próximo lunes...", y tener un objetivo vital de esa índole inofensiva en el que dejarme unas cuantas neuronas e intenciones a cada amanecer. Vaya, que como entretenimiento, como ideal de logro y hasta como elemento socializador, lo de dejar de fumar tiene un no se qué que me seduce. Y por eso a veces pienso que también es mala suerte que uno haga gala y a menudo incluso apología de todos los vicios conocidos, menos del más común. Y yo del resto de vicios, la verdad, no me quiero deshacer, ni siquiera de los más tontos. No me sobra ni el de coleccionar discos de cantantes francesas de pelo largo y liso, ni el de saludar siempre a los conductores de autobús y las cajeras del hipermercado, ni el de pelármela como un mono. Por cierto, y ya que este post definitivamente no hay quien lo enderece, diré que el hecho de que, tras más de un año de andadura, en este blog no se haya tratado aún el tema de la masturbación, ni en su dimensión artística ni en la meramente pedagógica - ni hablar de la throbbingristlesca, por supuesto - da idea de que esto ni merece llamarse blog ni merece llamarse nada.

La fotografía, cortesía del embriagador William David Reichardt.

miércoles, octubre 18, 2006

Es fácil dejar de fumar si sabes cómo

El asunto no tiene nada que ver conmigo. Tiene que ver con un hombre que recostado en su sofá en lo más profundo de la madrugada escuchaba paciente el sonido de su teléfono. Un hombre que de nuevo decidía no descolgarlo, porque ya sabía quién llamaba. Bueno, en realidad no sabía exactamente quién era, pero sabía que era aquel a quien no conocía pero de quien llevaba recibiendo llamadas cada quince minutos, desde hace dos días. Era una voz extraña, desconocida, de un hombre de edad avanzada, no anciano pero sí de unos cincuenta y cinco o sesenta años, que cada vez, sin variación alguna, le decía: "yo sé lo que has hecho y de mí no puedes escapar".

No le parecía posible que pudiese nadie haber descubierto a esas alturas que habia descuartizado a su mujer y había guardado en la cámara frigorífica del sótano los pedazos metidos en bolsas de plástico duro verde. No había hecho ruido alguno, ni tampoco había nadie podido notar aún ninguna ausencia. Así que durante estas últimas horas había tratado de convencerse de que aquellas llamadas eran tan sólo producto de su enferma imaginación. Sugestión. Nada real. Sin embargo, cuando más cerca estaba de lograrlo volvía a sonar el teléfono, siempre igual, y al descolgarlo oía de nuevo, tan real como lo más real que hubiese oído jamás, esa voz que le decía "yo sé lo que has hecho y de mí no puedes escapar".

Así que comenzó a lamentarse de no poder llevar a cabo su idea primigenia, la de alimentarse de los restos de su mujer hasta que estos se agotasen para después acudir de alguna forma que aún no había planeado a unirse con ella donde quiera que estuviese. Si es que estaba en alguna parte. Un plan que ahora le resultaba de todo punto imposible ya que el sonido de aquel teléfono le resultaba absolutamente insoportable. Imposible. Totamente imposible. Decidió entonces cargar en su furgoneta las pesadas bolsas de plástico duro verde, después se encaminó hasta el descampado que había entre el chalet de los Arcata y la subestación eléctrica, y una vez allí cabó con una pala un hoyo no especialmente profundo donde enterró los pedazos de su mujer, recubiertos estos de una mezcla aleatoria de piedras y arena.

Al regresar a su casa se recostó de nuevo en su sofá y nervioso se limitó a esperar que sonase de nuevo el teléfono. Así transcurrió media hora. Nada. Apretó el puño e hizo un gesto victorioso. Siguió esperando. Dos horas más. Nada. Comenzó a inquietarse, nervioso por lo que suponía aquel silencio. La locura. Entonces fue cuando comprendió que acababa de cometer un gran error. Un inmenso error. Abatido, no se le ocurrió otra cosa que encender la radio. Una mujer de voz muy dulce que se anunciaba a sí misma como terapeuta, así, en genérico, recomendaba diferentes formas de abandonar el tabaco. Acupuntura, parches de nicotina, hipnosis. Nuestro hombre se dijo entonces en voz alta: "yo me sé otra".

