viernes, abril 28, 2006

El festival de los complementos

Disculpen que no les escribiese ayer, pero es que tuve un día la mar de ajetreado. Verán, resulta que iba caminando y al pasar junto a un banco me dije "voy a renegociarme la hipoteca", así que entré. Allí me recibió una señorita a la que comuniqué mi deseo de hablar con el director de la sucursal. Ella le llamó a su teléfono y se lo dijo, y el director respondió "no me jodas Manoli, díle que he salido, que no estoy". Para su bochorno, la secretaria había dejado puesto el manos libres, el típico error de novata, pobrecilla, qué nerviosa estaba, por lo que escuché todo y él, por el ridículo más que nada, se vio obligado a recibirme. Una vez me hizo pasar a su despacho le dije que quería renegociar mi hipoteca, y le hice un boceto de mi situación financiera. No le puedo renegociar nada, pero si domicilia usted aquí su nómina tenemos unas cuberterías preciosas, me dijo. No quiero una cubertería, dije yo. También tenemos decantadores en cristal muy resistente, insistió. Que no quiero cuberterías, coño, ni quiero decantadores, ni quiero nada, respondí, y ya definitivamente cabreado (no sabeis lo que me jode lo de los regalitos de los bancos), saqué una media que llevo siempre en el bolsillo, por si se me ocurre atracar un banco, una media divina en color crema, 50% algodón y 50% lycra, y le dije: y además ya me has cabreado, me cago en tu padre, manos arriba, esto es un atraco, y ni se te ocurra pisar la alarma. El contestó: pues vaya, ya la he pisado, perdona, es que tardaste tantó en ponerte la media...

Así que me limité a esperar a que llamase la policia. No llevaba ningún arma, pero lo de la media parecía bastar para mantener a raya al director de la sucursal. Sonó al fin el teléfono y lo cogí dispuesto a plantear de forma contundente mis condiciones, pero resultó que el que llamaba era un señor mayor que quería información sobre unos fondos de inversión mixtos, 25% en variable y 75% en fija. Le expliqué así por encima la rentabilidad del producto, y le hablé también de la cubertería y del decantador, y al final le dije que se lo pensase y llamase más tarde, que estaba esperando una llamada importante. Colgué, y al minuto volvió a sonar el teléfono, lo cogí, esta vez si era la policía: le tenemos rodeado, lo mejor es que se entregue, cuales son sus reivindicaciones, dijeron. Yo respondí que quería, no se me ocurrió otra cosa, una micra de heroína, un helicóptero y una pizza de esas nuevas que funden la cremosidad de la carbonara y el sabor de la barbacoa de siempre. Iba a decirles también que a cada media hora mataría a un rehén, pero ya me pareció llevar aquello al terreno de lo personal, y no era plan.

Ante mis exigencias, decidieron enviarme un negociador, un tío majísimo que empezó a emplear métodos muy efectivos, de veras, de los de esfuerzo-recompensa y todo eso. Tras una charla muy distendida y agradable él me convenció a mí de que no me llevase el helicóptero y yo le convencí a él de que me dejase irme sin más, que tampoco había sido para tanto. Ante nuestro acuerdo, el director de la sucursal protestó: "si las autoridades no nos defienden, los ciudadanos no tendremos más remedio que tomarnos la justicia por nuestra mano". Yo le miré de soslayo y le dije "tú qué te vas a tomar, pringao", y el negociador, muy enfadado, le dijo a su vez: "ya estamos como siempre, otro listo. Venga, si sabes hacerlo mejor, hazlo tú. Total, tienes la preparación adecuada, listillo, ¿no has estudiado psicología y sociología? Ah, no, quita, que tú has hecho económicas y un cursillo CEAC de impuesto de sociedades...". Vaya chine tenía el tío, y según iba hablando se iba cabreando más y más, hasta que al final en un arrebato agarró una grapadora y se la tiró a la cabeza al director de la sucursal. Este se levantó entonces con una ceja abierta y en apenas unos segundos ya estaban los dos rodando por el suelo, dándose puñetazos y tirándose de los pelos. Así que me quité la media, salí del despacho, y abandoné la sucursal bancaria.

