martes, junio 24, 2008

Pack yr romantic mind

Es la tercera vez que me sucede. Ya, ya sé que es una de esas situaciones que, se supone, sólo se dan en el cine, estoy de acuerdo, pero a mí ya es la tercera vez que me pasa.
A ver cómo lo explico. Me invitan a una celebración, algo que no me apetece nada pues supone interactuar con un mundo en el que no me siento nada cómodo, pero a lo que finalmente acudo pues quien me invita es alguien a quien admiro y respeto, y de ninguna manera quisiera ofenderle. Me tomo un par de copas y vuelvo, me digo. Pero cuando llego aquello parece un bautizo. Grandes mesas redondas con unas diez sillas alrededor, manteles, cubertería, botellas de vino. Lamento no haber leído con detenimiento la invitación, y lamento no haber traído a alguien. En mi mesa somos nueve. A saber: a mi izquierda una pareja a quien conozco de algo, no recuerdo qué, ellos sí parecen recordarlo, lo que provoca la primera situación embarazosa de la noche. A su lado dos turistas canadienses, con tanta dificultad para expresarse como facilidad para la carcajada. Y a mi derecha dos parejas jóvenes, gente de familia bien, de la de mucha peluquería y mucho gimnasio y piscina en el jardín, dispuestos de la siguiente manera: a mi derecha una muchacha delgadita y pechugona, a su lado su bronceadísimo novio, más allá el hermano de éste, con sus gafas sin montura y su reloj carísimo, y a su lado su novia, una chavala rubia y bajita de malévola mirada. La situación no es cómoda pero a pesar de eso, o quizás precisamente por eso, acabo desplegando mi yo más sociable, más simpático. El resto de la mesa también muestra una evidente disposición a pasar un buen rato, y es por eso que cuando llega la tercera botella de vino sobre la mesa ya flota una atmósfera agradable, divertida, fácil. Sí, se podría decir que disfruto de la velada. Se podría decir que estoy a gusto. Hasta que la pechugona comienza a meterme mano.
No exagero, no hablo de un roce inocente en un me pasas la ensalada, no hablo del inofensivo flirteo de las emparejadas. Hablo de te cojo la mano y me la pongo aquí, hablo de tiro una cuchara al suelo y te bajo la bragueta. Un escándalo. Yo, ya digo, veterano en estas lides, pongo a partir de ese momento toda mi atención en evitar los errores que anteriormente me condujeron hasta la agresión: no exagerar el disimulo, gesticular lo menos posible, esquivar la mirada del potencial agresor. Una situación tensa. Muy tensa. ¿Y por qué no se levantó y detuvo aquello delante de todos?, dirán. Porque yo no hago cosas como esa. ¿Y por qué no la llevó a un aparte y con mucho tacto le dijo que parase? Porque yo no hago cosas como esa.
Tras el banquete pasamos al bar contiguo. Música a gran volumen, copas, luces de colores. Y allí la cosa va a más, y luego a menos, y luego a peor, y luego a raro, y luego a mucho mejor. O, bueno, a mucho peor. O yo qué sé, a la mierda todo, joder, no sé por qué coño me estoy justificando.

martes, junio 17, 2008

Sha-La-La (Make Me Happy)