Fotografía de Ali Smith.

lunes, octubre 16, 2006

Cinemática desenfocada

Pues al final este fin de semana resultó casi maratoniano, como uno ya esperaba al ver acumulados hasta tres eventos a los que de ninguna manera quería faltar. El Viernes concierto de Tunng en el Apolo barcelonés, el Sábado lamanodelkun en el Teatro de las Pesadillas y el Domingo los Comets en el Nasti. He de hacer notar en este punto que los cambios de escenario repentinos, la velocidad y en general todo aquello que implique un desplazamiento provoca en mí un par de efectos neuronales de consecuencias imprevisibles. El primero, que cuando me muevo con una cierta velocidad dejo de sentir que soy yo el que se desplaza, y paso a percibir que es el resto del universo el que lo hace. Alguna suerte de egocentrismo, se diría, de no ser porque lo mismo me sucede con frecuencia cuando pretendo mover mi brazo izquierdo. En esas ocasiones, para conseguirlo he de concentrarme en dejar la mencionada extremidad en la quietud más absoluta, para a continuación mover al compás todo el resto del cuerpo. Parece complicado, pero cuando le coges el gusto tiene su aquel.

Dos efectos, dije. El segundo consiste en la alta tensión que me produce el viajar, tan extrema que para lograr atenuarla tan sólo me funciona una cosa: delinquir. Ayer en concreto, tras darle un par de vueltas a las diferentes opciones a mi alcance, opté al final por acercarme a una gasolinera de la Nacional 3 con mi Mustang del 75, un Cobra II al que quiero más que a mis hijas. Allí adquirí una lata de gasolina que a continuación fui derramando desde un surtidor de la gasolinera en cuestión hasta unos doscientos metros más allá, y desde esa distancia prudencial dejé caer sobre el inicio del charco mi mechero gris marengo de Reformas Hernán. La explosión fue de veras preciosa, en particular la primera llamarada de rebordes amarillos magníficos que vi penetrar como un puñetazo gaseoso en el imponente cielo azul. Por desgracia, al día siguiente observo que los fallecidos en tamaña explosión no han sido sumados al total de víctimas de la operación retorno, así que supongo que el objetivo gregario que perseguía, el de dejar de una vez por todas de ver cuantificadas de forma tan macabra las bondades del nuevo carnet por puntos, a todas horas, en todas partes, no ha sido alcanzado. Una pena, seguiremos perseverando.

La foto, del club Mustang islandés.

viernes, octubre 13, 2006

Farmacias, gatos, sábanas, saliva, periódicos...


Hubo un tiempo en que anduve obsesionado con Plaid, dúo pionero de aquello que se dio en llamar IDM (Intelligent Dance Music). Eso fue más o menos por el 2001, cuando las cuatro canciones que se sucedían como punto de partida de su "Double Figure" ("Eyen", a la que corresponde el video, "Squance", "Assault On Precint Zero" y "Zamami") sentía uno que configuraban el mejor arranque que jamás hubiese escuchado en un disco de música electrónica. Antes de "Double Figure" ya habían hecho "Not For Threes" (1997) y "Rest Proof Clockwork" (1999), dos discos igualmente impecables, trufados de canciones magníficas, como "Rakimou", "Lilith", "Ralome" "Dang Spots", o aquella demostración de sabiduría melódica que bautizaron como "Kortisin".

Aquí abajo os dejo su "Lilith", del año 1997 y a la que ponía voz Bjork, y "The Launching Of Big Face", de este 2006, un tema de métrica perfecta que demuestra que aún cabe esperar de ellos unos cuantos brochazos de genio.

Plaid - Lilith (feat. Bjork)


Plaid - The Launching Of Big Face

miércoles, octubre 11, 2006

Yo pago mis impuestos, y también tus vicios y tus cosas

He llegado a casa y he visto a Diana sentada en el sofá, las piernas abrazadas, las rodillas en el pecho, y mirando la televisión aunque sin prestar la menor atención a los canales que iban sucediéndose fruto de su errático golpear en la botonera del mando a distancia. Dios, ¿cómo puede haberse enterado tan pronto?, he pensado, y el pánico no ha remitido hasta que me ha confesado que el motivo de su pesar no era yo y mi circunstancia, sino una bronca recién mantenida con su buena amiga Araceli. Ha intentado detallarme los pormenores de la disputa pero le han salido apenas un puñado de reproches inconexos rematados en un llanto que no he tenido más remedio que abrazar. Lo que parecía producirle un mayor pesar es que en el calor de la discusión su amiga ha llegado a decirle algo así como "claro, para tí es muy fácil decir eso, tú que lo tienes todo", algo que Diana me contestaba, como haciéndome partícipe de la autoría de tal frase, con un apenadísimo "¿acaso ahora tengo que pedir perdón por las cosas que he conseguido, acaso tengo que disculparme por tener un rostro bonito, acaso debo ahora fingir que no disfruto con las cosas que disfruto?".

