viernes, septiembre 29, 2006

Qué caída más tonta

El golpe había sido tan fuerte que todos los botes que había alrededor, los de champú, los de suavizante para el cabello, los de gel de baño, la mitad vacíos - mil veces se había dicho que debía tirarlos - habían caído, la mayoría al agua e incluso un par de ellos fuera de la bañera. Le preocupaba que el estruendo hubiese despertado a la anciana que vivía en el apartamento contiguo, pero pronto comprendió que era un disparate ponerse a pensar en el bienestar de su vecina cuando ella estaba allí tirada boca arriba, su cabeza ensangrentada encajada bajo el grifo, la pierna izquierda sobresaliendo de la bañera, la derecha doblada sobre sí misma y los brazos inmóviles, bajo el agua, a su espalda. Mientras comenzaba a reponerse mentalmente del impacto comenzó a pensar en cómo había llegado hasta ahí. Era jueves. Sí, seguro, era jueves. A las siete y media de la mañana había sonado el despertador, y tras levantarse había ido hasta la cocina y había insertado dos rebanadas de pan en la tostadora, como siempre. Luego había entrado en el baño, había abierto el grifo de la ducha, y poco después de pisar el suelo de la bañera había resbalado hasta quedar así, inmóvil, boca arriba, en esa posición imposible. Estuvo a punto de recompensar su torpeza con una sonrisa, pero no lo hizo porque comenzó a notar que el agua teñida del rojo de la herida que brotaba de su frente estaba subiendo y ya le llegaba a la barbilla. No recordaba haber puesto el tapón de la bañera, así que supuso que era su cuerpo lo que ejercía como tal. Sonó la tostadora, el desayuno ya estaba preparado. Pensó entonces en las mermeladas de diferentes sabores que tenía en el frigorífico. Melocotón, frambuesa y naranja. Pensó en que mañana era viernes y saldría de trabajar a mediodía. Y después pensó, al fin y por vez primera desde entonces, en el viaje a la costa que habían hecho hacía dos meses, y pensó en la carretera y pensó en la brisa y pensó en todo lo que él le había dicho. El agua siguió subiendo y tapó su boca. Fue en ese preciso instante cuando tuvo la certeza, la absoluta certeza, de que si quisiese moverse podría hacerlo sin la menor dificultad. Pero no lo hizo. En cambio, cerró los ojos y siguió pensando en todas aquellas palabras.

Fotografía de Lucyna Bąkowska.
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