jueves, enero 12, 2006

Que pase el siguiente

Ayer quedé con Eva, un ser adorable al que me apetecía muchísimo ver ya que hacía siglos que no hablábamos. Eva es psicóloga, ella dice que de las buenas, y sabe de mi pasión por esa gente que logra moverse sin apenas llamar la atención por el fino hilo que une cordura y locura (que no les llames piraos, que tú sí que estás pirao, me dice con asiduidad), por lo que en cuanto tiene una buena historia quedamos y me la relata, con su innato talento para ello. Porque hay que reseñar que Eva es una excelente conversadora, una delicia de mujer, que maneja como nadie las pausas, las entonaciones de su magnífica voz, los certeros movimientos de sus manos o las expresiones faciales con las que acompañar cada frase. En fin, que yo diría que su marido tiene suerte, suerte de que sea mi hermana.

En esta ocasión Eva me estuvo hablando de un caso del que se había ocupado durante un tiempo, el de un caballero que aseguraba llevar dos vidas, dos vidas que a duras penas avanzaban, siempre paralelas y separadas tan sólo por el abrazo de la noche. Aquel hombre se acostaba cada día siendo Jose, arquitecto, casado, con dos hijos, y al día siguiente se levantaba siendo Oscar, informático, separado, con una hija. Se acostaba Jose y se levantaba Oscar, y cuando Oscar caía en la cama al llegar la noche, volvía a ser Jose el día posterior el que amanecía. Eva a quien trataba en su consulta era, me dijo, a Jose, y éste aseguraba que él, mientras era Jose, era tan sólo vagamente consciente de los problemas e inquietudes de Oscar. Que quizás no podría trabajar como informático, no, pero que sentía que manejaba unos conceptos de esa profesión que en principio no debería manejar. Y aseguraba también que al día siguiente a Oscar le sucedía lo mismo: que trataba de llevar su vida de hombre separado levemente infeliz pero esperanzado, pero que también era a su vez consciente, de forma vaga pero constante, de lo que le había sucedido tan sólo unas horas antes (¿o después? ¿o al mismo tiempo?), cuando aquel Oscar no era Oscar, sino Jose.

Tras un par de disquisiciones filosóficas de las de café de media mañana y algún que otro diagnóstico médico lanzado al azar y recibido por Eva con una sonrisa displicente, le pregunté a ésta si aún seguía tratando a aquel paciente y me respondió que ya no, que sin quererlo había cometido un error. Y es que una tarde le había preguntado a Jose si en esa otra vida ese Jose convertido entonces en Oscar también recibía la ayuda de un psicólogo. Jose al parecer se levantó entonces visiblemente airado, y sintiéndose grávemente insultado le espetó "¿acaso le he dado motivos para que piense que Oscar no está bien de la cabeza?, ¿me está usted insinuando que Oscar necesita ayuda médica?", y tras decir esto dio media vuelta y salió de la consulta para no volver más. Así que tras un breve silencio, y ante la expresión burlona que un servidor había adoptado al escuchar el final de aquel relato, Eva me dijo con un gesto que era a la vez amenazante y divertido: "mira, B, que no, que te calles, que ni se te ocurra llamarle pirao... que tú sí que estas pirao".

La fotografía, del genial Darren Holmes, que me llegó vía algo, pero no me acuerdo vía qué.

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