
Por las tardes nos sentábamos en el sofá y mientras yo veía la televisión ella se inclinaba sobre sus libros fotocopiados. Su pelo era rubio e increíblemente fino. A menudo se hacía unas trenzas que sabía que me volvían loco. Entonces yo olvidaba el televisor y contemplaba fascinado los diferentes tonos que adoptaba su finísimo cabello, más oscuro en los nudos, más claro en los extremos. Ella mantenía la mirada en sus papeles y sonreía. A veces amenazaba con cortárselo. Yo sabía que lo decía en broma, pero aún así le contestaba que eso era lo peor que me podía pasar en esta vida. A continuación ella me besaba y me decía que me quería.
El día que llegué a casa oliendo a perfume barato, con la camisa y las palmas de las manos ensangrentadas, ella apenas hizo un par de preguntas. Después dijo que aquello lo resolveríamos juntos. Tomó las riendas de la situación y se encargó prácticamente de todo. Yo no podía creer la suerte que tenía de que estuviese a mi lado. Incluso se me saltaban las lágrimas. A partir de ese día no volvió a hacerse las trenzas.
Fotografía de Michaël David André.