viernes, noviembre 17, 2006

¡Y hemos decidido ponerle tu nombre!

Me ha llamado Eva para decirme que me vaya comprando algo elegante, que en diez días se bautiza mi sobrino. Lo ha dicho así, se bautiza, como si se fuese a bautizar él sólo, el canijo. Aquello parecía un sketch de Gila: "oye, marquitos, dile a mi madre que he ido a bautizarme, que no hace falta que baje a por pan, que ya lo traigo yo cuando vuelva". Luego se lo he dicho a Diana, lo del bautizo no lo de Gila, y ha puesto morritos la muy puñetera, y me suplica como un perrillo que la lleve, y añade que de ninguna manera la puedo dejar en tierra porque tiene los zapatos ideales para el evento. Pero es que resulta que me da palo llevarla, no sea que mi madre haga con ella lo que hizo con la última que le presenté, a la que miraba como si tuviese un cáncer la pobre y le salpicaba las conversaciones de adjetivos como pobrecita e inocente. Mamá, que tienes que ir conmigo, que soy tu hijo, le dije después. Y ella me contestó que sí, que ya, pero que si no había visto la cara de buena persona que tenía la muchacha, que si no me daba pena. Te cagas. Y ojo, que no digo yo que no tenga, en el fondo, muy pero que muy en el fondo, algo de razón, pero, a ver, que es mi madre, que uno ve a esos que salen en la tele confesando que pegaban a su madre para quitarle el monedero e irse a pillar jaco, y allí ves a sus progenitoras, con la cara de paciencia que corresponde al cargo, apoyando a su hijo en el magazín matinal y defendiéndole de los ataques de contertulios deshubicados, proxenetas trendies y ex concursantes de Gran Hermano.

En fin, que eso, que dice Diana que se viene, y para más inri (N de la R: disculpen la expresión, llevaba todo el día queriendo utilizarla) acabo de recordar que la noche anterior al bautizo tengo programado un evento al que no puedo faltar y que fácilmente se alargará y ensanchará de manera nada saludable, por lo que es muy posible que al día siguiente no me encuentre en la forma más idonea para lidiar con neurosis ajenas, indiscretas revelaciones de errores pretéritos y/o previsibles ataques de pánico estilo runaway bride. Así que creo que no me quedará más remedio que encomendarme a las enseñanzas de Sun Tzu y, claro, calzarme mi corbata de piqué color hueso. Si hay que morir, que sea con elegancia.

Fotografía de Thomas Van de Scheck.
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