
Me voy unos días a Barcelona a bailar, a ver si se me pasa. No me beban demasiado, y lean todo lo que puedan del enorme nuevo Premio Cervantes. Ah, y no me esperen despiertos.

Peeps salía por las tardes a jugar al jardín. Allí, desenterraba su yoyó y contemplaba extasiado las luces fluorescentes que éste desprendía al subir y bajar. Al cabo de un rato, enterraba de nuevo su yoyó y volvía a entrar en casa. Todo este ritual se desarrollaba a escondidas, ya que su padre le había dicho que su adorado juguete era en realidad un poderoso emisor de energías negativas, que aquello que lo hacía especial era a su vez lo que lo hacía peligroso, y que debía deshacerse de él.
Para esta noche tenemos preparada una botella de Grego con la que regaremos las peripecias, en riguroso blanco y negro inglés, de Billy (Tom Courtenay), un joven de monótona existencia que vive con sus padres y es atormentado por dos insufribles mujeres mientras idolatra a una tercera. Su vía de escape es su imaginación, en la que edifica un universo de fantasía en el que él es el gran heroe. Cuando la vida le da la oportunidad de dejar de refugiarse en sus mentiras, cada vez mayores y más evidentes, y de dar un salto hacia la conquista de su propia vida, descubrirá si dispone o no del coraje necesario para triunfar en tan titánica tarea. Julie Christie está, para variar, elegantísima.
Esta mañana he salido y junto a un cajero automático una señora gris me ha parado y me ha preguntado por una calle. Le he dicho que su nombre no me sonaba de nada. Me ha dado más datos, un concesionario, unos multicines. Le he dicho que no, que seguía sin sonarme. Entonces me ha dedicado un gesto de fastidio, ha musitado unas palabras entre las que me ha parecido distinguir un reproche, y se ha ido. No he estado a la altura de las expectativas despertadas, y me he sentido como un mal lateral izquierdo en una final de Copa. Otra vez.
Que cómo habrás llegado a esa silla, que quién diablos soy, que por qué tú, todo eso te estarás preguntando. Te digo de veras que no lo sé. Cuando descubrí de lo que era capaz - y a estas alturas ya debes imaginar que soy capaz de TODO - pensé que alguien me habría otorgado este don, un don que fuese parte de un gran fin. Y quise comprender, y subí, y llegué hasta arriba del todo, pero allí no había nadie. Estar arriba del todo no es fácil.
No me duele. Mira, no me duele. Y puedo seguir abrasando y rasgando, que seguirá sin dolerme. Mira.
Que por qué te elegí a tí, que por qué estás atado, que si te haré daño, todo eso te estarás preguntando. Has de saber que cuando descubrí de lo que era capaz decidí salir volando a una velocidad supersónica, pero no fui hacia el norte ni hacia el sur, eso hubiera sido demasiado sencillo. No, me dirigí hacia dentro. Y una vez dentro fui hacia atrás, donde comienza todo, y después adelante, donde hay más comienzos. Pero no ví nada, no ví a nadie. Ya he buscado en todas partes. He escrutado cada milímetro de mi piel, de mi alma, y aunque sé que soy capaz de todo, lo cierto es que aún no he encontrado nada. Y ahora voy a comenzar a buscar dentro de tí. Y si no encuentro lo que busco seguiré con otros. Lo siento de veras, pero no tengo alternativa. No es algo personal, de verdad que no.
Cierra los ojos, a tí igual sí te duele.
Un par de horas después de acostarme, así como a las cinco, he oído algo que me ha sobresaltado. He encendido la luz y al fondo de la habitación, más allá de los pies de la cama, he visto pintura en el suelo. Se había desprendido del techo. Me he levantado, me he situado debajo de un roto de un tamaño considerable, y he mirado hacia su interior. Lo que allí he contemplado ha sido no la pared desnuda, como cabría esperar, sino una amalgama brillante compuesta por aquellas cosas que debo hacer y no me apetece, y esas otras que nunca debí haber hecho.
Quisiera dedicar este libro a mis padres, por estar siempre a mi lado, apoyándome,
"Tan sólo tienes que estar seguro de hacer lo correcto. Lo que quiero decir es que eso es algo muy fácil de olvidar - ella está allí sentada en el pub con sus nuevos amigos y su nueva vida y su nuevo pelo, y a pesar de que han pasado cinco años lo sabes, con tan sólo mirarla.
