lunes, mayo 22, 2006

Just Like Heaven

Ayer por la noche la okupa se plantó frente a mí con un DVD en la mano y me dijo que ahí estaba "Just Like Heaven, ¡con Reese Witherspoon y Mark Ruffalo!", que la viésemos. Yo respondí que de ninguna manera iba a malgastar dos horas viendo esa basura, y que además mi DVD está programado para rechazar películas de ese pelaje. Ella hizo un mohín y me acercó sus labios. Discusión acabada. Mi DVD tampoco dijo nada, el traidor. Me senté con la antología de cuentos de Richard Yates, y ella, la amante de las películas idiotas, se recostó en el sofá, con su cabeza en mi pecho y las manos en mi cintura. Play.

La película va de una mujer, workahólica y sin tiempo para el amor, que yendo en su coche se estampa contra un camión y comienza a aparecérsele como un fantasma al siguiente inquilino de su apartamento, un decorador de jardines afectado por una pérdida reciente. A partir de ahí, llega el descubrimiento de que la muerta no está muerta sino en coma, y una azucarada carrera por conseguir que alma y cuerpo vuelvan a juntarse antes de que desenchufen la máquina a la que la comatosa lleva tres meses enganchada. Huelga decirlo, llega también el amor. Suena mal, ya lo sé, pero la realidad es aún peor, tengan en cuenta que no les he mencionado todavía la espantosa versión que del "Just Like Heaven" de The Cure hace, para escarnio de cualquier espectador que a ambos lados de la cabeza tenga orejas y no lechugas, la insoportable Katie Melua. Y uno se pregunta qué pensarán las Blanchett, Winslet y demás sobre el hecho de que esta señorita sea la actriz mejor pagada del mundo, aunque supongo que les importará bastante poco, y se pregunta también cómo demonios ha podido ganar un Oscar alguien con su filmografía, quizás porque responda bastante bien al ideal de lo que los americanos califican como "girl next door". Aunque en esto de los Oscar, cuando uno piensa que De Niro no lo ganó con "Taxi Driver", la verdad, ya se puede esperar cualquier cosa.

A ver, que me voy por las ramas. Lo que me mueve a escribir estas lineas no es el oscuro mundillo de los premios cinematográficos sino el cómo, en el momento álgido de la proyección, ese en el que la comatosa vuelve a la vida pero ya no recuerda a su amado ni las peripecias con él vividas, y cuando me encontraba a punto de hacer un comentario sarcástico ingeniosísimo sobre tan babosa escena, he notado como mi acompañante, plenamente integrada en la emoción del momento, me ha abrazado la cintura con fuerza, a la vez que he sentido un par de lágrimas suyas resbalando por mi estómago. Y he pensado, qué coño, que a veces me gustaría ser así, y no ser tan resabiado, y ser un poco más ingenuo, y emocionarme cuando el chico pierde a la chica, y saber también encontrar en una película idiota de final de Domingo una buena excusa para dar un fuerte abrazo.

Fotografía de Gerard Rancinan.
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