Una vez fuera me dirigí a un policía que llevaba un megáfono, por lo que deduje que era el que organizaba aquello. Le dije que el director de la sucursal y el negociador se estaban pegando, que al final se iban a hacer daño. El me preguntó por el atracador y yo le respondí: "nunca se sabe, podría ser cualquiera". Entonces comenzó a dar diferentes ordenes y consejos a sus muchachos "vosotros dos, por la escalera de incendios", "vosotros tres, coged los botes de humo y las mascarillas, y entrad por la puerta principal", "que nadie dispare, repito, que nadie dispare hasta oír mi señal", "no sabemos lo que vamos a encontrar ahí dentro, podría ser un escenario dantesco, tened mucho cuidado, hijos, en casa nos esperan nuestras mujeres", y cosas así. Yo le pregunté si me podía ir ya, y el me dijo que no, que primero me pasase por aquel coche, para que me tomasen declaración, pura rutina. Y esa sí que fue buena, la declaración en aquel coche, madre mía, la bomba. Ya os lo cuento otro día.

La de la foto es Brandi Phillips, creo.

miércoles, abril 26, 2006

La vida es un sudoku de luz y de color

Necesitaba estirar las piernas, por lo que he decidido tomarme un descanso y asomarme a la ventana. Abajo he visto a una adolescente, con unos pantalones vaqueros acampanados que apenas dejaban ver unas zapatillas rojas de suela blanca, a la que estaban atosigando otras tres chavalas de similares edad y apariencia. La más beligerante de las tres parecía no conformarse con los improperios que lanzaba ni con la indiferencia que ante ellos mostraba la destinataria de los mismos, así que se ha acercado a ésta, le ha agarrado de los pelos, y le ha pegado una bofetada. Animada por el atrevimiento de su amiga, otra que parecía más tímida se ha acercado cobarde y le ha dado un puntapié en el trasero, por lo que la agredida ha soltado un par de manotazos al aire hasta que se ha zafado del acoso, y las agresoras, tras lanzar una nueva ración de para mí novedosos insultos, se han ido, dejando a la otra magullada, llorosa y sentada en el escalón de entrada al portal que hay enfrente de mi ventana. Aquí hay una que se ha enrollado con el señorito inadecuado, he pensado.

En ese momento me ha llamado Eva y me ha dicho que mi sobrina de seis años cogió ayer por la tarde del revistero una recopilación de sudokus y resolvió la mitad. Mi hermana me ha comunicado entonces que si tiene la desgracia de encontrar otro par de características en su hija que le recuerden a cómo era yo cuando tenía esa misma edad promete asesinarla, cosa con la que, por supuesto, me he mostrado en total acuerdo, e incluso he sugerido un par de métodos que me han resultado adecuados para llevar a cabo el filicidio. Después me ha invitado a comer el fin de semana en su casa y también me ha contado no se qué de una tubería rota y un techo con goteras.

Mientras, en la calle, la agresora beligerante ha vuelto, sóla, con un ánimo que he intuído diferente, y ha comenzado a hablar con la agredida, aún sentada en su escalón. Esta al principio no ha hecho caso alguno a lo que por los gestos he tomado como alguna suerte de disculpa, pero al rato ha levantado su mirada empapada y es entonces cuando la agresora ha extendido una mano que la agredida ha cogido hasta incorporarse, para a continuación enfrascarse ambas en un beso de tornillo humedísimo que ha dejado alucinados a numerosos viandantes y al que esto escribe. Instantes después se han ido caminando cogidas de la mano hasta desaparecer de mi campo de visión, y es en ese momento cuando me ha llegado, no sabría aclarar su procedencia, un intenso y reconfortante olor a Mayo.

La fotografía es de Voyages Interieures, vía ToucheSexy.

martes, abril 25, 2006

Idioteque

Hubo un tiempo en el que me fascinaba mi sangre. No me refiero a mi ascendencia, ni a mis raices, no, cuando digo sangre me refiero a eso, la sangre, densa y roja. No entraré en demasiados detalles ya que si bien ustedes ya saben que me muevo entre elementos ligeramente metaforizados, tampoco es cosa de espantarles, pero sí que diré que en esa época de la que hablo, la época en la que me hipnotizaba mi propia sangre, recuerdo que pensaba a menudo en la suerte que tenía de que el objeto de mi embrujo fuese MI sangre, y no LA sangre. Menos mal, por suerte tan sólo me seducía la mía, pero lo cierto es que el hechizo era tan intenso que me costaba pensar en otra cosa.