Y, vaya por Dios, que resulta que este post se me acaba de escoñar en lo que he ido a cambiar de párrafo, ahora que me aprestaba a dejarles una sesuda reflexión sobre la necesidad insoslayable de aletargar el genio para ser capaces de mimetizarnos con el entorno, o sobre la conveniencia puntual de fingir y limitarnos a gozar en silencio según qué pequeñas victorias para no provocar un agravio comparativo en la más o menos sinuosa autoestima de aquellos que nos rodean. Sí, a la mierda todo, porque resulta que acaba de telefonear la tal Araceli y han acabado las dos amigas, como era de esperar, enfrascadas en una cháchara melosísima en la que se repetían mil veces expresiones como "perdón, perdón" y "nunca más, nunca más" y "yo también te quiero". Y, claro, ahora ya no tiene sentido teorizar sobre el concepto "la comunidad: interacción entre sus miembros" cuando de lo que de verdad va la vaina es de la necesidad de meterle de cuando en cuando un dedo en el ojo al vecino, para que no se olvide de que estamos ahí. Y, en fin, que me veo obligado a dejarles en este punto, hoy están de suerte, ya que resulta que a la señorita que hace apenas unos minutos navegaba en la miseria y que ahora flota en nubes de amistad imperecedera le apetece salir a celebrarlo, y me grita desde el aseo que se pinta en un minuto y nos vamos, y que vaya apagando la música, y que ¡qué bien, qué bien!. Así que nada, que eso, que luego les veo.

Fotografía de Deconstructed Beauty.

martes, octubre 10, 2006

Being Natalia Verbeke

El verdadero problema de cortarse el pelo no reside en el mero hecho de cortárselo. El problema está en que luego te guste como te queda.

Hay días, semanas, en los que encontrar sinónimos supone una tarea titánica, y el negarse entonces a acudir al wordreference se convierte no sólo en cuestión de resistencia semántica, sino en declaración de principios. Tener mucho que decir pero no encontrar la forma adecuada de hacerlo supone en el fondo un problema de naturaleza mucho más íntima de lo que pudiera parecer, porque quien no acierta a encontrar las palabras que reflejen el sentimiento que quisiera plasmar lo que en el fondo demuestra es que no sabe bien qué decir. El hecho de que el paladar me pida en este punto utilizar el vocablo 'numismática', así, de la forma más inconveniente y sin venir a cuento, supone tan sólo un síntoma más, un síntoma que sumar a otros cuantos, como el tan reciente odio irracional a los rectángulos de proporciones aureas o el rechazo instintivo a los jerseys de pico. Les parecerá una tontería, pero les aseguro que no lo es. Y que no, que les digo que lo mío no es falta de perspectiva, y ya que estamos tampoco de ambición, aunque también. No, lo mío es pereza, pura y dura. Y que ya está, que ya lo he dicho: pe-re-za, sí, el auténtico vórtice tragalotodo de nuestro tiempo, el influjo bajo el cual han perecido tantas y tan brillantes psiques de nuestros días. Y no es que pretenda compararme con nadie, pero si uno no es capaz de igualarse a aquellos a los que admira en la cima de sus virtudes, qué menos que tratar de medirse en la sima de sus defectos, ¿o no?. Y vale, que sí, que siempre queda la impostura, claro, esa que en las circunstancias más extremas es capaz de mitigarlo casi todo, esa que rodeada de las dosis adecuadas de cinismo para con uno mismo y habilidad para el plagio es capaz de asemejarse a una verdad. Pero con eso hoy como que no basta. No, no en un día como hoy, en el que lo que apetece es asomarse al balcón y gritar algo grueso y si se tercia saltar, aunque sea hacia adentro.

Al que todo esto le resulte ajeno y hasta inconveniente, pues nada, que desfile, que aquí no damos facilidades de pago. Que apriete el rewind y se vuelva a un Septiembre cualquiera, que allí se está calentito. Y, bueno, que por lo demás, la salud, la familia y eso, todo bien.

