jueves, marzo 29, 2007

Todo esto, te lo digo en serio, es lamentable

Es ni más ni menos que Francis Ford Coppola quien se acerca a mi mesa y ante mis ojos sostiene una botella de vino.
- Aquí tiene, caballero, su Cabernet Sauvignon del año noventa y sie..
- ¿Disculpe?
- La botella de vino que pidió, señor, un Cabernet Sauv...
Entonces noto una mano que me toca el hombro, y me giro. Desaparece de inmediato la mesa en la que estoy sentado y en su lugar aparece un inodoro, el cual rodeo con mis brazos. Alzo la vista. Veo a alguien que, creo, conozco. Lleva puesta una de mis camisetas.
- No me digas que has dormido aquí. Tenemos que ducharnos.
- ¿Eh?
- Que tenemos que ducharnos.
Me incorporo. Salgo del baño. Me siento en el pasillo. Dios, qué dolor de cabeza. Entra una, se ducha, sale envuelta en una toalla y se mete en mi habitación. Después entra la otra. Al rato asoma la cabeza por la puerta del baño y me pregunta si tengo más toallas.
- Es que sólo hay una toalla pequeña. Pero si no tienes no importa...
Me levanto, entro en la habitación, abro el baúl y saco otro juego. Se lo doy. Al rato sale envuelta en la toalla, andando de puntillas. Luego entro yo. Me ducho. Me seco con la camisa que llevaba puesta. Tras vestirme nos vamos a desayunar a una cafetería cercana.
- He visto en tu baño un libro de Sloterdijk. Este año nos han hablado de él en clase de...
- ¿Cómo? ¿Clase? ¿Tú estudias?
- Sí, filosofía.
- Vaya. ¿Y tú también estudias?
- Sí, también filosofía. ¿Tú no estudias?
- No. O sea, ya no.
- ¿Ya acabaste?
- Esto. Sí. Acabé. Hace un tiempo.
- No me digas. ¿Y qué edad tienes? ¿27?
- No.
- ¿28?
- No.
- ¿29?
- No.
- ¿¿30??
- Yo me voy a pedir otro café, ¿os pido algo?

miércoles, marzo 28, 2007

Kit de supervivencia: una linterna, y una linterna, y una linterna...

Nos presentaron en el José Alfredo y allí hablamos de cosas como la cordialidad y los exilios voluntarios.
Luego fuimos a un bar que no conocía, después a otro que sí, y cuando llegamos al Junco ya sólo quedábamos los tres.
Luego fuimos a mi casa, abrimos una botella de whisky y pusimos música.
Luego dije que estaba borracho, pero llegamos a la conclusión de que yo no era el más borracho de los tres.
Luego una besó a la otra, y después se giró y me besó a mí.
Luego una paseó sus labios por mi cuello y sus manos por mi nuca mientras la otra me bajaba los pantalones.
Luego una se tocaba y me decía que me acercase mientras la otra, medio desnuda, se llevaba las manos al rostro y reía, avergonzada.
Luego una apagó los gemidos de la otra sentándose encima de su cara.
Luego una preguntó quién le estaba pisando el pelo y los tres nos reímos mucho.
Luego yo le susurré algo al oído a una mientras la otra recorría con su lengua los dedos anular y corazón de mi mano derecha.
Luego me eché a un lado y ellas se escupieron en la boca.
Luego ellas se quedaron durmiendo en mi cama y yo les apagué la luz y me fuí al salón y puse la televisión, sin sonido.
Luego estuve viendo una película española, una en la que sale Cristina Higueras, hasta que me quedé dormido.
Luego desperté y me dolía mucho la cabeza y en la tele ya no había película sino telediario, y traté de determinar si lo que acababa de suceder era vivencia o sueño, pero no pude.
Luego pensé en entrar en mi habitación y salir de dudas, así que me incorporé, pero entonces me entró un mareo, por lo que no fui a mi habitación sino al baño a vomitar.
Luego me quedé en el suelo, pensando en cómo se llamaba la serie aquella en la que salía Cristina Higueras, esa donde salía también el Echanove, pero nada, no di con ello.
Lo tuve, como vulgarmente se dice, en la punta de la lengua.