Hacía tiempo que no pensaba en aquello, es curioso cómo sepultamos determinados recuerdos, pero hay un par de cosas, que no vienen al caso, que me han hecho recordar aquellos días, unos días en los que me sumergía en aquella fascinación hematológica en compañía de una simpática trabajadora del Zara (os sorprendería saber la cantidad de gente que anda en las mismas, no en lo del Zara, sino en lo de la sangre), que si bien andaba inmersa en aquella misma obsesión, en su caso lo que buscaba no era tanto el deleite en matices cromáticos y luminosidades, como el disfrute de la erosión y su consiguiente padecimiento. Y tengo un recuerdo concreto de toda esa historia, por lo demás razonablemente olvidada, que trata de cómo cada sábado, que era el día que nos veíamos, nunca otro, tras levantarnos de la cama exhaustos, finalizadas aquellas sesiones sexo-sanguifacientes, bajábamos mi dependienta del Zara y yo a una cafetería cercana y allí nos enseñábamos extasiados párrafos subrayados de libros de viejos poetas franceses que a ambos nos embelesaban, y así, doloridos, coagulantes y maravillados, gastábamos horas y más horas. Y recuerdo que yo, mareado por la cicatrización a la vez que embrujado por aquellos sofismas mágicos, de cuando en cuando me decia para mis adentros: Dios mío, todo esto es raro. Todo esto es MUY raro.

La fotografía es de Paul Buceta, y la modelo es JustLinda.

lunes, abril 24, 2006

No esperes hoy la tormenta de ayer

El pasado viernes estaba en un bar y a lo lejos vi a alguien a quien me pareció conocer. Mujer, treinta y tantos, pelo negro rizado, mirada lenta, muy buen cuerpo, trabajado como lo está el de una deportista o una bailarina. La estuve mirando durante un tiempo sin caer en quién era, por más que lo intenté. Ella en cambio sí me reconoció en cuanto no pude evitar que nuestras miradas se cruzasen por primera vez. No me digas que no me reconoces, B, dijo cuando llegó hasta donde yo estaba. Entonces caí: era Paula, alguien con quien trabajé hace mil años, cuando andábamos embutidos en la noche cultivando ella su vanidad y yo mi aburrimiento. No es que entonces tuviésemos una relación demasiado especial, pero sí que nos caíamos bien, lo suficiente para compartir risas y alcóholes mientras trabajábamos juntos, pero no como para mantener viva la relación una vez que nuestros caminos se separaron. Joder, Paula, cuanto tiempo, ¿que ha sido de tu vida?, pregunté, un poco porque eso es lo que se pregunta en estas situaciones, y ella me respondió que ahora llevaba un gimnasio del centro, tras unos años trabajando de relaciones públicas en un hotel, y que antes de todo eso se había dedicado durante cinco años a la prostitución.

Dos reflexiones al respecto. La primera, dado que ésto no es la primera vez que me sucede, es preguntarme si tengo cara de confesor. "Señor, le acabo de decir esto, pero sepa usted que me debe la confidencialidad del abogado (o del médico, o del cura, qué se yo)". No, no es que las mujeres aparezcan y me comuniquen a las primeras de cambio su condición de lupas (que tampoco es ésta la primera vez que me sucede), sino que ante una conversación que considero casual, de la que no espero sino un par de minutos de intrascendencias, van y me hacen revelaciones de tal calado. No es normal. "Yo fui puta" no es lo primero que se le dice a alguien a quien hace más de diez años que no ves. ¿Acaso no es ese el tipo de confesiones que una mujer reserva para su amigo el gay? ¿Cómo he tratado yo a la gente con la que me he cruzado, siquiera de forma tan puntual, para que me hagan esto? ¿Qué tipo de imagen he transmitido, por qué tanta sinceridad? ¿Debo sentirme agradecido? No sé, a veces preferiría que se limitasen a volver con su gente y dijesen "bah, ese sólo buscaba llevarme a la cama"...

Y la segunda reflexión tiene más que ver con el hecho de que me soltase aquello y yo sintiese un arrebato de, no sabría explicarlo, ¿lástima?. No, quizá lástima no sea la palabra, pero sí que sentí que la persona que aquello me decía, a pesar de lucir una sonrisa sincera y un aspecto más que saludable, necesitaba algún tipo de ayuda, de consejo, de apoyo. Pero, ¿de verdad era ella la que necesitaba todo eso? ¿De dónde nos llega esa urgencia de dar pésames no solicitados, allá donde ni hay muertos ni hay pena? ¿Qué nos hace pensar que sufrir mil desengaños, perder un miembro o ejercer la prostitución durante cinco años sea peor que pasar esos mismos cinco años sentado en una silla, con el mando a distancia en una mano y una cerveza en la otra?

