He soñado que iba andando por el metro, bajando unas escaleras mecánicas. Estando a mitad de bajada oía llegar mi tren e intentaba acelerar para cogerlo, pero no podía avanzar porque me lo impedía una señora gordísima que iba más despacio que yo y me impedía el paso. Cuando llegaba al final de las escaleras, y antes de poder iniciar la carrera hacia el vagón, éste cerraba sus puertas y abandonaba la estación. Yo miraba entonces a la señora gorda, a su espalda mejor dicho, con un odio casi irracional. De hecho, y tras comprobar que la estación estaba casi vacía, comenzaba a considerar la opción de andar hacia ella y empujarla, fingiendo un tropiezo o algo. Poco después, ya os digo que esto era un sueño, la señora gorda se ha convertido en ella, y aunque ahora sus rasgos eran dulces, bellos, conocidos, el odio y la rabia no desaparecían. Ella se giraba, me reconocía, esbozaba una sonrisa, me saludaba con la mano y comenzaba a acercarse, confiada, familiar. Pero yo, mientras, ajeno a la nueva realidad, seguía pensando en qué tipo de maniobra podría fingir para motivar ese tropiezo, ese empujón, para hacerle pagar el que me hiciese perder el tren: para devolverle la moneda.
Fotografía de Vlad Gansovsky.
lunes, mayo 29, 2006
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