lunes, octubre 09, 2006

The Inside Man

Me he despertado de madrugada, por una mala postura, un ruido o algo, y he ido al baño, no porque tuviese necesidades noctámbulas, sino porque cuando uno pierde el hilo del sueño es mejor levantarse y reiniciar al completo la rutina, antes de que aparezcan la angustia y el abismo. He entrado en el baño, decía, me he mojado el rostro, y cuando he levantado la mirada he visto en el espejo, frente a mí, a un tipo moreno, con cara de buena gente y la mirada un tanto atormentada. No era yo. Luego he comenzado a reparar en el entorno, y he visto que mis azulejos a tonos verdes y rojos habían mutado en paredes pintadas de color amarillo, y que la mampara marfil y plata había sido reemplazada por una cortina de baño de color blanco. No, ese tampoco era mi baño. En mi brazo, mío en lo sustancial que no en lo esencial, he descubierto entonces una pulsera desconocida en la que se podía leer un "Marisa". En ese instante he oído una voz que me preguntaba "¿estás bien?", pero no me ha parecido que esa voz viniese de la habitación contigua, sino de otro lugar más lejano, como si su recepción no se produjese a través de mis oídos, sino de mi hipotálamo. No sé si me entienden.

Fotografía de Zed Nelson.

viernes, octubre 06, 2006

Acordarse del agua en la sequía

En mi casa hay una gotera que ha sobrevivido a cuatro arreglos de tejado. La verdad es que no me molesta, primero porque es muy difícil que a mí me importune cualquier inconveniente doméstico, y segundo porque tampoco gotea mucho y además lo hace a través de una zona, el tambor de la persiana de una ventana interior, que no resulta demasiado evidente. Me he acostumbrado a la gotera, a la que un par de veces he pensado incluso en darle un nombre, uno de mujer, claro, y he resuelto hasta ahora la situación colocando debajo a modo de atrapafluídos un albornoz pasado de kilómetros y también la olla express, que no utilizo por razones filosóficas, porque me gusta que las cosas duren lo que deben. Diana en cambio no es tan indulgente con el entorno, por lo que ha acabado llamando a un especialista en cubiertas. Así que se ha presentado un chaval que ágil se ha encaramado al tejado y que tras cosa de media hora de golpes y paseos ha bajado. A Diana le hablaba apoyándose en la pared que tenía más cercana y metiéndose las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros. A mí me miraba de soslayo. Ha dicho que ha forrado un par de tejas que amenazaban problemas y que ha cambiado el vierteaguas. No estoy seguro de que haya sido esa la palabra exacta que ha utilizado, pero me gusta pensar que sí. Luego ha dicho que el agua una vez que llega hasta tí es imparable, que es capaz de gastar años abriendo camino, centímetro a centímetro, hasta que encuentra una salida, y que su lugar de entrada puede perfectamente encontrarse a unas decenas de metros de su destino, lo que convierte su encauce en una tarea titánica. Yo he prestado mucha atención al razonamiento, intentando metaforizarlo. Diana, mientras, asentía, apoyada en una puerta y con las manos en los bolsillos traseros de su minifalda vaquera. Luego me ha mirado por encima del hombro, con un punto cómico, y más tarde me ha lanzado una media sonrisa de complicidad. Entonces el operario, percatándose de la mofa, me ha mirado como diciendo "vaya" y yo he enarcado mis cejas como respondiendo "ahí tienes tus dos tazas".

Fotografía de Manuel Libres Librodo Jr, vía Нотатник.

jueves, octubre 05, 2006

No olvide hacer más ejercicio

De verdad que estos días pensaba dejarles un poquito de ficción de esa que no lo parece, la narrada en primera persona, esa con personajes recurrentes y anécdotas livianas. Pero es que es posible que sea estos últimos días la persona con menos gracia de todo mi portal, y aquello que escribo acaba inexorablemente cubierto de un manto de melancolía que lo vuelve todo gris. Por lo que es lógico que su destino natural no sea en ningún caso este crisol de mamarrachadas, sino la papelera de reciclaje. Al fin y al cabo, todos sabemos que este formato tan frugal que tienen delante, tan de ojear de pasada mientras uno se zampa un yogourt, premia al cínico que llevamos dentro y desprecia al asténico. Estimula la sorna y penaliza la atonía. No me digan que no.

En fin, les diré que hoy, sacando del horno un panini de campofrío - carne picada, tomate, pimiento y mozzarella, di vi no - me he quemado el dorso de la mano, al intentar extraer con mi proverbial torpeza de la bandeja un aguerrido pedacito de queso fundido. Nada, apenas un rasguñito, una tontería sin importancia, no se crean. Pero Diana se ha asustado, y he tenido que arrebatarle el teléfono de entre las manos porque ya estaba llamando a ambulancias, bomberos y sacerdotes.