La fotografía es de Looknsee.

viernes, abril 21, 2006

Si yo tuviera una escoba

Recibí un mensaje de M. Te echo mucho de menos, decía. Tengo un montón de cosas que contarte, decía. A ver si un día nos vemos, decía. No contesté.

Recibí un mensaje de M. ¿No te llegó mi mensaje?, preguntaba. ¿Estás enfadado conmigo?, preguntaba. Necesito que me hables, decía. No contesté.

Recibí un mensaje de M. Dime algo por favor, necesito oír tu voz, decía. Necesito tu amistad, decía. Dime qué tengo que hacer para que volvamos a reirnos juntos y lo haré, cualquier cosa, decía. ¿Cualquier cosa?, pregunté entonces. No contestó.


Se me está quedando un Abril palabroso y melancoloide. Cualquier día me lo borro. ¿Confirma que desea enviar "Abril" a la papelera de reciclaje?. Sí. Vaciar papelera de reciclaje. ¿Está seguro de que desea eliminar "Abril"?. Sí. La entrada en prisión de mi dealer me ha sentado fatal. Es broma. Quiero que me devuelvan mi Febrero.

Ultimamente despierto viendo imágenes de pelirrojas de cabello ondulado y pequeñas gafas cuadradas. Vaya ñoñería, estoy preocupado, yo antes solía despertarme viendo imágenes de rubias, neumáticas y bondageadas. Abril.

La de la fotografía es Lily Cole, desfilando hace poco para Hermes.

jueves, abril 20, 2006

Soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra

En ciertas ocasiones, el tiempo se encoge. Pierde periodicidad y constancia, y mengua de forma dramática. En tan sólo unos instantes es capaz de someterte a cosas que deberían tomar toda una vida, un desengaño, una pérdida, un odio y una nueva ilusión, y entonces descubres que las rutinas perezosas que antes te permitían capear el temporal ya no sirven de nada, y que no hay tránsito ni liturgia que valga. El tiempo se comporta en esas ocasiones como un boxeador experimentado, como un púgil muy perro, que dedica los primeros asaltos a dejarte sin corazón, los del intermedio a vaciarte el alma, y que después, cuando ya te tiene donde quiere, te plantea un combate muy técnico, del que no puedes escapar si no es desaletargando todas y cada una de tus capacidades, sin lugar posible para aspavientos ni lamentos inútiles. Luego, al llegar los últimos instantes de combate, cuando todo lo que deseas es que acabe el castigo e ir a lamer tus heridas y recuperarte como un gato, reduciendo tu actividad al mínimo posible, entonces el tiempo te plantea una encrucijada, una decisión vital, y te dice que en esa decisión estará encerrado tu futuro, y que tienes tan sólo tres segundos, uno, dos, y tres, para decidirte. El tiempo encogido. La decisión.

Si alguna vez les invitan a una fiesta en una casa, y ven que su salón está presidido por una foto de Bobby Fischer como esa de ahí arriba, de dos metros de largo, en ese caso no se corten, vayan y saluden al anfitrión, que soy yo.

martes, abril 18, 2006

Una palabra, tres historias

Me encontraba situado frente al gran ventanal del salón, con la nariz apoyada en el cristal, dedicado literalmente a ver llover, y prestando atención a cosas a las que habitualmente no presto ninguna: el gris magnífico de un cielo encapotado o la luz tenue y tranquilizadora de un atardecer nublado. Alcancé entonces en un ataque de melancolía el móvil y marqué el número de Laura. Cuando oí el familiar 'hola' al otro lado del hilo dije, sin más preámbulos: "en estos días lluviosos no pienso en el patio encharcado del colegio de mi infancia, ni en aquel viaje en tren que hicimos juntos por centroeuropa. No, la verdad es que no pienso en nada de eso, sino en cuando en días como éste nos matábamos a polvos".

Fue cuando al otro lado escuché la primera palabra cuando comprendí que ese hola había sido, sí, eso, familiar, pero no certero, y entonces fui consciente del error, del ridículo. Porque no era Laura quien había descolgado, sino su hermana Lidia. Hola, B, querrás hablar con Laura, supongo, dijo, alargando hasta el infinito ese "supongo", acompañándolo de una sonrisa, y encerrando así en su significado toda una historia.