lunes, marzo 26, 2007

Desde un hotel exterior al destino

Quedamos en casa de mis padres para celebrar el primer cumpleaños de mi sobrino, que fue el pasado miércoles, y el día del padre, que fue el lunes. Llego demasiado pronto y con un ojo morado. Mi madre me pregunta qué me ha pasado y le digo que he sufrido un accidente deportivo. No me cree. Luego me dice que están preocupados por mí. Dice que a esta edad debería estar casado. Que debería comprarme una casa y cortarme mejor el pelo. Mis padres no son así pero, en fin, supongo que según pasan los años todos nos vamos igualando, al margen de bagajes e ideales, en la misma medida en la que se igualan nuestros temores. Me pregunta si sigo viendo a Diana y le digo que no. Me dice que les caía muy bien y respondo que a mí también, y que no hable de ella en pasado, que no se ha muerto. Entonces llaman a la puerta. Gracias a Dios.
Son Eva, Héctor y los niños. La mayor entra corriendo y me dice que vienen del circo y me enseña su peluca de cintas de colores. La pequeña también quiere enseñarme la suya y comienzan a empujarse. Héctor grita un "¡vale ya!" que hace que me siente hasta yo. Mi hermana me pregunta qué me ha pasado en el ojo y le digo que he sufrido un accidente doméstico. No me cree. Luego me cuenta que cuando hace unos días su profesora le pidió a Ana que dibujase a su persona favorita, fue a mí a quien dibujó. Me muestro sorprendido. No me gustan los niños, y se me nota mucho, y además tiene otros cuatro pares de tíos y tías que la visitan más a menudo y que están sin duda mucho más dispuestos que yo a rodar por los suelos jugando con ella. Eva me responde que eso da igual, que les caigo bien porque les hablo como si fuesen mayores, sin impostar la voz ni preguntar moñadas como hace todo el mundo, y que eso les encanta. Esto me provoca un ataque de parentesco que me lleva a agarrar a Ana de la cintura y a elevarla hasta que su cara queda frente a la mía. Entonces me mira y me pregunta que me ha pasado en el ojo, y le digo que me ha picado un insecto. No me cree.
Mientras voy en el tren de vuelta a casa comienzo a preguntarme si no habré logrado en la vida la hazaña de convertir todas y cada una de mis virtudes en inagotables fuentes de insatisfacción, pero entonces entran en mi vagón tres adolescentes con ropas ajustadísimas, y ya se me va el santo al cielo.

viernes, marzo 23, 2007

Sinopsis

Los caminos de L y M se cruzan por vez primera cuando ambos tienen apenas doce años. L, suizo de ascendencia española, y M, suiza de ascendencia rusa, se enfrentan en la final del campeonato local de cierto juego de mesa. El encuentro es breve: L gana, y M no sólo le rechaza el saludo sino que además le insulta. Al año siguiente vuelven a hallarse en la misma situación. De nuevo vence L, y esta vez M ni le saluda ni le insulta ni tan siquiera le mira.
No es hasta seis años después cuando vuelven a encontrarse, con motivo de una entrega de premios. Allí se reconocen tan pronto cruzan sus miradas, a pesar de lo mucho que sus físicos han cambiado. Se acercan el uno al otro y por vez primera hablan. El hechizo es instantaneo. Aquella tarde se confían sus presentes y rememoran sus pasados, y lo mismo hacen durante los cinco días siguientes. Descubren que no soportan separarse, siquiera unas horas, y por eso deciden iniciar un viaje juntos, sin rumbo, escalas ni fechas. Durante el mismo no encuentran un sólo instante de aburrimiento. Cada conversación es un reto y cada roce un maremoto. Sienten que para ellos ha llegado ese gran momento decisivo que la vida reserva a cada persona. Se sienten intocables, imparables. Ambos son inteligentes, demasiado, hasta el punto de juntos reunir un cociente intelectual que sobrepasa holgadamente el 300, lo cual, como toda desviación de cualquier media, no es otra cosa que enfermedad, en este caso sintomatizada por un descomunal ansia de conocimiento y una salvaje soberbia. Es en Rotterdam cuando comienzan a drogarse, primero con opioides y anfetaminas, y después con antidepresivos, alucinógenos y sedantes. Adoran ese trance en el que, totalmente puestos, disparan sus mentes hacia caminos que siquiera sospechaban que existiesen, así como disfrutan, aunque esto jamás lo reconocen, del efímero instante en el que sus cerebros se detienen, cuando se limitan a abrazarse y, al fin vacios, saciados, descansar.
Es la noche del 22 de Marzo cuando L, tumbado en la cama junto a M tras un día especialmente agotador, abre los ojos y se descubre incapaz de imaginar un futuro en el que pudiera ser más feliz de lo que lo es entonces. Se asusta un poco y luego se duerme. A la mañana siguiente ni L ni M despiertan. Al cabo de unas horas les encuentra la criada del hotel con evidentes indicativos de una sobredosis. Una ambulancia les conduce al hospital más cercano.
Allí, M muere.
L también, aunque sigue vivo.

