La nata comenzaba a derramárseme por la comisura de los labios y mi garganta seguía engullendo a pleno rendimiento mientras aquel trozo de hojaldre instalado en lo más alto de mi paladar comenzaba a colocarme en una difícil tesitura y amenazaba con dar al traste con mis opciones de victoria. Era catorce de febrero, y como cada catorce de febrero se celebraba el campeonato oficial de comedores de bocaditos de nata para el que, de nuevo, mis amigos consideraban que yo era el mejor preparado. Mira que les había dicho que las pasadas navidades me habían dejado en baja forma, que había comido demasiado, que había bebido mal, pero al oír aquello se habían reído como si les bromease y no me habían hecho ni caso. La culpa la tengo yo, que no se decir que no. Ahora aquel maldito trozo de hojadre estaba a punto de hacerme perder el título, porque yo miraba a mi derecha y veía que el alemán ya me sacaba nada menos que dos bocaditos de nata de ventaja. Y ahí ya no pude contenerme: saqué mis superpoderes y, fiuuu, fiuuu, fiuuu, y ya estaba un bocadito de nata por delante del alemán, en la mejor situación para revalidar mi título. Y se que debería sentirme culpable por lo que había hecho, que aquello era una injusticia, y que los superpoderes no me habían sido concedidos para algo así, seguro, pero, demonios, ¿cómo podía resignarme a perder un título tan importante?
Ahora tengo que pensar en qué me gasto el dinero en metálico del premio, a lo mejor opto por un DVD de sobremesa con disco duro, de esos que no sólo reproducen todos los formatos conocidos sino que además... graban!
La ilustración, de la gallery of classic comic covers de Ben Samuels.
martes, febrero 14, 2006
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