Porque en la ese rotunda del comienzo deslizó un reproche a mi relación con su hermana, una relación que perdura de una forma u otra tan sólo porque se sabe efímera, y que funciona no como suma de entregas sino de egoismos. En la forma de alargar hasta el infinito cada vocal dejó caer por otra parte el recuerdo de aquella noche oscurísima que pasamos juntos, de aquel fogonazo furtivo, de aquel error tan descomunal, constatando toda la intimidad que provoca la inconfesabilidad de aquel secreto. Y, por último, la casi dolorosa forma de suspirar el final de la palabra quiso significar un guiño ya conocido, el mismo que me hizo en aquella fiesta en la que celebraba su primer papel protagonista en una serie televisiva, cuando ligeramente borracha, agarrándome del brazo, apartándome del resto, de su hermana, de su novio, de todos, me dijo: "yo no te olvido, recuerda por favor que yo no te olvido".

domingo, abril 16, 2006

Te busqué debajo del colchón, y en el polvo de la habitación

Vacaciones y puentes. Regla número uno: la víspera de los mismos ni se te ocurra coger el teléfono si quien llama es alguien a quien añoras, porque si lo haces acabarás siendo incapaz de disfrutar como tenías pensado ese puñado de días libres, esos que tanta falta decías que te hacían, esos que menos-mal-que-han-llegado-creí-que-no-aguantaba-más.

Ese puente digamos que empieza un jueves, y el miércoles por la tarde, mientras estás desprevenido, pensando en qué variante de la pereza utilizarás para quemar el ocio que se avecina, suena tu móvil y descubres que quien llama es ese "alguien a quien añoras". No lo cojas, haz como que no lo oíste. Entra en el registro de llamadas del móvil y bórrala, y luego entra en tu registro mental de sucesos y sepúltalo también, allí donde entierras aquello de lo que jamás quisieras acordarte. Porque si coges el teléfono ese alguien primero te dirá que ayer te echó mucho de menos, y luego te preguntará si tienes pensado ir a alguna parte durante esos días (si llegaste a este punto, ésta es tu última escapatoria, así que miente, dí que sí que te vas, donde sea, aunque tu única intención sea quemar sofá), y para acabar ese alguien destrozavacaciones te dirá que genial, que te llamará, mañana o pasado, para tomar un café o algo. Y así nos vemos, jo, qué ganas.

Y entonces verás cómo transcurre el primer día y no te llama, y luego caerá la tarde del segundo y tampoco lo habrá hecho. Y cuando llegue el tercero descubrirás que trastocaste todo tu horario para dejar hueco a una llamada que jamás se produciría, y que hubo un puñado de cosas que tenías pensado hacer pero no hiciste porque pusiste toda tu rutina a disposición de esa llamada. Y el lunes ese "alguien a quien añoras" te llamará y te dará una explicación plenamente convincente de por qué no te llamó, pero ya será demasiado tarde para todo, y esos días que tanta falta te hacían no habrán servido para nada. Y todo porque eres idiota, porque cogiste ese puto teléfono que supiste desde el principio que no debías coger.

En fin, vamos a dejarlo, que ésto más que un post parece una columna de Carrie Bradshaw. No resulta tan ridículo como titular un post con una frase de Mecano, ni como escribir de un tirón algo tan lamentable como "sumido en mis superficialidades y descifrando íntimos avatares", pero casi. Así que para que la cosa no quede en simple latigazo nazareno procedo a dejarles este enlace, el cual les llevará al blog de Gonzalo Hidalgo Bayal, un escritor espléndido que les animo desde aquí a descubrir, si es que aún no lo han hecho. Lean su "Paradoja Del Interventor", recién reeditada por Tusquets, y denme las gracias, almas de Dios. Y ya que estamos, santifico y despido este escrito animándome a tentar su ayuno eucarístico con esa foto de ahí arriba, obra de Jean-Paul Four, vía Las Insólitas Aventuras Del Pez.

viernes, abril 14, 2006

El Cristo de los desamparados

No os lo vais a creer. Ayer iba caminando, sumido en mis superficialidades y descifrando íntimos avatares, cuando al detenerme en un semáforo y presa de un abatimiento psicoafectivo constaté que no me importaría en absoluto cambiarme por cualquiera de las personas que en ese momento se encontraban a mi alrededor. No digo cambiarme por alguien, sino por cualquiera: una abuela de seis nietos, un ebanista marroquí o un reponedor del Ikea, cualquiera. Sin conocer ni una sóla de sus realidades cotidianas, sin necesidad siquiera de verles. El asunto, que estareis conmigo en que ya de por sí es un tanto triste, alcanza lo preocupante si hablamos de alguien como yo, capaz de demostrar una vanidad y un egocentrismo que en ocasiones llegan a rozar lo cómico.