miércoles, marzo 21, 2007

We can't go on together (with suspicious minds)

Ayer me llevaron a una presentación en las afueras. El objeto presentado era, para no andarnos con rodeos, una engañifa. Un truño. Tan pésimo era que en los corrillos se hablaba del temporal de frío y lluvia, del mito de la decoración escandinava y hasta de trapos, cuando en circunstancias normales aquello sería un mar de lamentos acerca de lo poco preparado que está el público español para aceptar nuevas propuestas artísticas, y sobre la escasez de medios y ayudas a la que se han de enfrentar los creadores. Soplapolleces en ambos casos, pero que vale, que da igual, que tampoco es de eso de lo que quiero hablar.
De lo que quiero hablar es de una mujer, para variar. Y es que en uno de esos corrillos me presentaron a una señorita que me gustó, intuyo que a consecuencia de lo estupendamente que se compenetraban sus defectos. Tenía la piel increíblemente blanca, muy fina, casi transparente, y una voz excesivamente cruda, rozando lo viril. Cuando sonreía se mordía la lengua, lo que siempre me ha parecido un gesto muy carnal, y que me trajo la certeza de que seguro tendría muy buena cama, con un follar largo y paciente. La dama en cuestión, por otra parte, emitió un par de señales que me hicieron constatar que el encantamiento era mutuo, por lo que hice lo único que en aquella situación cabía hacer: huir. Un "disculpadme, he de hacer una llamada", y un salir pitando.
No obstante, antes de echar a correr tuve tiempo de oirle algo que me resultó interesante. Dijo que con tan sólo ver la vestimenta con la que alguien se acuesta ya era capaz de adivinar según qué rasgos de su personalidad. Que entre las muchas cosas que nos definen también está el si vamos a la cama desnudos o en ropa interior, luciendo un pijama a rayas o un chándal viejo, embutidos en el último regalo navideño o fieles a esa camiseta raída que nos ha acompañado durante los últimos quince años. Y pienso que algo de razón sí que tiene, que no es lo mismo enfrentarse a ese fenomenal instante de fuga que es el sueño en actitud de optimista entrega o cargado de precauciones, si dispuesto al abandono o deseando conservar siquiera un fino hilo de familiaridad. Y también me pregunto qué pensaría de mí la mujer de la piel blanca y fina si conociese mi tan habitual costumbre de caer desplomado en la cama, cuando no en el sofá, sin llegar a quitarme siquiera los zapatos.

martes, marzo 20, 2007

Poesitosis

lunes, marzo 19, 2007

La hoguera de las habilidades

El chaval de la gorra verde, aquella mujer que camina sobre unos tacones infinitos, el repartidor del 20 minutos o tu primo el ingeniero agrónomo son gente que no posee habilidad especial alguna, personas que viven en el empeño de enarbolar la bandera de lo común. Nada que objetar, bien por ellos, más cerca que se encuentran de la felicidad. Y además son mayoría. Sin embargo, sí que existe un buen número de individuos, más de los que cabría pensar, que disfrutan de alguna destreza que les diferencia del resto. Habilidades de las más diversas naturalezas, que van de lo decisivo a lo intrascendente y de lo espectacular a lo íntimo.
Tengo un amigo, un buen amigo, que traza dibujos capaces de encojerte el alma, una pericia que le ha reportado un hogar bien amplio, jugosas vacaciones y un buen puñado de admiradores. Por otra parte, tengo una amiga que es capaz de hacer un movimiento con la garganta, una especie de serpenteo de sincronización exquisita, con la que consigue precipitarte a la más absoluta de las locuras. No ha querido dedicarse a sacarle partido de forma profesional, así que su beneficio se circunscribe al ámbito de lo privado. Mucho mejor. También conozco a alguien capaz de insinuar los primeros compases de la marsellesa a partir de una ventosidad. No, evidentemente tampoco le ha sacado ningún partido económico, aunque cosas más raras se han visto, pero sí que tiene en ello un buen recurso que utilizar en veladas de tedio, ante las audiencias adecuadas. Y tengo una amiga, una buena amiga, que cuando asiste a una reunión, ya sea ésta profesional o de amigos, y tras contemplar cómo los demás se pisan el verbo, elevan la voz, discuten, lo normal, vaya, entonces toma la palabra - jamás eleva el tono de su voz - y los demás callan y atienden, presa de un embrujo inexplicable. Le va bien en la vida, le va muy bien, y además se lo merece, tanto por lo que en ella hay de extraordinario como por lo que hay de común.
¿Y yo? Yo también tengo una habilidad, de las del género friki, que es la de ser capaz de reproducir a la perfección un texto de un tamaño considerable, signos de puntuación incluídos, tras una sóla lectura, tras una sóla pasada. Algo a lo que en su momento saqué buenos réditos, ya que aplicado a determinados campos demostraba ser de gran utilidad, pero que ahora tan sólo me sirve para paliar entretantos memorizando prospectos, lo que tampoco viene del todo mal. Y luego tengo otra habilidad, la de ser capaz de, aún conviviendo junto a otra persona, aún compartiendo lecho, sofá y cubiertos, seguir viviendo sólo, agarrado a las mismas imposturas y renegando de las mismas rutinas, capaz de permanecer en soledad aún viviendo emparejado. Pero eso no me lo tengan en cuenta para el tema en cuestión, que todavía está por decidir si es don o maldición.

