jueves, diciembre 31, 2009

Fulanito de tal


Las personas que bien me quieren andan estos días pendientes de los regalos, de los menús, de los viajes y de mí. ¿Es eso algo de lo que me sienta orgulloso? Todo lo contrario. ¿Es eso algo que me haga sentirme bien? En absoluto. Pero ese es otro tema y hoy no toca.
La gente con hijos pequeños tiene en ellos un motivo para seguir adelante, una estupenda razón para creer en la especie, y también una excusa universal y una coartada perfecta. Nos vamos de vacaciones a tal sitio porque los niños... Hoy no me puedo quedar porque mañana los niños... Ayer por la tarde se presentó en mi casa Martina, con su hijo. Andábamos cerca y nos hemos dicho: vamos a hacerle una visita a éste. Sentó al niño a mi lado, dejó un junco de churros encima de la mesa, sacó un paquete del bolso y se metió en la cocina a preparar chocolate. Luego me estuvo contando que hace unos días al salir de un comercio una señora mayor y un tanto desarrapada la detuvo y, cuando pensaba que le iba a pedir dinero, le pidió un abrazo. Y se emocionó un poco, y se lo dio, y durante unos instantes se sintió presa del más gozoso espíritu navideño, hasta que se dio cuenta de que la señora estaba aprovechando el abrazo para meterle la mano en los bolsillos. Ah, qué mundo éste.
Apenas media hora después de que se fuese Martina apareció mi hermana, con los niños. Andábamos cerca y los niños tenían ganas de mear, y nos hemos dicho: vamos a hacerle una visita a éste. Y sentó a los niños a mi lado, jugad un poco con el tío, y se metió en la cocina a preparar café. Y en un momento dado la mayor me llevó a un aparte y me dijo que tenía información muy importante sobre los Reyes Magos, pero que no me podía decir nada en ese momento porque su hermana se podía enterar. Y su hermana, mientras, a su espalda, me hacía gestos girando un dedo cerca de la sien. No le hagas ni caso, está loca. Y a continuación mi hermana me dijo...
Mi hermana me dijo que...
O también puedo contarles que luego acabé sólo, a las tantas de la madrugada, en un garito de lesbianas, hablando de sujetadores de uso deportivo y fútbol vasco de los ochenta con un puñado de simpáticas lugareñas.

miércoles, diciembre 23, 2009

Al fondo de una piscina que ni una gotita de agua tenía


De repente me doy cuenta de que he sido incapaz de cuadrar un sólo pensamiento coherente en todo el día. No hablo de ideas creativas sino de los más básicos procesos mentales. Así que vuelvo a preguntarme si no será que se me ha gastado la cabeza, que estoy seco. En todo caso, decido seguir entregado al instinto, o el azar, o come se llame, y de su mano reservo mesa para esta noche en ese restaurante que tanto le gusta a Diana. Luego la llamo. ¿Sabes? He reservado mesa para esta noche en ese restaurante que tanto te gusta. Pero me dice que esta noche no puede, que ha quedado con unas amigas, que es la última vez que se van a ver antes de las fiestas, que me lo dijo, que hace dos días me lo dijo, que cómo es que no me acuerdo. Luego propone que llame al restaurante y cambie la reserva para mañana.
- Pero no te enfadas, ¿verdad?
- No seas tonta, si es culpa mía, qué me voy a enfadar...
- ¿Seguro?
- Seguro.
- ¿Mañana entonces?
- Mañana.
Cuelgo y llamo a Laura. No está muy habladora, así que voy al grano y le pregunto si le apetece que la inviten a cenar esta noche. Acepta. Quedamos unas horas más tarde, y el tiempo que resta lo paso frente al ordenador, en un foro de críos, haciéndome pasar por una adolescente anoréxica enamorada de su profesor de gimnasia. Las nuevas tecnologías y esos momentos de ocio.
Llego media hora tarde al lugar de encuentro, y aún así lo hago quince minutos antes que Laura. Cuando la veo entrar en el bar, quitándose un gorro de lana, con el pelo revuelto y la nariz colorada del frío, me parece la mujer más bella del mundo.
- Con el pelo revuelto y la nariz colorada me pareces la mu...
Y me interrumpe de un guantazo que hace que se gire medio bar. Luego empiezan los reproches y los insultos. Que si llevas tres meses sin cogerme el teléfono, que si no contestas a mis mensajes, que si quién te has creído que eres, que si eres un hijo de puta. Y yo pidiendo perdón e inventando excusa tras excusa. Afortunadamente, cuando llegamos al restaurante ya se ha calmado, y todo se torna más agradable. Compartimos varios platos y dos botellas de vino, y Laura me pregunta qué tal me va la vida y yo se lo cuento y ella, y esto es novedad, presta atención.
Cuando me levanto de la mesa es cuando me doy cuenta de que quizás he bebido demasiado. Luego vamos a un club. Hay bastante gente. Al acercarme a la barra choco con hasta tres personas y por un momento me planteo si me habré vuelto invisible. No, quiero decir que REALMENTE me planteo si me habré vuelto invisible. Ya digo que había bebido mucho vino. Cuando vuelvo hasta donde se encuentra Laura ella ha adoptado su clásica pose para esa clase de lugares, una pose entre altiva e insultante que parece decirle a los demás que debieran dar las gracias por tener la suerte de respirar el mismo aire que ella. A lo largo de un par de horas, probablemente más, maneja la conversación con sus temas habituales: que si voy a ir no sé dónde, que si me voy a comprar no sé qué, que si fulanita es una zorra. Y a eso de las tres dice que se tiene que ir, que mañana ha quedado a las dos, y la acompaño hasta su casa. En el portal nos damos un beso largo y sentido, y luego ella dice sube, y luego dice no subas, y luego dice sube, y luego dice no subas y cierra la puerta. Paro un taxi y me voy a casa. Cuando llego hay luz en la habitación. Es muy tarde, pero Diana está despierta, leyendo un libro. Sin levantar la vista me pregunta dónde he estado, y le digo que he ido a bajar la basura. Y ella se gira y me mira como si fuese el ser más incomprensible del universo. Luego sonríe, no me parece una sonrisa sarcástica, y vuelve a su libro, y doy un salto y me tumbo a su lado.
- Oye, ¿tú alguna vez has tenido una sensación como muy física de ser invisible? ¿Realmente invisible?
- Alguna vez.
- Y está muy bien, ¿verdad?
- Depende.

