martes, octubre 26, 2010

Ahora no me irás a montar una escena

Ultimamente apenas despierto sobresaltado. Supongo que estaré pasando una mala racha. Ultimamente apenas me asalta ningún recuerdo, en ocasiones me pregunto si debería sacarme el carnet de conducir, y en general he de reconocer que vengo encontrando solaz en las más estúpidas rutinas de la vida. Supongo que estaré deprimido. Ayer fuimos al cine, y después nos tomamos dos coca-colas mientras comentábamos la jugada, y luego me metí en la cama más contento que unas castañuelas. Más tarde, en silencio y a oscuras, llegué a la conclusión de que casi todos los que considero los momentos más preciados de mi vida tienen algo que ver con el fracaso. Que los éxitos los he vivido siempre como si fuesen de otro, como si fuese un espectador, y que menudo desperdicio. Luego me acordé de aquella preciosidad que bailaba el True Blue en lo alto de una escalera, y también de aquel breve encuentro con un ángel, cuando atravesaba uno de los peores momentos de mi vida y un ángel se acercó y me puso la mano en un hombro y me dijo "¡no te preocupes, todo va a salir bien!" y luego me dijo "¡soy de Murcia!" y mientras se alejaba me lanzó un cinematográfico beso con la mano. En eso estuve pensando, en el True Blue de Madonna y en un ángel de Murcia, qué tontería. El problema es que pensé tan fuerte que desperté a Diana.
- ¿Qué dices?
- Nada. Sigue durmiendo.
Esta mañana he salido pronto de casa resuelto a finiquitar unos trámites mundanos, y al cerrar la puerta he visto allí pegada una nota amarilla, un post-it con un escueto "te quiero" escrito en minúsculas. No era la letra de Diana, eso seguro, así que he empezado a preguntarme la identidad del remitente. He pensado en la chica de los del tercero, que ha resultado ser un bombón, y con la que hace unos días estuve de risas en la cola del supermercado. Ahí tendríamos un problema. He pensado en la mujer del dentista, entregada de un tiempo a esta parte a los graves peligros de lo ambiguo. Y también he pensado en la chica de la inmobiliaria, o la gestoría, o lo que sea, que vuelve a saludarme cuando nos encontramos en el ascensor. Y así he pasado media hora, pensando en ésta y en aquella, y no ha sido hasta entonces, tras media hora de elucubraciones, cuando por primera vez se me ha ocurrido que quizás la nota no fuese para mí.