domingo, febrero 21, 2010

Haciendo la estatua

Ya casi no me acuesto con gente que acabo de conocer. Aún arrastro algunos comportamientos claramente inapropiados para alguien que transita la segunda mitad de sus treintas y tiene una hija de casi veinte, pero supongo que se me irá pasando. Supongo.
Ayer mi hermana me invitó a que le hiciese de acompañante en la inauguración de una galería de arte que han abierto al lado de su consulta, invitación que cursó con su peculiar estilo: "enano, mañana me acompañas a". Como acompañante en bodas, inauguraciones y otras celebraciones de similar jaez doy el pego, pues no causo una mala primera impresión y el carácter fugaz de tales eventos impide que al personal le de tiempo a descubrir que debajo está todo negro. Así que fuimos a la inauguración, y gran parte de la misma la pasé constatando, una vez más, que Eva es un ser humano sobresaliente. Su habilidad para el intercambio social, su intuición para saber cuándo y cómo cambiar de registro, su facilidad para saltar de una conversación a otra. Y, como siempre, a continuación procedí a buscar en mí todas esas virtudes, deberían estar, ¿no?, deberían estar pero no están. La genética es una mierda.
La genética es una mierda, la genética es una mierda. Seamos sinceros, escribir un blog como éste es una soplapollez. Puede tener su gracia si hablas de toros o política, pero si de lo que hablas es de tí mismo al final cada frase acaba por convertirse en una cuerda, a veces soga y a veces tirador de cisterna. En fin. ¿Dónde estábamos? La inauguración. La inauguración tuvo algo bueno: conocí a gente de muchísimo dinero. A mí me encanta la gente con dinero. Y no hablo de aquellos que se hicieron a sí mismos sudando sangre, esos me aburren sobremanera, sino de aquellos que nacieron con el dinero puesto. El común de los mortales transita por la vida acarreando una certeza absoluta: si se te acaba el dinero te mueres. Pero los que siempre lo tuvieron desconocen ese axioma, y siendo como es un principio fundamental, ese desconocimiento acaba por moldearles personalidades inverosímiles, marcianas. Goyo, su novia Nines y su buen amigo Víctor. Goyo en particular me pareció un personaje deslumbrante, y no sólo por el horrendo pullover color salmón que vestía. Su nada empática conversación, su absoluto desprecio por todo aquello que no saliese de su propia boca, su verbo entumecido. Lo pasé tan bien que cuando mi hermana anunció que se iba yo le dije que me quedaría un rato más. E hice bien, pues resultó todo la mar de interesante, una velada repleta de momentos memorables y frases para el recuerdo. En un momento dado Goyo dijo "todo lo que se dice de los internados ingleses es cierto" y "la democracia es un placebo". En un momento dado Víctor dijo "como en España, en ninguna parte" y "Dire Straits son una banda a redescubrir". En un momento dado Nines dijo "súbeme la cremallera" y "por favor te lo pido, esto no se lo cuentes a nadie".