Hoy al despertar me sentía raro, inquieto, así que me he dado la vuelta y he seguido durmiendo. Cuando por segunda vez he despertado seguía igual. Inquieto e incómodo. Rápidamente he identificado el problema: me siento preso de un ejército de neurosis, paralizado por mis mil manías, sometido por reacción a todo aquello que detesto. Así que me he levantado decidido a afrontar el problema. Y he ido al salón y he descolgado las fotografías de las paredes, los ojos de Bobby Fischer, las manos de Hilary Hahn, el poster de Scott LaFaro, con la idea de renovar la decoración. Y luego he cambiado las sábanas negras de mi cama por otras de color vino burdeos, el primer paso de un paulatino viaje hacia la claridad. Y finalmente he ido a la peluquería y me he cortado el pelo, muy corto por aquí, y por aquí tres donde antes había siete. Y he vuelto a casa, y me he preparado un bloody mary, y he puesto un disco de Al Green, y he abierto "Los Placeres y Los Días" por el capítulo llamado "Mundanidad y melomanía".
... ya nos perjudicará bastante nuestra originalidad. Debemos hasta intentar disimularla. Es posible no hablar de literatura.
Y entonces he comenzado a sentirme mal. Y no digo mal de me duele un poco la cabeza, digo mal de sentir un frío espantoso, mal de estar al borde del espasmo, mal de sudores intensos y amagos de taquicardia. Fatal. He dejado el libro en la mesa y he quitado el disco. Mal, fatal. Así que he cogido los cuadros que antes había descolgado y los he vuelto a poner en su sitio. Y luego he entrado en mi habitación y he vuelto a poner las sábanas negras. Lo del pelo ya no hay quien lo arregle. Luego he quedado con estos y mis amigos han hecho mofa y me han pasado así la mano, y mis amigas han dicho que me queda bien, en fin, lo de siempre. Y al volver a casa he sentido una ligera brisa de costado y entonces he movido la cabeza como para apartarme el pelo de la cara, en un gesto adquirido e inútil, un gesto que en su día tuvo sentido pero que ya no lo tiene, un gesto que me ha parecido la adecuada metáfora de casi todo.

viernes, junio 13, 2008

Nothing happens in June

La noche resulta ser un poco como todas las noches. Me llaman y salgo. No me apetece pero da igual, hace buen tiempo. Me tomo una copa, después otra, y luego me aburro y pienso en irme a casa, pero entonces una niñata me sonríe y decido quedarme otro rato. A las seis de la mañana estoy en un karaoke. A las siete, tirado en el suelo de mi cuarto de baño. Despierto tarde y mal. Analgésicos y antiácidos. Bajo a comer. Entro en mi cafetería. Saludo a mi camarera. "Uy, qué mala carita traes...". Me pone un café tamaño estado de crisis. Echo un vistazo a un suplemento dominical. Leo las declaraciones de alguien que se define como "aventurero" y que proclama que su espíritu viajero proviene de una infancia llena de traslados. Menudo soplapollas. Serían traslados de Albacete a Toledo y de Toledo a Albacete, no te jode. A tí te habría tenido yo un semestre en Moscú y el siguiente en Berlín, y el siguiente en Chicago y el siguiente en Madrid, verías cómo se te habían quitado las ganas de conocer mundo, verías cómo se te había quitado "la ilusión por emprender otro aprendizaje de otro dialecto de otra aldea remota". Verías cómo deseabas que cada hogar fuese el último, verías cómo sufrías cada mudanza como si se te hubiese muerto un familiar, verías cómo te dolía el estómago cada vez que tuvieses que coger un avión, verías cómo al llegar a cada habitación de hotel echabas de menos tus sábanas y el suelo de tu habitación y tus lámparas y hasta el color de los azulejos de tu cuarto de baño. Hay quien dice que las dificultades te curten, que te hacen más fuerte. Es mentira. Cada problema te inocula un nuevo temor, cada error una nueva duda, cada tragedia un nuevo trauma. Cosas que ya no desaparecen jamás. Por eso tenemos cada vez más miedo, por eso con el transcurso de los años valemos cada vez menos. Por eso las guapas son más felices.

