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Luego, casi al despedirse, Eva ha añadido "ah, por cierto, hace tres horas he tenido un hijo, enhorabuena, eres tío", así, como si su gestación hubiese sido imaginaria y el parto simple trámite administrativo. Me ha dicho que lo había tenido en un suspiro y que eso le habia decepcionado, que si lo llega a saber no va, que habría mandado a su marido a tenerlo, que ella está muy ocupada para esas menudencias. Yo le he dicho que se calme, que a ver si iba a sufrir el síndrome ese de las recién paridas, y ella me ha respondido elevando la voz "tú sí que dices paridas... que soy psiquiatra, gilipollas, qué síndrome ni qué hostias". Yo le he preguntado luego si le habían puesto la epidural, y ella ha contestado en un nuevo reproche "ele mi niño, tú siempre a lo tuyo", y ha apuntado que en estos casos lo que se pregunta no es eso sino el peso del recién nacido. Será psiquiatra, sí, pero para mí que estaba demasiado tensa. Así que no le he comentado que a mí una vez me pusieron la epidural, da igual a cuento de qué, y que me quedé frito, y que soñé con una charca llena de rinocerontes azules. Y que cuando desperté, en el postoperatorio, estuve jugando a variar el ritmo de mis latidos, por despistar al monitor al que estaba enganchado, por competir, y que una vez estuve a punto de conseguirlo. Era buena, muy buena, aquella máquina. Tan buena como caras las tiendas Prenatal.
La fotografía, de Brian McCarty, vía Mira y Calla.