Andaba en babia porque hoy me ha citado el viejo PJ en un local de Pilates que tiene a medias con su ex mujer para proponerme un negocio, un negocio que la verdad es que no veo nada claro. Y eso que él ha utilizado todas sus armas, como pronto he comprendido al ver desfilar delante nuestro unas cuantas monitoras del gimnasio, todas ellas de diferentes etnias y tonalidades, con sus pantalones ajustados y sus camisetas cortas y sus complexiones impecables. Al final no he tenido más remedio que soltarle a PJ un "qué bien que me conoces, so cabrón".

En casa, por la noche, hemos estado visionando el segundo capítulo de "Studio 60" y Diana no ha soltado ni un momento mi infortunada mano, que de cuando en cuando conducía hasta las cercanías de sus labios para soplar dulcemente sobre la abrasión. Recuerdenme que en cuanto encuentre un hueco vuelva a achicharrarme.

La foto pertenece a este Flickr dedicado exclusivamente a señoritas orientales que tampoco lo ven claro.

martes, octubre 03, 2006

Tampoco es para que te pongas así

Isabel está sentada en una mesa de la cafetería de la universidad en la que ejerce de profesora de Estadística. Tiene las manos en el rostro, en la mano derecha un pañuelo de papel arrugado. Ha quedado a comer con Inés, a la que acaba de confesar que está viviendo las peores veinticuatro horas de su vida. Se alegra de haber quedado con ella, ya que es una persona optimista que sabe siempre levantarle el ánimo. Pero hoy tendrá que esmerarse.

Isabel le cuenta a Inés que ayer Héctor dijo que se sentía vacío, dijo que se sentía atrapado, dijo que echaba de menos su ambición, y dijo que se arrepentía de tantas cosas que en verdad se arrepentía de todo. Y que luego metió un puñado de cosas al azar en su maleta y se fué. Hace una larga pausa y niega con la cabeza. Sigue. Le cuenta que apenas durmió y que esta mañana le ha costado mucho levantarse, que notaba que le dolía todo el cuerpo, y que ojalá se hubiera quedado en la cama. Dice que al comenzar a dar la primera clase del día ha notado que sus alumnos le miraban de forma diferente. Que cuando se giraba y fijaba su vista en alguien, ese alguien bajaba la mirada. Que oía risas a su espalda. No le parecía posible que supiesen nada aún de su ruptura, así que pensó que quizás se estuviese imaginando cosas. Pero no era eso. Otro profesor le dijo después, llevándole a un aparte, que un alumno había descubierto un video en internet, de apenas unos treinta segundos, en el que se la ve caminando por una calle del centro, al principio a lo lejos, luego el zoom se acerca concentrándose en sus pechos, que se agitan alborotados bajo un fino jersey gris. Lo siento, Isabel, pero creí que era mejor que lo supieras, le había dicho el otro profesor, y después le dio la dirección de la página y le dijo: denúncialos. Isabel dice que al oír aquello se derrumbó, lo que me faltaba, y que salió corriendo. Dice que a estas alturas ya lo debe saber todo el edificio. Luego dice - está perdiendo los nervios - que no quiere volver a sentirse avergonzada de su anatomía como cuando tenía catorce años, y que tiene ganas de huir, de irse lejos, que no piensa volver, y pregunta por qué las desgracias nunca vienen solas. Inés le responde que ha de calmarse y pensar, que debe concentrarse en tratar de divisar libertad donde ahora le parece que hay soledad, y una razón para exigir respeto donde ahora sólo ve un motivo de verguenza. Que ella es lo que es, y que debe luchar para defenderlo. ¡Lucha, Isabel!, le dice, y también que la vida no se acaba ni en un hombre atormentado ni en puñado de post-adolescentes hiperexcitados. Que ella es más fuerte que todo eso. Tú eres mucho más fuerte, dice, y le agarra la mano. Isabel se calma un poco y asiente con la cabeza, aunque no ha prestado atención a nada de lo que le ha dicho su amiga. Tiene la cabeza en otra parte.

Mientras conduce de vuelta al hogar, parada en el enésimo semáforo, se imagina a Héctor abriendo la llave del gas y metiendo la cabeza dentro del horno, y ese pensamiento le hace sentirse un poco mejor. Cuando al fin llega a casa va hasta su ordenador y teclea la dirección donde se encuentra su video. "Candid_greywobblemd06". Al reconocerse en la pantalla toma aire, y lo ve una vez, otra, y después lo pone en reproducción continua. Se recuesta en su silla, y sin apartar la vista del monitor introduce suavemente una mano bajo la cintura de su pantalón y comienza a tocarse. Mientras, de su ojo derecho brota una lágrima que descuidada, como si quisiese alargar eternamente su trayecto, serpentea entre los surcos que el placer va esculpiendo en su mejilla.

Fotografía de Félix Larher.