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Pues bien, esto sucedió el martes pasado cuando tras un concierto se me acercó una morena pechugona en avanzado estado de embriaguez y me dijo "¿Quieres saber lo que me gustaría?". "Vale", dije yo. "¿Quieres saber lo que me gustaría?", repitió. "Que sí", respondí. "¿Quieres saber lo que de verdad me gustaría?", de nuevo. "Venga, dale ya", mi tercera respuesta. "Pues me gustaría que me tumbases boca arriba en tu sofá, desnuda, en perpendicular, con las piernas apoyadas sobre el respaldo y la cabeza cayendo fuera boca abajo, y me gustaría que entonces te pusieses de pie frente a mí y me la metieses en la boca mientras con las manos me exprimes las tetas".
...
Ya ven, tela, nada de caminar de la mano por el parque, nada de ir al cine, nada de presentarme a sus padres. Así está el patio. No somos nadie. Y no me pidan que continúe el relato ya que hay muy poco más que contar, de hecho la escena se cierra con el narrador huyendo despavorido mientras se despide de la tragasables con un tartamudeo, para pasar a dedicar las siguientes dos horas a vaciar, en estado semi-catatónico, una botella de Cutty Shark.
Y ya está, eso es to, eso es to, eso es todo amigos. Les deseo que pasen ustedes un feliz fin de semana, que visiten a menudo Korochi Industrias y que se animen a releer "La Montaña Mágica" de Thomas Mann.
Ah, sí, la ilustración, que se me olvida... Es de Danielle Bedics.