martes, febrero 09, 2010

Gastronomía razonable

Me despierta un olor celestial: Diana está preparando tortitas. Eufórico, brinco de la cama, agarro la J-45 y comienzo a saltar a su alrededor mientras interpreto una versión desvergonzada de "Party Fears Two". The alcohol loves you while turning you blue, y deposita en la sartén dos cucharadas de la mezcla de huevo, leche y harina. My manners are failing me, y con mimo le da la vuelta a la tortita. Pero cuando me acerco a mi parte favorita, la de what's wrong's the wrong that's always in wrooong, suena la puerta, así que abandono mi interpretación y voy a abrir, y no es hasta que ya he abierto que me doy cuenta de que mi atuendo no es del todo apropiado: una imperio que bien pudiera haber pertenecido a Billy Mackenzie y unos boxer a juego. Es mi vecina, que viene a despedirse. Ayer vinieron dos tipos de otro hemisferio y metieron sus cosas en un montón de cajas. Se va, del todo. Me echa un vistazo y sonríe.
- A lo mejor al final sí que te echo de menos un poquito.
- Esto no es un adiós, sino un hasta luego - lo siento, en ese momento no doy con nada mejor.
- Por supuesto.
- Y piénsalo: ¡siempre nos quedará la bechamel! - broma privada.
Luego decimos cuatro paridas más, nos damos dos besos y cierro la puerta. Cuando vuelvo a la cocina noto que Diana está radiante. No ha salido a despedirse de la vecina y ahora está eufórica. No me consta que hayan tenido encontronazo alguno, así que sólo se me ocurre una forma de definir todo esto: celos. Y es absurdo. No quiero abundar en detalles que me harían parecer un estúpido, pero si ustedes las conociesen también encontrarían incomprensible que una mujer como mi vecina (no me lo digas: ¡funcionaria!) pueda resultar amenazante para una mujer como Diana (redoble). Pero eso parece. Y no tiene ninguna lógica. Que conste que yo nunca me acosté con mi vecina. Con ésta no. Jamás. Nuestra relación no se fundamentaba en el sexo sino en su extraordinaria tolerancia hacia mis ruidos y mis historias, y en las croquetas. Sí, las croquetas. Cuando preparábamos croquetas siempre hacíamos de más (mi especialidad son las de jamón, la suya las de bacalao) y llamábamos a la puerta del otro y abríamos una botella de vino y veíamos una peli mientras yo le decía cosas sin ningún interés y ella me decía cosas fascinantes como "la nueva de contabilidad es una trepa" o "la cuenta de resultados es importante pero no lo es todo" o "aún me quedan seis días y medio de vacaciones". Ah, aquellas noches, aquellos vinos. Sí, la verdad es que me molesta un poco que se vaya, y si no arrastrase esta ataraxia degenerativa creo que incluso podría afirmar que a lo mejor al final sí que la echo de menos un poquito.

martes, febrero 02, 2010

Oro parece, plata no es

"Deposita el cuchillo ensangrentado encima de la mesa y durante unos instantes lucha por controlar el estupor. Luego se sienta y encience el televisor, donde varios tipos ataviados con ropas de colores se disputan la posesión de una pelota. Se lleva las manos a la cara y sacude la cabeza en gesto de evidente desesperación.
- No me lo puedo creer, ¿otra vez fútbol?"
Cierro el editor de texto y ante la pregunta "¿desea guardar los cambios?" presiono el "no" ante la inexistencia de un "por supuesto que no". Me llevo las manos a la cara y sacudo la cabeza en gesto de evidente desesperación. De nuevo voy a fallarle a alguien que no lo merece, alguien que a mí nunca me fallaría, alguien a quien le debo diez. Acepté el compromiso y en cuanto me comprometí olvidé que me había comprometido, y no es hasta hoy, los plazos expirados, mañana el último día, que lo recuerdo. Demasiado tarde. Las dos únicas cosas de las que puedo hablar con cierta propiedad son la muerte y las resacas, y no es plan. Para todo lo demás soy un turista, cuando no un impostor. Qué asco, de verdad. Cierro el ordenador y salgo de casa. En el bar me reúno con dos amigos y bebemos y hablamos de mujeres, un tema que siempre me deja mal parado. Porque las frecuento bellas, lo cual despierta las simpatías de mis congéneres, pero a partir de ahí es todo un desastre. Porque me gustan las peores. Esa niña de papá que nunca tuvo que luchar por nada, esa vanidosa que se mira hasta en el reverso de los retrovisores, esa niñata que con un acento desastroso desgrana argumentos que bordean el puro retraso mental. Esas me vuelven loco. Supongo que no hace falta ser psicólogo para verle al asunto la moraleja.
Vuelvo a casa y abro el ordenador. Las resacas y la muerte. Y las mujeres desastrosas. Y ese que sólo siente la soledad cuando está acompañado. Y ese que sale a cenar y en un momento dado siente que su mente le abandona, y el mareo y la nausea, y, desesperado, sin que nadie se de cuenta, se clava un tenedor en el muslo hasta sangrar, consciente de que sólo una experiencia física rotunda conseguirá mantenerle anclado a la realidad.
"- ¿Y vas a hacerme daño?
 - Sólo si tú me lo pides."
No, esto no va a acabar nada bien.