Luego, casi al despedirse, Eva ha añadido "ah, por cierto, hace tres horas he tenido un hijo, enhorabuena, eres tío", así, como si su gestación hubiese sido imaginaria y el parto simple trámite administrativo. Me ha dicho que lo había tenido en un suspiro y que eso le habia decepcionado, que si lo llega a saber no va, que habría mandado a su marido a tenerlo, que ella está muy ocupada para esas menudencias. Yo le he dicho que se calme, que a ver si iba a sufrir el síndrome ese de las recién paridas, y ella me ha respondido elevando la voz "tú sí que dices paridas... que soy psiquiatra, gilipollas, qué síndrome ni qué hostias". Yo le he preguntado luego si le habían puesto la epidural, y ella ha contestado en un nuevo reproche "ele mi niño, tú siempre a lo tuyo", y ha apuntado que en estos casos lo que se pregunta no es eso sino el peso del recién nacido. Será psiquiatra, sí, pero para mí que estaba demasiado tensa. Así que no le he comentado que a mí una vez me pusieron la epidural, da igual a cuento de qué, y que me quedé frito, y que soñé con una charca llena de rinocerontes azules. Y que cuando desperté, en el postoperatorio, estuve jugando a variar el ritmo de mis latidos, por despistar al monitor al que estaba enganchado, por competir, y que una vez estuve a punto de conseguirlo. Era buena, muy buena, aquella máquina. Tan buena como caras las tiendas Prenatal.
La fotografía, de Brian McCarty, vía Mira y Calla.miércoles, marzo 22, 2006
3 kilos 360 gramos
Esta mañana ha sonado el móvil, y era Eva que me ha contado que ayer en el metro vio a cuatro personas sentadas en fila: un negro que leía a Agatha Christie, una rubia guapa con zapatos plateados que leía algo de Isabel Allende, una adolescente bajita con "El guardián entre el centeno", y una señora gorda de mediana edad con el último de Pérez-Reverte, ese brasas. Me ha dicho que en cuanto les escrutó con la mirada supo de inmediato que podían parecer muy diferentes, cada uno un estereotipo, pero que todos eran la misma persona. Y yo me fío, porque Eva sabe bien que lo que vemos de las personas, sus ojos, su piel, sus facciones, es el reverso de lo que de verdad son. Que aquello que vemos son personas vueltas del revés. Entonces me he preguntado qué hubiera visto en mí, sentado en el metro horas antes, leyendo "Los conspiradores" de Daniel Sueiro y con un reproductor mp3 de 20 gigas con una sóla canción, "14:31" de Global Communication, repetida en modo infinito. Otro estereotipo, supongo.
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