viernes, marzo 16, 2007

Let me down easy


Una de las mejores canciones de desamor de la historia. Una canción que sustituye el chantaje del "sin tí me muero" por el control de daños del "ya que me vas a dejar, hazlo con delicadeza", que cambia el melodrama del "no habrá un mañana" por el dolor retroalimentado del "en el futuro cuando nos crucemos al menos saluda". Una historia devastadora, magnificada por una voz descomunal. La voz de Betty Lavette.

Let me down easy, though your love for me is gone
Let me down easy, since you feel to stay is wrong
I know it's all over but the last goodbye, let me down easy

When you pass by me, say hello once in a while
When you pass by me, baby, does it hurt so much to smile
We promised that we'd still be friends til the very end
I'm begging you, baby, please, let me down easy

I remember at the start
It was so nice, we never thought we had to part
But now it's all over but the last goodbye, I'm calling you, baby please, let me down easy

Let me down easy, let me down easy,
Don't turn your back on me so fast,
let me down easy, let me down easy,
please, please, let me down easy,
take your time.

Aquí abajo les dejo la versión de estudio. Sí, hubo un tiempo en el que había gente capaz de cantar así.

Betty Lavette - Let Me Down Easy (Calla Records, 1965)

miércoles, marzo 14, 2007

Donde esté una buena mamada

Ayer vino a visitarme un colega de Barcelona y salimos a beber. Estuvimos hablando de moda. El se dedica a la moda.
- El de la moda es un campo vibrante, que cambia a cada segundo.
- Vaya.
- Y es un campo despiadado, en el que si cierras los ojos un instante te quedas fuera.
- Vaya.
Luego estuvimos hablando de cine. El se dedica al cine. A la moda dentro del cine.
- El del cine es un campo vibrante, que cambia a cada segundo.
- Vaya.
- Y es un campo despiadado, en el que si cierras los ojos un instante te quedas fuera.
- Vaya.
Luego pidió que nos fuésemos de putas. A mí no me gustan mucho esas cosas, pero mi labor como anfitrion me obligaba a acompañarle. Fuimos a un garito en el que pedimos whisky con coca-cola. Cuando al poco se subió yo me quedé en la barra comiendo panchitos. Una puta bajita y feucha se sentó a mi lado.
- Hola, me llamo Nuria.
- Hola Nuria.
- ¿Por qué estás triste?
- No es tristeza, si acaso melancolía.
- Pues si quieres te la chupo, a ver si se te pasa.
Eso es. Qué fascinante asociación de ideas. ¿Que tu mujer se fuga con el dueño de la mercería?, pues ve a que te la chupen. ¿Que descubres que tu novia de los dos últimos años nació llamándose Manolo?, pues ve a que te la chupen. ¿Que tu abuela demente abraza el fundamentalismo y se inmola en el Starbucks de la esquina?, pues ve a que te la chupen.