Lo que sucedió a continuación es, ya os digo que no os lo vais a creer, algo extraordinario, ya que de repente, y fruto de alguna pirueta cosmoemocional, me encontré extrapolado a una adolescente de unos catorce años situada al otro lado del semáforo, una chavala que contemplaba el escaparate de una tienda de ropa junto a una amiga. De repente pasé a habitar su cuerpo, y aunque mi mente seguía siendo mi mente lo era tan sólo de una forma vaga y menguante. Sí, de alguna manera yo aún seguía siendo yo, pero era a la vez aquella chica, y no pude, aunque lo intenté, reprimir el que de mi boca saliesen expresiones tan ajenas como "chachi que sí" o "no me jorobes, tía". Durante unos instantes yo fui ella, y disfruté sumergido en ansiedades y goces nuevos, nadando en un mar de obsesiones y anhelos inmaduros, asistiendo al nacimiento de ilusiones e inseguridades desconocidas.

Tan magnífica experiencia, aquel colapso astral único, no duró sin embargo gran cosa, apenas unos instantes, y sospecho que ello atiende a dos razones fundamentales: en primer lugar, a que comencé a echarme de menos, prisionero de un cierto temor a no volver a ser ya nunca yo mismo. Y en segundo lugar, a que pensé que si yo estaba allí era muy posible que ella estuviese aquí, y, claro, me agarró una intensísima sensación de pudor. Chachi que sí.


Fotografía de Chad Michael Ward, vía Erotismo Gráfico.

miércoles, abril 12, 2006

Antiestamínicos

El lugar en el que vivo es una de esas construcciones levantadas hace años por gente con dinero y contactos en lo alto de un edificio, tan ajenas a su espíritu esencial como al tiralineado de sus estancias. De hecho, y estando situado a una altura importante, el ascensor acaba un par de pisos antes. Desde allí se hace necesario superar una considerable cantidad de escalones hasta llegar a dos puertas enfrentadas, una la mía, y la otra la de un nimio apartamento que no llega a permanecer vacío mucho tiempo merced al glamour de su espectacular vista, pero que se aposenta sobre un area tan escasa, apenas treinta metros, que tampoco invita a estancias prolongadas. Así, en los últimos años he tenido como vecinos a un modesto entrenador de baloncesto norteamericano, un cantante de ópera, un broker homosexual o una estudiante sueca. Esta última dio paso hace apenas un mes a una muchacha finlandesa que en absoluto lo parece, dada su complexión menuda y su cabello morenísimo. Y si recordaré al entrenador por su altura, al broker por su promiscuidad, o a la sueca por su trasero, a la finlandesa la recordaré sin duda por un detalle mucho más turbador: su llanto. Sí, un llanto desconsolado, reflejo de quién sabe qué pena desesperada, un llanto que logra despertarme cada madrugada con el corazón encogido y preguntándome qué podría hacer para tratar de aliviar ese dolor. Por supuesto, no he hecho nada, ya que si no vamos a ser merecedores del mayor respeto a nuestra intimidad en lo más profundo de nuestra pena, ¿dónde ibamos a serlo?

Hace unos días me encontraba en casa dejando correr el tiempo, dedicado a quién sabe que actividad insustancial, cuando oí el timbre de mi puerta. Abrí, y ante mí apareció la finlandesa sujetando con dos dedos un CD. Tras intentar decirme algo en un español inexistente, y al animarla a que probase con otro idioma, me dijo en inglés algo así como "tengo esta película, no tengo reproductor de DVD, ¿la podemos ver en tu casa?". Yo, poseedor de un instinto que tiende a rozar toda suerte de sociopatías, me sorprendí, y cómo, al oír abandonar mi garganta un "vale". Así que le hice entrar, abrí una botella de vino, saqué dos vasos, y en no más de tres minutos y sin apenas mediar palabra ya estábamos viendo aquella película, una exquisitez llamada "May".

El visionado se desarrolló con su cabeza apoyada en un cojín que colocó a su vez, sin pedir permiso, sobre mi hombro derecho. De hecho, mientras duró la película no llegamos a cruzar más de cuatro palabras. Hubiera llegado a pensar que estaba sólo, y que aquella presencia era tan sólo imaginaria, si no fuese porque cada cierto tiempo ella se sobresaltaba en un intenso escalofrío, y entonces apoyaba la cabeza con más fuerza contra el cojín, contra mi hombro, se contraía presa de un frío repentino, y suspiraba. Al acabar la película me miró a los ojos de forma muy directa, sonrió abiertamente, se levantó, y esperó sin hacer el menor gesto a que sacase el DVD del reproductor. Entonces lo cogió con dos dedos, de la misma forma que lo había traído, dijo algo que no llegué a entender, volvió a sonreir, y se fue.

