Sigo (re)leyendo.
...
Sonó en el restaurante un teléfono y eso le hizo volver a la realidad. Pepa le estaba hablando. Siempre que miraba a Pepa constataba cuánta verdad había en el dicho "la cara es el espejo del alma", tan horrible era su aspecto y tan insoportablemente mediocre su personalidad. Le estaba hablando del último capítulo de un estúpido serial televisivo, y él tan sólo asentía, esperando a que aquella perorata acabase, sin querer apuntar que jamás había visto aquella serie ni tenía la menor intención de verla, ya que lo último que quería era alargar o ensanchar aquella conversación. Miró de nuevo el boleto de lotería, lo arrugó con gesto tenso, casi se hizo daño en la palma de la mano, y lo depositó en el cenicero. Héctor intervino entonces en la conversación haciendo lo que pretendía ser una broma, un comentario lamentable hecho con la dicción de, al parecer, uno de los personajes de la serie. Pepa rió. Héctor era de esas personas que aunque lleven traje y corbata siempre parece que van hechos un asco. Sus camisas nunca pegaban con el traje y, debido a su cuello, tan corto, tan gordo, siempre parecían mal cortadas.
Echó otro vistazo pleno de hastío al boleto arrugado y luego miró a su alrededor. Hector seguía con la imitación, pero Pepa había dejado de sonreir, ahora se arrascaba la nuca. A la derecha de Héctor estaba Víctor, bostezando, con la mirada perdida en la gaseosa que había sobre la mesa. A su lado estaban Esteban y Lucía, quejándose de algo que les habían ordenado hacer aquella mañana. Los dos hablaban, con una indignación que parecía compartida pero que no lo era porque en realidad ninguno escuchaba lo que decía el otro, sólo se escuchaban a sí mismos. Miró el reloj publicitario que había en la pared, eran las dos y media, y como siempre a esa hora se encontraba comiendo con la gente de su trabajo (mesa para seis, por favor) en el único restaurante de aquel horrible polígono industrial. El por qué se sentaban juntos ellos seis, no lo recordaba, tal vez sólo por inercia. Lo cierto es que no soportaba su trabajo ni soportaba a sus compañeros, no encontraba en su compañía el menor aliciente. Ellos eran aburridos, y ellas feas y aburridas. Aquellas comidas eran un sopor, todo un canto a la falta de ambición, a la ausencia de carácter, a la vejez prematura. Un muestrario de gente sin objetivos, de muertos vivientes.
Giró la vista hacia la mesa de al lado y reparó en alguien que estaba comiendo sólo mientras leía un periódico. Ese alguien levantó la mirada, le observó a él, y luego observó a sus compañeros. A Héctor y Pepa que ya no hablaban. A Víctor que bostezaba. A Esteban y Lucía que seguían hablando sólos. Levantó las cejas, resopló, bajó la mirada y siguió leyendo.
Fotografía de Gianni Candido.- (Paul) ¿El Mago de Oz? Sí, la he visto.
- Cuando hicimos el amor... siempre que él... sabes, se corría... simplemente gritaba, "¡Ríndete, Dorothy!". Eso era todo. Sólo "¡Ríndete, Dorothy!".
- Guau.
- Ya. En vez de gemir o decir "Oh, Dios", o algo normal. Era bastante extraño. Le dije lo que pensaba así que... pero él simplemente no podía evitarlo. Decía que ni siquiera se daba cuenta de que ocurría. Simplemente no podía evitarlo. No podía. Así que rompí con él.
- Lo siento. Supongo que te estoy dando la noche.
- No te preocupes. Estoy acostumbrada. Sabes, aún le quiero mucho. De hecho, nos escribimos cada día. Naturalmente, no me gusta hablar de ello.
Una vez en la fiesta, y dado que ésta era, tal y como esperaba, un espanto, decidí pasar el mayor tiempo posible junto a la mesa en la que reposaban las bebidas. Allí comencé a hablar con una muchacha tan guapa como menuda que llevaba una redecilla en el pelo, uno de mis fetiches, quien al parecer había optado por tomar la misma vía de escape de aquel tedio. Nos caímos bien, nos reímos mucho, bebimos más, y acabamos en mi casa.
Esta mañana, muy temprano, la he oído levantarse y luego vestirse, andando de puntillas, sin ponerse los zapatos, hasta que se ha marchado, cerrando muy despacio la puerta. No nos habíamos llegado a dar los nombres, todo estaba en orden: he seguido durmiendo. Sin embargo, unas dos horas después, he oído que llamaban a la puerta. He abierto y era ella, con una bolsa de viaje en una mano y una mochila rebosante de libros a la espalda. "Tengo la oposición el viernes, necesito estudiar y aquí podré hacerlo, déjame que me quede, ¿sí?, ¿sí?", ha dicho. No he llegado a responder, atenazado como estaba por la sorpresa, y ella ha dado un paso adelante, ha dicho "gracias, gracias", ha dejado la bolsa en el suelo, me ha dado un abrazo, y ha entrado. Luego ha abierto la bolsa, ha sacado un pañuelo, se lo ha puesto en la cabeza, ha ido a la cocina, me ha dicho que me apartase, ha cogido una escoba y ha barrido la casa, luego ha cogido una fregona y ha fregado, y cuando ha acabado se ha metido en el baño con la bolsa. Poco después ha salido con el pelo recogido con una pinza rosa, hay mujeres que conocen mil formas de recogerse el pelo, descalza, vistiendo un pantaloncito amarillo tan corto que me costaría hacerme una muñequera con su tela, se ha sentado en el sofá, ha abierto la mochila de los libros, unos libros que ha esparcido alrededor, ha sacado un cuaderno, y se ha puesto a subrayar y a escribir. A estudiar.
Ahora, a veces me pongo de pié junto a la puerta y la observo furtivo, y ella al sentirse contemplada chupa juguetona el bolígrafo, se estira la camiseta, y sonríe sin mirarme. Y entonces no sé bien si quiero lanzarla por la terraza, o comerme ese pantaloncito corto, o ambas cosas. Ahora, incómodo, violentado, estoy encerrado en el baño, buscando un espacio que aún me recuerde a mí, con el portatil sobre las rodillas, sin saber muy bien qué hacer, ni cómo. De hecho, en un momento dado me he mirado al espejo y me he descubierto tan pálido que he bajado la mirada, porque me he visto como esos niños que son demasiado jóvenes para soslayar el miedo a una pesadilla, pero que a la vez se saben demasiado mayores para pedir en la oscuridad el amparo de sus padres, temiendo con el temor que se tiene a las cosas demasiado reales el terrible instante en el que caiga la noche.