Isabel está sentada en una mesa de la cafetería de la universidad en la que ejerce de profesora de Estadística. Tiene las manos en el rostro, en la mano derecha un pañuelo de papel arrugado. Ha quedado a comer con Inés, a la que acaba de confesar que está viviendo las peores veinticuatro horas de su vida. Se alegra de haber quedado con ella, ya que es una persona optimista que sabe siempre levantarle el ánimo. Pero hoy tendrá que esmerarse.
Isabel le cuenta a Inés que ayer Héctor dijo que se sentía vacío, dijo que se sentía atrapado, dijo que echaba de menos su ambición, y dijo que se arrepentía de tantas cosas que en verdad se arrepentía de todo. Y que luego metió un puñado de cosas al azar en su maleta y se fué. Hace una larga pausa y niega con la cabeza. Sigue. Le cuenta que apenas durmió y que esta mañana le ha costado mucho levantarse, que notaba que le dolía todo el cuerpo, y que ojalá se hubiera quedado en la cama. Dice que al comenzar a dar la primera clase del día ha notado que sus alumnos le miraban de forma diferente. Que cuando se giraba y fijaba su vista en alguien, ese alguien bajaba la mirada. Que oía risas a su espalda. No le parecía posible que supiesen nada aún de su ruptura, así que pensó que quizás se estuviese imaginando cosas. Pero no era eso. Otro profesor le dijo después, llevándole a un aparte, que un alumno había descubierto un video en internet, de apenas unos treinta segundos, en el que se la ve caminando por una calle del centro, al principio a lo lejos, luego el zoom se acerca concentrándose en sus pechos, que se agitan alborotados bajo un fino jersey gris. Lo siento, Isabel, pero creí que era mejor que lo supieras, le había dicho el otro profesor, y después le dio la dirección de la página y le dijo: denúncialos. Isabel dice que al oír aquello se derrumbó, lo que me faltaba, y que salió corriendo. Dice que a estas alturas ya lo debe saber todo el edificio. Luego dice - está perdiendo los nervios - que no quiere volver a sentirse avergonzada de su anatomía como cuando tenía catorce años, y que tiene ganas de huir, de irse lejos, que no piensa volver, y pregunta por qué las desgracias nunca vienen solas. Inés le responde que ha de calmarse y pensar, que debe concentrarse en tratar de divisar libertad donde ahora le parece que hay soledad, y una razón para exigir respeto donde ahora sólo ve un motivo de verguenza. Que ella es lo que es, y que debe luchar para defenderlo. ¡Lucha, Isabel!, le dice, y también que la vida no se acaba ni en un hombre atormentado ni en puñado de post-adolescentes hiperexcitados. Que ella es más fuerte que todo eso. Tú eres mucho más fuerte, dice, y le agarra la mano. Isabel se calma un poco y asiente con la cabeza, aunque no ha prestado atención a nada de lo que le ha dicho su amiga. Tiene la cabeza en otra parte.
Mientras conduce de vuelta al hogar, parada en el enésimo semáforo, se imagina a Héctor abriendo la llave del gas y metiendo la cabeza dentro del horno, y ese pensamiento le hace sentirse un poco mejor. Cuando al fin llega a casa va hasta su ordenador y teclea la dirección donde se encuentra su video. "Candid_greywobblemd06". Al reconocerse en la pantalla toma aire, y lo ve una vez, otra, y después lo pone en reproducción continua. Se recuesta en su silla, y sin apartar la vista del monitor introduce suavemente una mano bajo la cintura de su pantalón y comienza a tocarse. Mientras, de su ojo derecho brota una lágrima que descuidada, como si quisiese alargar eternamente su trayecto, serpentea entre los surcos que el placer va esculpiendo en su mejilla.
Fotografía de Félix Larher.
martes, octubre 03, 2006
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