Me ha llamado Eva para decirme que me vaya comprando algo elegante, que en diez días se bautiza mi sobrino. Lo ha dicho así, se bautiza, como si se fuese a bautizar él sólo, el canijo. Aquello parecía un sketch de Gila: "oye, marquitos, dile a mi madre que he ido a bautizarme, que no hace falta que baje a por pan, que ya lo traigo yo cuando vuelva". Luego se lo he dicho a Diana, lo del bautizo no lo de Gila, y ha puesto morritos la muy puñetera, y me suplica como un perrillo que la lleve, y añade que de ninguna manera la puedo dejar en tierra porque tiene los zapatos ideales para el evento. Pero es que resulta que me da palo llevarla, no sea que mi madre haga con ella lo que hizo con la última que le presenté, a la que miraba como si tuviese un cáncer la pobre y le salpicaba las conversaciones de adjetivos como pobrecita e inocente. Mamá, que tienes que ir conmigo, que soy tu hijo, le dije después. Y ella me contestó que sí, que ya, pero que si no había visto la cara de buena persona que tenía la muchacha, que si no me daba pena. Te cagas. Y ojo, que no digo yo que no tenga, en el fondo, muy pero que muy en el fondo, algo de razón, pero, a ver, que es mi madre, que uno ve a esos que salen en la tele confesando que pegaban a su madre para quitarle el monedero e irse a pillar jaco, y allí ves a sus progenitoras, con la cara de paciencia que corresponde al cargo, apoyando a su hijo en el magazín matinal y defendiéndole de los ataques de contertulios deshubicados, proxenetas trendies y ex concursantes de Gran Hermano.
Hoy he quedado a desayunar con Martina, a pesar de que hace poco constatamos que últimamente nos estábamos viendo demasiado y que deberíamos hacerlo menos, para luego cogerlo con más ganas. Pero resulta que le tenía que devolver su ampli, así que nos hemos citado en una taberna muy vieja que nos encanta porque está repletita de zumbaos. Allí al que no le falta un tornillo le falta la caja de herramientas al completo, un escándalo. Aunque también nos gusta por su tortilla de patata, que es como para darles una estrella michelín, o casi mejor un abrazo. Mientras esperaba he estado leyendo un relato breve de Slawomir Mrozek, un autor especialista en lo minimal que recomendaban en uno de esos blogs que tienen ahí a la derecha. El relato en cuestión va de dos exploradores que, tras quince años de búsqueda, encuentran al fin en una isla el tesoro del capitán Morgan. Al desenterrarlo comprueban que allí dentro no hay riqueza alguna, tan sólo una nota escrita por el tal Morgan que dice "besadme el culo". Al verlo uno de los buscadores, muy digno, hace un discurso sobre la prevalencia de la búsqueda sobre el hallazgo, y dice que lo que de verdad cuenta es el esfuerzo de perseguir y no el hecho de alcanzar. Entonces el otro se lo carga allí mismo mientras dice "me gustan las moralejas, pero sin pasarse". Me ha hecho gracia, y al llegar Martina ha preguntado "¿y tú de qué te ríes?". Venía hecha una fiera, diciendo que si a los músicos cabe catalogarlos en cuanto a grado de idiocia, de menor a mayor, en americanos - españoles - ingleses - franceses, en el mundo del cine allí ya sí que no se salva ni uno, todos franceses, del mismísimo centro de París. A continuación ha seguido echando espumarajos por la boca, y al final se ha cagado, entre otras muchas cosas, en los hermanos Lumiere, en las clases medias y en las tiendas de moderneces sport del centro. No he tenido más remedio que apuntar que la iconoclastia le sienta de miedo.
