martes, junio 08, 2010

Todo lo que quieras

- ¿Cómo que no?
- Pues eso, que no.
- ¿Y se puede saber por qué?
- Para empezar, porque tengo por norma no liarme con nadie que vaya más borracho que yo.
- Yo no estoy borracha.
- Has tirado dos copas.
- Se me resbalan.
- Ya.
- Venga, te dejo que me hagas lo que quieras.
- Muy amable, pero no, gracias.
- Todo lo que quieras.
- Gracias, pero no.
- Pero no me puedes rechazar, ¡soy famosa!
Me llevo la mano al bolsillo y finjo que me vibra el teléfono. Disculpa, tengo que coger esta llamada, digo, y me alejo con el móvil pegado a la oreja, fingiendo que alguien me habla. Una vez fuera del bar, apoyo la espalda en una pared, resoplo y guardo el teléfono. Luego lo vuelvo a sacar y llamo a Marta. Hola, hola, qué tal, qué tal.
- Vaya sorpresa. ¿Cuánto hacía que no hablábamos, seis meses?
- ¿Tanto?
- Tanto. Ahí será tardísimo, ¿no? ¿Qué hora es, las cuatro?
- Las dos. Es que estoy en un bar, y me estaba agobiando y he salido y he pensado en llamarte.
- Agobiado, ya. ¿Y cómo se llama el agobio? ¿La conozco?
- Pues a lo mejor sí, dice que es famosa. A mí no me suena.
La borracha sale del bar y con dos certeros movimientos de tobillo se saca los zapatos de tacón. Luego se agacha y los recoge. Va de la mano de un tío que viste una camisa espantosa, de esas azules con el cuello y los puños blancos. Detienen un taxi y se suben. Ella baja la ventanilla, y cuando el taxi arranca repara en mi presencia, apoyado en la pared, el teléfono en la mano. Nos miramos, y por un instante tengo la absoluta certeza de que me va a sacar un dedo y me va dedicar un jódete o un tú te lo pierdes o algo así. En cambio, lo que hace es bajarse un tirante del vestido y enseñarme un pecho. Me echo a reír.
- ¿Qué pasa?
- La famosa. Se ha subido a un taxi y me ha enseñado las tetas.
- Qué guarra. Venga, cuelga, que esto te va a salir por un ojo.
- Vale. Sólo una cosa más. Oye, ¿tú piensas que la culpa de todo fue exclusivamente mía?
- No sé, ¿tú qué piensas?
- Yo pienso que sí.
- Sí. Yo también.