domingo, marzo 11, 2007

Seven

Cuando estoy de resaca a menudo me da por visitar las secciones de lencería de los centros comerciales más cercanos. No me miren así, a saber qué oscuridades tienen ustedes. A mí me da por contemplar camisones, al igual que me da por devorar hamburguesas de ínfima calidad y por ver la tele en posición de tumbado. No es ningún misterio, tan sólo los últimos coletazos del demonio, que hace brotar todo tipo de pecados capitales. Lencería, McDonald's y sofá, si se fijan, no son otra cosa que meros indicativos de lujuria, gula y pereza. Es fácil.
Así que hoy al salir de la tienda de lencería he decidido luchar. Hacer frente a la apatía. Y he llamado a estos para organizar un partidillo de pádel. Nos faltaba uno, por lo que JM se ha traído a su nueva novia argentina. Nada más verla entrar en la pista ya me he temido lo peor. Llevaba unas zapatillas con rotos remendados con cinta adhesiva gris y unos pantalones de chandal desteñidos, cortados groseramente a tijera por debajo de la rodilla. Una vez que la bola ha comenzado a moverse se han cumplido todos mis presagios.
Aquello ha sido una masacre.
Cada golpe era un misterio irresoluble, cada bola un reto imposible. Un desastre. Una humillación. Después nos ha confesado que en Buenos Aires solía entrenar a diario en un club de cierto prestigio. Haber empezado por ahí, que yo tan sólo quería combatir mi pereza, no mi soberbia.
Después nos hemos ido al bar de enfrente a tomar unas cervezas. Hemos hablado de política y del clima. Luego ella se ha ido. Hemos hablado de mujeres y drogas. Sebas nos ha contado que hace dos días un tío le tocó el culo en un bar, y que al revolverse el otro le llamó homófobo. Yo les he contado lo de la madre que fantaseaba con atar a la cama al novio de su hija. Creo que ya sólo me falta contárselo a la cajera del super.
Y lo demás ha sido más o menos igual de aburrido, así que se lo ahorro.

jueves, marzo 08, 2007

Veinte poemas de amor y una canción de Mocedades

Vamos al aeropuerto a recoger a un amigo italoamericano que llega de Boston. Pasamos el día atendiendo unos asuntos personales y a eso de las siete dice que está muy cansado, que cena algo con nosotros y se acuesta. Vamos a un bar de tapas. A la segunda botella de Rioja se desbordan tanto el sentimiento de camaradería como el surrealismo de las conversaciones.
- Este jamón es excelente.
- ¿Te gusta? ¿Pedimos una de lomo?
- No, lomo no, que soy vegetariano.
Cuando se acaba la botella nos dice que ya no tiene sueño, cosas del jet-lag. Nos acercamos a su hotel y mientras sube a cambiarse flirteo con la recepcionista, una morena de traviesa mirada y sonrisa esquinada. Tras una conversación que en cualquier observador imparcial provocaría una profundísima verguenza ajena me da su teléfono, que apunta en el dorso de la invitación para una discoteca. Luego la cosa se lía. Mucho, pero no sabría decir exactamente cómo. Llego a casa a las ocho y media de la mañana. Entonces recuerdo que a las diez tengo que acudir a un acto en un centro cultural. Pienso en hacer palanca entre brazo derecho y quicio de la puerta, para partírmelo y así tener una buena excusa para no ir. A pesar de lo borracho que estoy reconozco que es una idiotez y me meto en la ducha. Tarareo una canción de Mocedades que no se me va de la cabeza desde que la oí en algún bar unas horas antes. Dónde coño habré estado.
Mientras voy en el metro, con el estómago en la boca, siento deseos de morir. Me da igual que sea una muerte dolorosa, siempre que sea rápida. Y cuando al fin llego a mi parada me digo que necesito un café y entro en un bar. A mi lado hay dos mujeres que hablan:
- ... está buenísimo. Qué culazo. Está como para atarlo a la cama y hacerle de todo.
- Por favor, vale ya, que estás hablando de mi novio, mamá.
Cuando llego al centro cultural respondo a los saludos tratando de disimular mi estado, y al hablar lo hago con extrema concisión, tirando de construcciones sencillas, eludiendo divagar. Al finalizar el acto, unos conocidos me dicen que me vaya con ellos a comer. En ese momento preferiría que me extirpasen un huevo con un cuchillo jamonero, pero no me puedo negar, así que voy con ellos a un restaurante que no está mal. Tras la primera copa de vino comienza a subirme lo de la noche anterior. Tras la cuarta ya no quiero morirme, quiero otra cosa. Estoy animado y relato anécdotas que mis interlocutores reciben con algarabía. Eso es lo que me parece, aunque también estimo posible que esté experimentando una percepción de la realidad significativamente alterada. Vaciamos dos botellas de licores de hierbas. Luego pedimos una copa para alargar la sobremesa, después otra, y más tarde otra más. A eso de las cinco los demás dicen que se tienen que ir. Cuando al fin me quedo sólo, plantado en medio de una calle que en ese instante no reconozco, me siento increíblemente cansado, incapaz de llevar a cabo las labores motrices más elementales. Poner un pie delante del otro. Andar. Entonces me acuerdo de la recepcionista. Comienzo a buscar su teléfono. No lo encuentro. Me pongo nervioso. Un nerviosismo estúpido, incoherente, etílico. Busco en la cartera, vacío mis bolsillos, y en un acto casi reflejo comienzo a buscar por el suelo, a mi alrededor. Un señor de avanzada edad me ve y se acerca.
- Hijo, ¿has perdido algo?
- Todo. Lo he perdido todo.

