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Más cumpleaños: el de Martina, que fue el Domingo pasado. Desde que decidió comenzar a utilizar su talento en el vulgar empeño de hacer dinero cada vez nos vemos menos, así que decidí plantarme en su nueva casa con un ejemplar de segunda mano, una preciosidad, de "La Montaña Mágica". Al recibirlo me preguntó si era consciente de que esa era la tercera vez que le regalaba el mismo libro, y salí del paso con elegancia, dando un convincente discurso sobre el intrínseco valor de las tradiciones y lo maravilloso que puede llegar a resultar que el norte esté siempre en el mismo sitio. Martina me contó después que hacía poco que había soñado conmigo, un sueño en el que ambos éramos los protagonistas de un porno de estos elegantes, muy Andrew Blake, con mucha luz cenital y mucha decoración zen y mucho plano descuadrado. Y que nos poníamos al tema de forma muy profesional y cada medio minuto venía una ayudante del director y nos obligaba a detenernos para secarnos el sudor de la cara y de los muslos. Luego me dijo que en una de las posturas que adoptamos agarré su cabellera y al tirar der ella hacia mí le hice un poco de daño, que la próxima vez tenga más cuidado. Hay que añadir que al novio de Martina, allí presente, la narración del sueño le resultaba divertidísima. El sabrá.