miércoles, febrero 15, 2006

Tan sólo para mirarme en el espejo


Fíjate que tontería, que últimamente vuelvo a tener ganas de coger un peine a modo de micrófono simulado y ponerme a pegar saltos sobre la cama mientras entono mis canciones favoritas, como hacía mil años ha. No sé si alguna vez os he contado que vivo en un piso muy alto, sin vecinos ni arriba ni a los lados, lo que proporciona un escenario de intensa quietud que invita, esas noches que no me sorprenden engolfado, a salir a la terraza a tranquílamente quemar el último pitillito. Estos últimos meses tal costumbre cuenta con un nuevo aliciente: la presencia de una chavala de no más de diecisiete años, toda una lolita, en una ventana no muy lejana, que casi cada noche, descalza, con una braguita y una camiseta, baila y salta al ritmo de una música que yo evidentemente no llego a oír. Ella a mí no me ha visto, creo (aunque en modo alguno me escondo), ya que baila siempre con los ojos cerrados. Cerrados salvo cuando su movimiento la sitúa frente a un gran espejo situado en un lateral, entonces los abre y sin dejar de bailar se mira en él, para luego volver a cerrarlos y continuar balanceándose por toda la habitación. La escena acaba con la lolita empuñando una sonrisa a veces felicísima, a veces melancólica, en el transcurso de la cual se mete en la cama y apaga la luz, el interruptor situado sobre la mesilla.

Quisiera dejar claro que lo que semejante estampa me resulta no es tanto una fuente de excitación como de diversión, y a lo que juego mientras la contemplo es a tratar de adivinar basándome en sus movimientos y vocalizaciones lo que está oyendo, que se da la circunstancia de que son siempre viejos clásicos del rock, quizás porque se pone los discos de un hermano mayor o, quién sabe, quizás porque la universalizante marea de emules y bittorrents la han dejado allí varada. Especialmente hilarante fue el momento en que interpretó, con exagerada teatralidad y de rodillas sobre la cama, el "See Me, Feel Me" de los Who. Esa, claro, la acerté rápidamente, e incluso entoné las últimas estrofas enfrascado en telepático dúo con mi vecina.

En fin, que el pasado fin de semana al salir de una panadería me la crucé, y la vi caminar con el paso firme y la impostada indolencia de los adolescentes, y descubrí que en su chaqueta vaquera lucía un pin de los Clash idéntico al que yo llevé en la mía durante mucho tiempo, uno negro con el nombre del grupo de color rosa. Y, eso, que fíjate tú que tontería, que ahora me apetece coger un peine y cantar y saltar sobre la cama, con los ojos cerrados, abriéndolos si acaso tan sólo para mirarme en el espejo.

La imagen, cortesía de K's Lounge.
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