
Bien, diré que al principio resultaba gracioso, el cómo se tocaba con su pañuelito y, hala, al lío, y tampoco voy a negar que a este monumento al pecado le venía bien un poco de fregona y aspiradora. También diré que supuse que el asunto no iba más allá de una mera manifestación de esa manía que tienen muchas mujeres de llegar a casa de un hombre y tratar de borrar todas las huellas que les recuerden a un yo que no les pertenece. Un negar el pasado. Pero es que esto roza ya la patología. Miren, hoy estábamos en el salón acabando de comer cuando ha dicho: "¿sabes lo que podemos hacer hoy? Podemos fregar la cocina". "Ah, fenomenal, lástima que tenga un trabajo urgentísimo que requiere mi absoluta atención durante un buen puñado de horas", he respondido. "Pero déjame el frigorífico, y si acabo a tiempo es mío", he añadido, haciendo gala de toda la hipocresía de la que soy capaz, que por lo que veo no es poca. Y me he encerrado en la habitación y he comenzado a redactar idioteces irreproducibles, pura basura, tras compilar en el winamp todas las versiones del "We have all the time in the world" que he encontrado, programadas en reproducción continua. Voy por la escucha un millón. O por la dos. Menos mal que tenemos todo el tiempo del mundo, tan sólo para el amor, nada más y nada menos, sólo el amor.
Ay, si no supiese recogerse esa preciosa cabellera de tantas formas diferentes...
Fotografía de Loïc Peoc'h.