Que baje la tele, me dice Diana. Que baje la tele, que no se puede concentrar. Está haciendo una lista de la ropa que debe comprarse y va ya por el tercer folio. El lunes que viene comienza a trabajar en un conocido medio de comunicación y desde que le dieron la buena nueva no han desaparecido de su boca expresiones como traje chaqueta, bolso a juego y ¡zapatos, más zapatos!. Ayer fuimos a cenar a un sitio chulo y entre el arroz al aroma de jenjibre y el curri verde de pollo le dije que veía aproximarse a babor el tiempo en que nuestros caminos comenzasen a separarse. Por su llegada a un nuevo universo, con sus nuevos retos y sus nuevos habitantes y sus nuevas realidades, donde comenzará poco a poco a sentirse a gusto, hasta acabar detestando sus viejas rutinas. Le dije que siempre existía la posibilidad, claro, de que su nueva vida resultase un infierno, una experiencia fallida, rodeada de gente deseosa de causarle mal y obligada a desempeñar labores detestables, pero que lo dudo porque ella es un bombón, y a los bombones nunca les pasan esas cosas. Me dijo que le encantaba escucharme hablar pero que dejase ya de decir chorradas, y luego me preguntó si estaba triste por algo. Yo respondí que no era tristeza sino mi natural melancólico, y que no había de qué preocuparse, que en realidad me encanta contemplar a las personas en ese instante supremo en el que atraviesan un tramo decisivo de sus vidas, qué se yo, un volver de vacaciones, un cortarse el pelo o un comenzar a trabajar en un espacio nuevo.
En la televisión veo a un tipo haciendo el idiota y dando paso a un video casero en el que un señor muy gordo tropieza con un rastrillo y se cae a una piscina. Me alegro de haber bajado el volumen. Diana ya ha comenzado a rellenar su cuarto folio y ha escrito "y más zapatos, por Dios, más zapatos". La voy a echar de menos.
Fotografía de Yanick Dery, vía Las Insólitas Aventuras del Pez.
jueves, septiembre 14, 2006
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