martes, junio 10, 2008

El pequeño electrodoméstico

Las mujeres de un sólo hombre, los hombres de una sóla mujer, sepan ustedes que cuentan no sólo con mi aprecio, sino también con mi absoluta admiración. Nos conocimos en el instituto y desde entonces somos inseparables. Precioso. Sepan que su constancia y entrega supone un modelo a envidiar, su compromiso la certeza de que aún queda esperanza para el género humano. Y ahora, dicho esto, hagan el favor de levantarse y salir de mi casa. Aquí no son bienvenidos, que bastante tenemos ya con lo nuestro como para que encima nos vengan con el agravio. ¿No entienden que preferimos pensar que nos pasa lo que nos pasa porque las cosas son como son, no entienden que su opción vital nos deja sin argumentos? Así que venga, largo, fuera de mi vista.
Bien. Mejor así. Ahora con el resto me gustaría rememorar una de los más simpáticas situaciones que se dan en cualquier microhistoria sentimental, esa en la que acompañados de la pareja actual, en la cola de un cine, en la inauguración de un ultramarinos, en un bautizo, nos topamos con un viejo amor. Entre los hombres supongo que habrá de todo, los que entren en bóvido combate y los que tiren de frialdad, pero las mujeres, todas, siempre, en esa situación dan miedo. Las sonrisas, las miradas, las palabras, la tensión. A mí el asunto me divierte. Me divierte que la pasada, tanto da quién dejase a quién y cómo, exagere la complicidad que quizás nunca compartiste para escarnio de la actual quien, en justa reciprocidad, tras un vistazo de apenas unos segundos será capaz de procesar hasta el menor de los detalles de la otra, peinado, ropa, anatomía, detalles que utilizará en tu contra en cuanto le sea posible. Me divierte, sí, pero hay que tener cuidado, que el desastre acecha. Les pongo un ejemplo práctico. Hará tres o cuatro años. Una fiesta cualquiera. Acudo con mi pareja. Nos encontramos con una vieja amiga. La complicidad exagerada, el escrutinio feroz. Hola y adios. Un poco más allá nos encontramos con otra. Vaya, qué casualidad. La tensión, las sonrisas. Hola y adios. Entro al baño. Salgo. Busco a mi pareja. No la encuentro. Algo va mal. Finalmente la veo junto a la barra. Horror. Espanto. Está con las otras dos. Y sonrién. Y me miran de reojo. Me acerco hasta su posición, en un trayecto marcado por un pánico atroz, en los cinco segundos más largos de mi vida. Llego. Todas sonríen. Mi pareja toma la palabra.
- Cielo, un día de estos me tienes que contar lo de la aspiradora.

miércoles, junio 04, 2008

Infidelidad

- Yo, diseñadora.
- ¿De moda?
- No. Diseño gráfico. Logos y eso...
- Ya.
- Y páginas web. También hago páginas web.
Por enésima vez tomo conciencia de que si fuese una mujer jamás me gustaría alguien como yo. Intelectualmente tampoco. Aunque quién sabe, intelectualmente nos llegan a gustar las cosas más peregrinas. Algunas de las mujeres con las que he estado no pasarían, estoy seguro, una prueba de inteligencia básica, pero eso da igual, entonces me daba igual y ahora también. Lo que no quiere decir que busque el cero, sino que me da igual el cero que el diez. La inteligencia está sobrevalorada y bla bla bla, me estoy repitiendo. Qué vulgar. En fin. Quizás suene absurdo viniendo de alguien que lleva siete noches sin dormir en su cama, cuatro de las cuales no sabría decir exáctamente dónde, pero la verdad es que yo detesto salir, detesto interactuar, detesto que me presenten gente, detesto el escrutinio público, detesto la cháchara y detesto gustar casi más que no hacerlo. Soy tres y ninguno de los tres se desenvuelve con soltura en el plano social. No se me nota, es más, parece precisamente lo contrario, pues he hecho de la impostura un arte, porque soy un actor magnífico, pero ahí está, y cansa. Fingir cansa, mucho. Marta, por ejemplo, nunca finge. Por eso tiene ese cutis. Marta es ella toda ella en todo aquello que hace. Ella no es tres, sino dos, y las dos son socialmente impecables, la que emite destellos sobre unos zapatos de mil pavos y la que se hace un moño y se sienta a leer un libro en el parque. Hoy me ha llamado y me ha dicho que desde que ha llegado no para. Que la tienen de un lado para otro, y ahora ven aquí y ahora ponte allá, y que le duelen los pies, y que nos echa de menos a mí y a sus zapatillas. Pero no hay el menor atisbo de incomodidad en sus palabras. Está a gusto. Siempre a gusto. Siempre en su sitio. Yo no. Ahora tampoco. Creo que si yo no fuese yo y estuviese ahí y no aquí sabría adivinar que el cinismo es lo único que hay de cierto en toda esta palabrería, pero es que igual ni eso.