Aquella noche tardé una eternidad en conciliar el sueño, desvelado por un sentimiento confuso, de ansiedad, de intranquilidad, un sentimiento que tan sólo fui capaz de descifrar en el mismo momento en que desapareció, en ese momento en el que supe con certeza que aquella noche, y por vez primera desde su llegada, mi vecina no lloraría.


Ilustración de Jonathan Viner.

martes, abril 11, 2006

No, no es posible, se ha averiado mi respuesta flexible

Si es que no puede ser. No se puede mantener un blog estando un día cocido, al siguiente con resaca, y así hasta el infinito. Para llevar esta empresa a buen puerto un cierto grado de disciplina es no sólo deseable, sino imprescindible. Y es que yo hoy tenía pensado dejarles un relatito afectado y sensibloso, de esos basados en un hecho casi real, una cosita pre-cio-sa que seguro les haría revolverse en un mohín, pero es que no hay manera, porque en este estado, medio moco, acentúo como el culo y entono de pena. Sí, también les podría hablar de lo más inmediato, del ayer, de lo dulces que son las alemanas que disfrutan de una beca Erasmus, de la pureza de sus miradas azules y el brío vergonzoso de sus labios. Pero casi que paso y mejor hago caso a lo que un amigo mío, quien mantenía un blog maravilloso ahora desgraciadamente clausurado, me dijo en cierta ocasión: "cuando no sepas lo que escribir, déjalo, no escribas nada, y cuelga la foto de una señorita estupenda". Así que ahí queda eso.

En fin, no puedo demorar más esta decisión: o el alcohol o el blog. Me voy abajo a tomarme una cerveza mientras lo pienso.

domingo, abril 09, 2006

V de Vegetativo

Ayer me encontraba espanzurrado en el sofá con el kit no-conozco-a-nadie al completo (el mando a distancia, la camiseta raída de Popol Vuh y las viejas Converse verdes; los que somos elegantes de verdad lo somos hasta en la intimidad), cuando oí que alguien llamaba a mi puerta. Tan apaciblemente recostado como estaba, saboreando un viejo vhs de "Shadows", la de Cassavetes, y a punto de entrar en babeo, pasé de levantarme a abrir. Ya se irá, me dije. Pero no se fue, sino que aporreó la puerta con violencia y a continuación en un alarido exclamó "sé que estás ahí, B, oigo la tele, o me abres o tiro la puerta". Era M, echa una furia. Cuando abrí, primero dedicó unas palabras a mis antepasados, luego me hizo saber que la próxima vez que dejase el teléfono descolgado me iba a quemar la casa, y al final me dijo que ya estaba bien de tonterías, que tenía que alegrar el careto y que nos íbamos al cine.

No me apetecía un carajo ir al cine, para qué nos vamos a engañar, pero con el genio que tiene M ni se me ocurrió llevarle la contraria. Así que al final decidimos ir a ver V for Vendetta, o mejor dicho, lo decidió ella, que dice que es fan del comic. Yo para lo de los comics siempre he sido un miope, pero también he de reconocer que la gente que los lee suele ser bastante más interesante que la media, así que supongo que mi reticencia es más cosa de algún tipo de desinserción sobrevenida desde la pubertad que un prejuicio ante el género como tal. No sé. V de Vendetta. La chica de la peli es Natalie Portman, que es una chavala que sí, que está muy rica, pero que a mí me da bastante miedo. No me parece mala actriz, de hecho me han gustado un par de cosas que ha hecho, y en "Garden State" sin ir más lejos incluso me resultó altamente abrazable. Pero en general, eso, que me da miedo. Su mirada, su gesto, no sé, tiene un algo diabólico e inhumano que me espanta. Si me preguntan, para mí que es una avanzadilla de los ultracuerpos que vienen a invadirnos, nacida no de un vientre materno sino de una lechuga gigante. Así que he de concluir que me alegro de que sea actriz y no Secretaria de Estado de los USA o Presidenta de la CNN.

