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Y, vaya por Dios, que resulta que este post se me acaba de escoñar en lo que he ido a cambiar de párrafo, ahora que me aprestaba a dejarles una sesuda reflexión sobre la necesidad insoslayable de aletargar el genio para ser capaces de mimetizarnos con el entorno, o sobre la conveniencia puntual de fingir y limitarnos a gozar en silencio según qué pequeñas victorias para no provocar un agravio comparativo en la más o menos sinuosa autoestima de aquellos que nos rodean. Sí, a la mierda todo, porque resulta que acaba de telefonear la tal Araceli y han acabado las dos amigas, como era de esperar, enfrascadas en una cháchara melosísima en la que se repetían mil veces expresiones como "perdón, perdón" y "nunca más, nunca más" y "yo también te quiero". Y, claro, ahora ya no tiene sentido teorizar sobre el concepto "la comunidad: interacción entre sus miembros" cuando de lo que de verdad va la vaina es de la necesidad de meterle de cuando en cuando un dedo en el ojo al vecino, para que no se olvide de que estamos ahí. Y, en fin, que me veo obligado a dejarles en este punto, hoy están de suerte, ya que resulta que a la señorita que hace apenas unos minutos navegaba en la miseria y que ahora flota en nubes de amistad imperecedera le apetece salir a celebrarlo, y me grita desde el aseo que se pinta en un minuto y nos vamos, y que vaya apagando la música, y que ¡qué bien, qué bien!. Así que nada, que eso, que luego les veo.
Fotografía de Deconstructed Beauty.