Necesitaba estirar las piernas, por lo que he decidido tomarme un descanso y asomarme a la ventana. Abajo he visto a una adolescente, con unos pantalones vaqueros acampanados que apenas dejaban ver unas zapatillas rojas de suela blanca, a la que estaban atosigando otras tres chavalas de similares edad y apariencia. La más beligerante de las tres parecía no conformarse con los improperios que lanzaba ni con la indiferencia que ante ellos mostraba la destinataria de los mismos, así que se ha acercado a ésta, le ha agarrado de los pelos, y le ha pegado una bofetada. Animada por el atrevimiento de su amiga, otra que parecía más tímida se ha acercado cobarde y le ha dado un puntapié en el trasero, por lo que la agredida ha soltado un par de manotazos al aire hasta que se ha zafado del acoso, y las agresoras, tras lanzar una nueva ración de para mí novedosos insultos, se han ido, dejando a la otra magullada, llorosa y sentada en el escalón de entrada al portal que hay enfrente de mi ventana. Aquí hay una que se ha enrollado con el señorito inadecuado, he pensado.
En ese momento me ha llamado Eva y me ha dicho que mi sobrina de seis años cogió ayer por la tarde del revistero una recopilación de sudokus y resolvió la mitad. Mi hermana me ha comunicado entonces que si tiene la desgracia de encontrar otro par de características en su hija que le recuerden a cómo era yo cuando tenía esa misma edad promete asesinarla, cosa con la que, por supuesto, me he mostrado en total acuerdo, e incluso he sugerido un par de métodos que me han resultado adecuados para llevar a cabo el filicidio. Después me ha invitado a comer el fin de semana en su casa y también me ha contado no se qué de una tubería rota y un techo con goteras.
Mientras, en la calle, la agresora beligerante ha vuelto, sóla, con un ánimo que he intuído diferente, y ha comenzado a hablar con la agredida, aún sentada en su escalón. Esta al principio no ha hecho caso alguno a lo que por los gestos he tomado como alguna suerte de disculpa, pero al rato ha levantado su mirada empapada y es entonces cuando la agresora ha extendido una mano que la agredida ha cogido hasta incorporarse, para a continuación enfrascarse ambas en un beso de tornillo humedísimo que ha dejado alucinados a numerosos viandantes y al que esto escribe. Instantes después se han ido caminando cogidas de la mano hasta desaparecer de mi campo de visión, y es en ese momento cuando me ha llegado, no sabría aclarar su procedencia, un intenso y reconfortante olor a Mayo.
La fotografía es de Voyages Interieures, vía ToucheSexy.
miércoles, abril 26, 2006
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