Y esto hace que recuerde a una amiga que valoraba mucho lo bueno que servidor es calando a la gente. Esta muchacha a menudo me decía cosas como "tenías razón, no sé cómo no vi antes que era un cabronazo" o "tenías razón, le traté de forma injusta, sí que es buena gente". En fin, que es una pena que al final sea tan bueno adivinando de qué va la gente como engañándome a mí mismo acerca de esas mismas personas, como me pasó con ella.

sábado, abril 08, 2006

And we could dance, dance to the radio


En cierta ocasión caminaba ensimismado cuando de repente noté que un alguien me cogía del brazo y otro alguien me apuntaba con una cámara de televisión. Era una de estas entrevistas estúpidas en las que un tipo pretendidamente gracioso busca ridiculizar a transeuntes cogidos un poco al azar, y el entrevistador, el gracioso, era un tipo muy alto y muy feo al que he visto no hará mucho colaborando en un programa vespertino de Telecinco que presenta una mujer de pelo rubio rizado con más dientes que un tiburón. No sé si sabeis a quien me refiero. El caso es que el tipo éste me cogió del brazo, me puso un micrófono en la cara, y mientras una muchacha que llevaba unos cascos enormes y un cuaderno me animaba a que sonriese para seguirles el juego, cosa que no hice, el otro, el feo, me preguntaba: "si volvieras a nacer, ¿tú quién hubieras querido ser?". No lo pensé mucho, y dije: "a mí me hubiera gustado ser el cable del micro de Ian Curtis".

No, supongo que mi respuesta no saldría luego en antena, imagino que preferirían quedarse con la de aquellos que querían ser Paloma San Basilio, Popeye, Beckham o Julia Roberts. O con la respuesta de una señora que surgió tras de mí de la nada, agarró el micrófono, y entre carcajadas dijo "yo hubiera querido ser Carolina de Aragón (sí, no dijo Catalina, dijo Carolina), ¡porque los tenía bien puestos!".

jueves, abril 06, 2006

Yo un día dominaré el mundo. O no.

Si en algún momento de mi existencia disfrutase de la improbable oportunidad de estar sentado en ese sofá color crema en el que el presidente del gobierno recibe a las visitas, ese en el que rodeado de cámaras mantiene una distendida charla con sus huéspedes, no aprovecharía para preguntarle por sus hijos ni por su último viaje, no, sino que requeriría su opinión sobre las ventajas e inconvenientes del sexo anal, y le obligaría a confesar que sí, que él también se gira cuando se cruza con las adolescentes alumnas de un colegio de pago, de las de falda tableada y calcetín azul. El tiempo es caro, y no está para malgastarlo en menudencias.

La mediocridad parece condición indispensable para ostentar cargos directivos, se hable de un portero de finca o del dueño de una mercería, del regente de un estanco o del presidente del gobierno. La inopia, la miseria intelectual y el atontamiento resultan virtudes al parecer indispensables en aquellos que lideran o simplemente conducen grupos humanos, mientras inteligencia o brillantez quedan reducidas a insalvable rémora. Si hablamos de personalidades completas, y no digamos ya de las decididamente notables, los más llevan toda su vida escuchando frases del calibre de "le falta maldad para poder dirigir a tantas personas" o "le tomarían por el pito del sereno", mientras los menos, esos de los que se dice "sería un gran motivador" o "la gente le respeta por su trabajo, su trayectoria y su trato", esos son mirados con desconfianza por el gran gremio de merluzos directores de empresas, estados y comunidades de vecinos, temerosos de que a alguien se le pueda llegar a ocurrir que lucidez o visión sean valores apreciados para el correcto desempeño de tal tarea.

Así, mientras ese gremio, en admirable cohesión, sin haber necesitado federarse, se muestra unido por el resistente hilo que conforma su compartida imbecilidad, ¿qué hacemos los demás?: sesteamos temerosos, sopesamos pros y contras con desesperante parsimonia, planeamos sin un ápice de atrevimiento, esperamos en los soportales a que escampe mientras vemos a otros correr bajo la lluvia, o nos decimos "mañana será otro día" cuando eso nunca ocurre, porque mañana es siempre el mismo día. En definitiva, dejamos correr el tiempo, preguntándonos por qué no estamos en un sofá color crema hablando de nuestros hijos o de nuestro último viaje, mientras los demás, los incompetentes, los mediocres, los soplapollas, siempre unidos, se nos comen la merienda.

Señores, quítenme cuarenta puntos de cociente intelectual y dominaré el mundo. Aunque, qué coño, no sé a qué viene tanta pedantería cuando yo a los que de verdad he envidiado siempre es a los fontaneros.

Ilustración de Kris Lewis, vía neurastenia.