jueves, diciembre 10, 2009

A mí su último disco no me parece tan malo

Estos días tengo a Zoe en casa, de paso hacia otra parte, como siempre. Siempre en tránsito. De hecho, si me pidiesen que definiese nuestra relación con una sóla palabra, esa palabra sería "maleta". Esta vez a Zoe le ha dado por decir que tiene los labios finos, y no porque ni uno sólo de sus genes haya nacido por debajo del paralelo 40N sino porque no da los suficientes besos, así que ahora anda repartiéndolos a diestro y siniestro. La llevo a casa de mis padres y les da cien besos a cada uno, bajamos a tomar un café y le da cuatro besos al camarero. Y al niño de los del tercero, al dentista, a la panadera, a la chica que reparte publicidad, al quiosquero y a la señora de la farmacia. Besos para todos. Hoy he llegado a casa y ahí estaban las tres, Zoe, Diana y mi hermana, tomando un té. Habían quedado para ir de compras. Y ha salido el tema de los besos y a mi natural antipático han reaccionado besándome Zoe por un lado y Diana por otro, mientras Eva, que sabe lo mucho que sufro las demostraciones espontaneas de cariño, lo celebraba a carcajadas, la muy asquerosa. Luego se han puesto sus abrigos y se han ido, y si me pidiesen que definiese con una sóla palabra lo que he sentido al verlas salir juntas no podría, pues lo que he sentido era más bien una pregunta: ¿y cómo demonios me las he apañado para llegar hasta aquí?.
Cuando se han ido me he dedicado a rematar unos trabajos pendientes, porque me conozco y sé que en breve llegará el vendaval y con el vendaval el quedar como el culo con todo el mundo, y la verdad es que me ha cundido. Un buen día. Luego han vuelto a casa las señoritas con un montón de bolsas, me han traído una bufanda preciosa en dos colores, #20B2AA y #87CEFA, y hemos estado hablando de las fiestas que se avecinan. Diana ha dicho que las va a pasar en Huelva con su madre que está pachucha (mentira, se va para evitar que le salpique), y Zoe ha dicho que ella las tiene que pasar en Malta, pero que aunque no tuviese ningún compromiso antes prefiere coger un hacha y cortarse un brazo a la altura del codo que pasarlas conmigo. Y, joder, me ha parecido todo tan bonito que he estado a punto de echarme a llorar. De hecho, si ahora me pidiesen que definiese el amor diría que es exactamente eso: el saber cuando toca estar y cuando toca apartarse.

miércoles, diciembre 02, 2009

Tanto continente para tan poco contenido

En mi casa se pueden echar en falta algo de mesura y sentido común, pero lo que nunca falta es una buena botella de vino blanco. Eso me parece fundamental. Mi casa puede parecer en ocasiones un lugar anclado al infierno o la guarida de un majara, pero los colchones son de una calidad excelente y el plato de ducha traga perfectamente. Es cuestión de dónde sitúe cada cual sus prioridades. Efectivamente, en mi casa hay cosas que no se pueden tocar, ese tablero de ajedrez, esa funda de violín, ese álbum de fotos, y no se puede porque lo digo yo y punto, y se acabó la discusión, y no te pongas pesada que no te voy a decir quien es la chica del retrato. Cuando cierren el último bar y a nosotros aún nos quede noche podemos ir a mi casa, y escuchar discos viejos y hacer el amor como si estuviésemos cometiendo un delito, pero luego no me pidas que sólo tenga ojos para tí, que yo los ojos me los dejé mirando al sol.
Hoy Diana, con el pelo revuelto y las mejillas encendidas, bellísima, lejísimos, ha fijado sus ojos en los míos y me ha dicho "te quiero". Y a mí, que en otra de esas no me pillan, me ha faltado tiempo para aguantar la mirada y, sin pestañear, sin permitirme el menor titubeo, responder "ni la mitad de lo que te quiero yo".
Dicen que en esta vida todos tenemos lo que nos merecemos. Yo tengo bastante más.