miércoles, mayo 03, 2006

Como un mendigo frente al escaparate de una pastelería

Viernes. Aquella noche estaba no ya resultando olvidable, sino que comenzaba a transformarse en digna de arrepentimiento. Estábamos en un bar, en el pasillo que conducía a los baños, apoyados en la pared y sintiendo la música rebotar y ahogarse entre aquellas paredes tan cercanas, cuando una muchacha salió del otro baño, el de mujeres, se acercó hasta mí, y me dijo "tienes una mirada preciosa". Lo oscuro de aquel pasillo y el mareo de una noche excesiva me impidió ver de quién provenía la voz. Traté de enfocar pero no lo conseguí, así que acerqué mis labios donde supuse que estaría su oído y susurré "cualquier cosa que te diga ahora, con el moco que llevo, te hará creer que soy un gilipollas. Y no diría yo que no lo sea incluso sereno, pero si te apetece comprobarlo, ven a la cafetería que hay en la esquina de Alcalá y Castelló el martes a las seis". Dijo algo que no acerté a entender, y cuando me aprestaba a soltar un estúpido ¿cómo? se abrió la puerta de nuestro baño, por lo que me limité a dirigir un adiós hacia aquella sombra y entré.

Martes. Acababa de pedir un café, cortado, y comenzaba a ojear un periódico del día anterior que había sacado del revistero de la cafetería cuando alguien me tocó en el hombro y me dijo "vaya pedo que llevabas el otro día, machote, hubiera apostado a que no te ibas a acordar de que tenías una cita". Me giré, y comprobé que aquella voz salía de los labios de una mujer de pelo corto moreno, con el flequillo sobre la cara, una cara llena de pecas en la que destacaban dos ojos color miel y unas pestañas larguísimas. Llevaba una camiseta negra de tirantes que dejaba ver un tatuaje de unas flores que le llegaba desde el hombro hasta el codo, y en el escote unas gafas de color amarillo. Me quedé embobado mirando su tatuaje y ella dijo "son rosas negras, me encantan las rosas. ¿Te has acordado de traerme rosas?". Noté que se me secaba la boca y que mis cuerdas vocales se hinchaban. Estaba tan mareado que comencé a dudar de si no estaría metido en algún sueño, por lo que me limité a esperar que aquellas pecas comenzasen a ponerse azules, o que la cafetería se convirtiese de repente en una catedral, o algo así. Ella inclinó entonces la cabeza, frunció el ceño, sonrió, y finalmente dijo "¿y bien? Si eres mudo, siento decir que en lenguaje de signos sólo sé decir gracias, hola, y mi nombre, mira". Hizo algo con las manos, y yo respondí al fin "esto... yo... verás... Dios, eres preciosa". Ella dijo "y tú eres un encanto. En cuanto te ví supe que eras un cielo. Oye, aquí hace calor, ¿por qué no vamos a dar un paseo?".

Y seguro que no, que yo no era ningún cielo, y que aquello muy pronto dejaría de parecer un sueño, pero al salir de aquella cafetería y durante un instante, os juro que durante un instante el aire olió a rosas y en el ambiente se dibujó el hecho cierto de que era ya, sí, al fin, Mayo.

Fotografía de Fernando Milani.
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