Así como lo oyen. He llegado a casa, he puesto la televisión para que se fuese calentando mientras me hacía la cena, porque hace un pitidito muy molesto que tarda un par de minutos en irse, he puesto el agua a calentar para cocer los macarrones, y al rato he escuchado una voz extraña que provenía del salón. He vuelto y en la pantalla de la tele se podía ver, pues eso, lo que viene a ser un marciano, uno que anunciaba que habían invadido la tierra y que teníamos, supongo que se refería al género humano en su conjunto, cinco minutos para despedirnos de nuestros seres queridos. A mí eso de que me invadan comunidades alienígenas me da un poco igual, cuestión de acostumbrarse, pero es que el bicho tenía la cabeza tan verde y tan apepinada y los ojos tan saltones que me ha dado un ataque de risa. Era como un cruce entre Jeff Goldbum y Blas, el de Epi. Yo entiendo que reirse no era para nada lo adecuado en esa situación, claro que lo entiendo, pero es que de verdad que no he podido evitarlo.
He cambiado de canal y ha resultado que en todos estaba el mismo marciano, una invasión en toda regla, aunque en cada uno sujetaba bajo su mano derecha algo diferente: la cabeza degollada del presentador del telediario, un espejo retrovisor en llamas o un balón desinflado, dependiendo del canal en cuestión. Total, un verdadero espanto, un cataclismo, y yo mientras ahí, venga a reírme, retorcido en el sofá. No podía evitarlo. En un momento determinado y haciendo gala de un don de la ubicuidad ciertamente admirable el marciano se ha materializado en mi salón y apuntándome con lo que imagino era un arma muy sofisticada me ha dicho:
- Y tú de qué te ríes, ¿no ves que te estoy invadiendo?
Y yo he respondido:
- Bueno, verás, que sí, que se ve que la invasión está muy bien preparada, y que va fenomenal en cuanto a lo del elemento sorpresa y todo eso, yo en serio que no me lo esperaba, para nada, pero es que...
Y me he tenido que detener, porque al oir mi voz los ojos del marciano se movían de lado a lado y, eso, que me resultaba absolutamente imposible contener las caracajadas.
- Pues a mí no me hace gracia - ha dicho entonces el marciano, con una cierta melancolía.
Yo lo último que quería era que el marciano se sintiese mal, que de verdad que a mí si hay algo que no me gusta en absoluto es reírme del aspecto de nadie. Pero es que aquello era como cuando entras en un restaurante chino y te preguntan ¿mesa pala cuatlo?, y sabes que está fatal reirte pero tienes el día tonto y no lo puedes evitar, y cuanto más intentas contenerte más risa te da.
En ese momento ha entrado mi chica en casa, y por el pasillo venía gritando: "¡No te vas a creer lo que acabo de ver!", y ha entrado en el salón, y ha visto al marciano y me ha visto a mí enfrente riéndome, y se le ha contagiado la risa como nos pasa siempre, y ha comenzado a señalar al marciano con una mano y con la otra a sujetarse el estómago, y hasta ha tenido que apoyarse en una pared para no caerse. En ese momento el marciano se ha agarrado el cuello de la camisa como hacen los policías de las series de televisión cuando quieren hablar con la central, y ha dicho:
- Soy yo... refuerzos... necesito refuerzos...
Fotografía de Aurelien Police.