Esta mañana he salido de casa bajando las escaleras de dos en dos. Al llegar abajo he bromeado con el portero sobre las lluvias de la pasada semana y luego la chica de la tienda de ropa de la esquina me ha preguntado con una sonrisa cuándo me iba a decidir a invitarle a cenar. Después he tenido la sensación de que incluso el mobiliario urbano me sonreía. Las papeleras, las farolas, los bancos, las marquesinas. Hacía un sol radiante que caía como un manto de optimismo sobre los viandantes y un aire fresco que sentía penetrar con exquisita suavidad en mis pulmones. Me ha parecido que mi cabeza iba más alta de lo habitual y que mis pasos eran más ligeros, más largos. He pensado que hacía un día perfecto para ser feliz. Perfecto. Un día perfecto. Entonces he sabido sin el menor atisbo de duda que debía volver a casa. He vacilado entre si hacerlo corriendo o, mejor aún, despacio, simulando tranquilidad. Al pasar junto a la chica de la tienda y el portero les he dicho "vaya cabeza la mía, ¡siempre me olvido el móvil!" y he intentado que no adivinasen el pánico en mi rostro. Cuando al fin he llegado arriba he cerrado la puerta tras de mí y he comprobado que todas las ventanas estuviesen cerradas. Me he sentado en el suelo, junto a la cama. En silencio. A salvo. A mí en otra igual no me pillan.
Una de las muchas personas que soy sufre en ocasiones desórdenes de índole compulsiva. Así, este yo conflictuado enferma ante cotidianidades en las que el común apenas repararía. Los auriculares de color blanco, los nombres que empiezan por "r", las camisas de un sólo bolsillo. Infiernos hay mil.
Me ha llamado Sebas, que saliésemos a tomar algo, que el sábado cumple treinta y siete años y está nervioso. En el bar me cuenta que la crisis esa de los cuarenta a él se le ha adelantado tres años. Balbucea cosas acerca de la casa que se ha comprado este año, de su inaudita monogamia, y de nosequé de ir los todos Domingos a comer a casa de la suegra. Dice que se le ha movido todo de sitio, que no se parece en nada al sí mismo de hace un año y que ya no sabe dónde se encuentran sus rutinas de siempre. De un día para otro me he hecho viejo, añade. Yo miro a la camarera y haciendo un gesto sincronizado entre dedo índice y cejas pido otras dos de lo mismo.
Si me notan últimamente un tanto callado sepan que se debe a que estos días me encuentro compartiendo ciudad con Kim Clijsters, y eso me tiene tenso. Cómo le puede gustar esa, se preguntarán. Es lo que hay. Como decía aquel: el corazón tiene razones que la razón no entiende.
Sentados en un banco de la plaza mi padre me contaba un chiste de jirafas. Entonces hizo una mueca grotesca y dejó caer su cabeza hacia adelante. Acompañé la ocurrencia de risas, a pesar de no acabar de ver su relación con lo de las jirafas. Luego sentí una quemadura en un brazo.
Bueno, bueno, esta sí que no se la van a creer. ¿Pues no resulta que llego a casa y me encuentro un marciano?- Y tú de qué te ríes, ¿no ves que te estoy invadiendo?
Y yo he respondido:
- Bueno, verás, que sí, que se ve que la invasión está muy bien preparada, y que va fenomenal en cuanto a lo del elemento sorpresa y todo eso, yo en serio que no me lo esperaba, para nada, pero es que...
Y me he tenido que detener, porque al oir mi voz los ojos del marciano se movían de lado a lado y, eso, que me resultaba absolutamente imposible contener las caracajadas.
- Pues a mí no me hace gracia - ha dicho entonces el marciano, con una cierta melancolía.
Yo lo último que quería era que el marciano se sintiese mal, que de verdad que a mí si hay algo que no me gusta en absoluto es reírme del aspecto de nadie. Pero es que aquello era como cuando entras en un restaurante chino y te preguntan ¿mesa pala cuatlo?, y sabes que está fatal reirte pero tienes el día tonto y no lo puedes evitar, y cuanto más intentas contenerte más risa te da.
En ese momento ha entrado mi chica en casa, y por el pasillo venía gritando: "¡No te vas a creer lo que acabo de ver!", y ha entrado en el salón, y ha visto al marciano y me ha visto a mí enfrente riéndome, y se le ha contagiado la risa como nos pasa siempre, y ha comenzado a señalar al marciano con una mano y con la otra a sujetarse el estómago, y hasta ha tenido que apoyarse en una pared para no caerse. En ese momento el marciano se ha agarrado el cuello de la camisa como hacen los policías de las series de televisión cuando quieren hablar con la central, y ha dicho:
- Soy yo... refuerzos... necesito refuerzos...
Fotografía de Aurelien Police.