Estoy de pie y agarro por la cintura a Alicia, quien a su vez rodea mi cuello con sus brazos mientras apoya la espalda en un coche verde. Lleva la chaqueta de color naranja que le regalé ayer, su cumpleaños. La calle es muy estrecha, por lo que la llegada de cada transeúnte nos da la excusa perfecta para apretarnos un poco más el uno contra el otro. Estoy tratando de contarle algo, pero ella, traviesa, me besa el cuello y hace ruidos. Cuando me aparto un poco para poder seguir hablando, con su mano derecha me revuelve el pelo. Eso es algo que no soporto, y protesto. Ella me sonríe, y yo le devuelvo la sonrisa. Entonces giro la vista hacia mi derecha y veo a Isabel que nos mira y luego se lleva la mano a la boca, en un gesto que es a la vez sorpresa y profunda decepción. Me embarga un sentimiento de culpabilidad.
En ese momento reparo en que esa escena es imposible. Tengo a Alicia, con su chaqueta naranja nueva, entre mis brazos. Tengo 19 años. A Isabel en cambio no la conocí hasta los 23, y fue a los 25 cuando tuvimos a Leo. No entiendo nada. Sin embargo, siento que debo decidir junto a cual de las dos estar en este preciso instante, por temporalmente imposible que parezca. Vuelvo la vista hacia Alicia y ella comienza entonces a mover un dedo a unos centímetros de mis ojos, y me dice que lo siga con la mirada. Detrás del dedo su cara comienza a difuminarse. Todo es cada vez más raro. Cierro los ojos.
Cuando los abro de nuevo el dedo sigue ahí pero ya no es Alicia quien lo mueve, sino un hombre calvo que un instante después lo aparta de mí y lo utiliza para hacer un gesto dedicado a alguien a quien no veo mientras grita: "¡No puede!". Me revuelvo y protesto: "¡No!, ¡sí que puedo!". Alicia revolviendo traviesa mi cabello o Isabel con nuestro Leo de la mano. Sí que puedo. Sólo necesito un minuto más. Reparo entonces en la presencia, junto al hombre que clama mi incapacidad, de tres tipos que visten exactamente igual, algo que por alguna extraña razón no me resulta ridículo. Parecen preocupados y me preguntan si estoy bien. El aire huele a cesped recién regado. Estoy mareado. A lo lejos oigo una voz que grita "¡levántate ya, cuentista!".
Fotografía de Katarzyna Widmańska.
martes, octubre 24, 2006
blog comments powered by Disqus
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)