martes, marzo 06, 2007

Una medianoche desaparecida en sí misma

¿Alguna vez habeis ido en un taxi y a través de la ventanilla habeis visto un perro que era clavado al perro que tenía ella, y entonces habeis levantado la mirada y habeis descubierto que estabais pasando exactamente por delante de la puerta de la que entonces era su oficina? ¿Alguna vez habeis estado en un centro comercial y os ha llegado el aroma de una fragancia que era igual que la que usaba ella, y habeis recordado que fue ahí, en esa misma escalera mecánica, donde un día ella tropezó y la tuvisteis que sujetar para que no cayese y acabasteis fundidos en un abrazo repleto de sonrisas? ¿Alguna vez habeis estado en un bar y al fondo habeis divisado a una mujer que de espaldas era igual que ella, increíble cómo se parecía, y os ha dado un vuelco el corazón, y entonces habeis recordado que fue en ese lugar, exactamente en ese lugar, donde os conocisteis?
No, yo tampoco.

domingo, marzo 04, 2007

En desiertos de tedio, un oasis de horror

La semana pasada me invitaron a una convención en Londres, y ya que me daban una habitación doble le dije a Ruth que se viniese conmigo. Me dijo que no, y que lo hacía por mí. A saber qué narices querría decir. Así que me fui sólo, en unos de esos vuelos baratos en los que no te dan comida ni te dan bebida y si quieres algo te lo pagas. Cuando la azafata me preguntó si deseaba tomar algo le dije que sí, que tres cervezas. ¿Ha dicho tres? Sí, he dicho tres. Esbozó un gesto levemente temeroso, pero las trajo. Abrí mi libro de poemas de Baudelaire, mientras mi vecino de localidad se concentraba en el exterminio de los miles de marcianos de vísceras verdes que le atacaban en su psp. Fantaseé - lo suelo hacer en estas circunstancias - con una pérdida tal de presión en cabina que provocase la explosión sangrante de todo tímpano presente en la aeronave. También imaginé colisiones en pleno vuelo y aterrizajes fallidos. Después me dormí.
En la convención nos dieron sandwiches de pollo y zumos raros. Una inglesa muy gorda y muy embarazada hizo un acalorado panegírico del optimismo. Recibió aplausos. Un francés defendió la inexistencia de todo futuro. Lo hizo de forma atropellada y poco convincente, y al descubrir la perplejidad de los que le rodeaban apuntó que no se había explicado bien debido a los nervios, pero que estaba dispuesto a hacerlo mejor con quien así lo desease, vía email.
Nos llevaron a cenar a un restaurante en el que los únicos alicientes eran las guarniciones y la presencia en mi mesa de una holandesa muy guapa empeñada en aprender palabras gruesas en diferentes idiomas. Me enseñó a decir "rukker", y yo a ella "putón". Al rato vino a buscarla su novio y salieron del restaurante cogidos de la mano. Los demás nos fuimos a un bar muy moderno donde bebimos champán. Una italiana pelirroja me pidió que le invitase a un martini y se lo bebió de un trago. Me alegré de que Ruth no hubiese venido, pero la alegría duró poco ya que al tercer martini la italiana cayó redonda al suelo. Luego le estuvo explicando a los demás que se había mareado por culpa del calor. Calor mis cojones.
Cuando volví al hotel me fijé en las sábanas. Eran de color tierra, con reflejos dorados. Muy bonitas. Apagué la luz y me senté en el suelo. Detesto viajar.