Esta mañana he salido y junto a un cajero automático una señora gris me ha parado y me ha preguntado por una calle. Le he dicho que su nombre no me sonaba de nada. Me ha dado más datos, un concesionario, unos multicines. Le he dicho que no, que seguía sin sonarme. Entonces me ha dedicado un gesto de fastidio, ha musitado unas palabras entre las que me ha parecido distinguir un reproche, y se ha ido. No he estado a la altura de las expectativas despertadas, y me he sentido como un mal lateral izquierdo en una final de Copa. Otra vez.
Llegué a España a los dieciocho años. Hasta entonces residí en una gran ciudad de la Suiza alemana. Con mi madre hablé siempre en español, desde niño, por lo que al llegar aquí se daba la paradoja de que mi acento era perfecto pero mi vocabulario escaso y obsoleto. Comencé a trabajar en un restaurante fino, donde la gente dejaba caer en mi presencia formas coloquiales para mí aún desconocidas, por lo que me veía obligado a empeñar unos instantes en la decodificación de aquellas expresiones, unos instantes que son exactamente esos que consiguen que los demás se cuestionen si no se hallarán en presencia de un oligofrénico. Si mi entonación hubiese resultado más deficiente y mi tara más evidente nadie me habría exigido tanto, así que pensé seriamente en fingir el acento, algo que, supuse, no me debía resultar difícil. Llegué a ensayarlo frente al espejo. Pero nunca llevé a cabo esa estrategia. En cambio, me hice mod.
Eso, lo de encontrarme en la linea de fuego de una perspectiva agotadora me ha sucedido después en otras ocasiones, en otros ámbitos. Hay un algo que supongo estructurado a partir de bagaje y desenvoltura que conduce a engaño, y que provoca el que el otro tienda a situar sus expectativas sobre mi persona en un punto más elevado que el que elige para consigo mismo, creyendo ver algo que quizás no sea, o que en todo caso mi natural perezoso de ninguna manera me permitirá ser. Terreno abonado para el desengaño, una máquina de provocar decepciones, un generador de desilusiones de variadas formas y colores. Un fiasco del que en todo caso no tengo culpa, que yo sólo vine aquí a presentar mi libro.
Decía Alain Robbe-Grillet que siempre tenía la impresión de vivir en un mundo socavado, amenazado por un cataclismo, al borde de la explosión. Algo que, como pueden comprobar, no viene a cuento ni aquí ni ahora, pero que me gusta y hago constar por si más tarde hace falta. Que pasen buen día, y que se entreguen sin reparo a su canción favorita.
Fotografía de Joanna Gorlach.
lunes, noviembre 27, 2006
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