Me ha llamado Sebas, que saliésemos a tomar algo, que el sábado cumple treinta y siete años y está nervioso. En el bar me cuenta que la crisis esa de los cuarenta a él se le ha adelantado tres años. Balbucea cosas acerca de la casa que se ha comprado este año, de su inaudita monogamia, y de nosequé de ir los todos Domingos a comer a casa de la suegra. Dice que se le ha movido todo de sitio, que no se parece en nada al sí mismo de hace un año y que ya no sabe dónde se encuentran sus rutinas de siempre. De un día para otro me he hecho viejo, añade. Yo miro a la camarera y haciendo un gesto sincronizado entre dedo índice y cejas pido otras dos de lo mismo.
Doy un trago a mi copa y le digo a Sebas que he leído en algún sitio un estudio sociológico muy curioso. Va de que si se le pregunta a una persona que ronde los treinta años qué es lo que le gustaría hacer el día que se jubile es muy posible que responda algo como "irme a recorrer mundo". Pero que si en cambio la pregunta se le hace a otra de unos sesenta años, ésta responderá cosas mucho más sencillas: "pasear por el parque disfrutando del sol", "tomar un café en martes en mi cafetería de los domingos", cosas discretas muy al alcance de la mano. Le digo que eso demuestra que la diferencia no la marcan tanto los años como el número de proyectos que se tengan aún abiertos en algún lugar de la mente, y que cuanto más irrealizables sean estos, tanto mejor. Luego pongo voz muy seria, le agarro del hombro, y sentencio con una frase prestada: "las personas viejas tienen recuerdos, las jóvenes proyectos". Subo la voz, le zarandeo un poco, y le pregunto si es eso lo que le pasa, que se conforma con que le dé el sol, y que por lo tanto en absoluto le apetece tirarle un trasto a la chavala del pelo corto que nos mira desde el fondo de la barra. Sebas echa un vistazo, calla unos segundos, y finalmente dice: "está buena". Yo sonrío, le doy una palmada en el pecho y celebro: "¡ese es mi Sebas!".
Después pienso en que es posible que ese estudio sociológico que me acabo de inventar sí que exista, y también en que no sé lo que me apetecerá a mí hacer el día que me jubile, pero que lo que es mañana, pues no, desde luego que mañana mismo no desearía ponerme a recorrer mundo. Qué pereza. Eso ahora mismo me apetece tan poco como acercarme a hablar con la chavala del pelo corto.
La muñeca, de Paranoia Dolls.
viernes, noviembre 10, 2006
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