viernes, abril 14, 2006

El Cristo de los desamparados

No os lo vais a creer. Ayer iba caminando, sumido en mis superficialidades y descifrando íntimos avatares, cuando al detenerme en un semáforo y presa de un abatimiento psicoafectivo constaté que no me importaría en absoluto cambiarme por cualquiera de las personas que en ese momento se encontraban a mi alrededor. No digo cambiarme por alguien, sino por cualquiera: una abuela de seis nietos, un ebanista marroquí o un reponedor del Ikea, cualquiera. Sin conocer ni una sóla de sus realidades cotidianas, sin necesidad siquiera de verles. El asunto, que estareis conmigo en que ya de por sí es un tanto triste, alcanza lo preocupante si hablamos de alguien como yo, capaz de demostrar una vanidad y un egocentrismo que en ocasiones llegan a rozar lo cómico.

Lo que sucedió a continuación es, ya os digo que no os lo vais a creer, algo extraordinario, ya que de repente, y fruto de alguna pirueta cosmoemocional, me encontré extrapolado a una adolescente de unos catorce años situada al otro lado del semáforo, una chavala que contemplaba el escaparate de una tienda de ropa junto a una amiga. De repente pasé a habitar su cuerpo, y aunque mi mente seguía siendo mi mente lo era tan sólo de una forma vaga y menguante. Sí, de alguna manera yo aún seguía siendo yo, pero era a la vez aquella chica, y no pude, aunque lo intenté, reprimir el que de mi boca saliesen expresiones tan ajenas como "chachi que sí" o "no me jorobes, tía". Durante unos instantes yo fui ella, y disfruté sumergido en ansiedades y goces nuevos, nadando en un mar de obsesiones y anhelos inmaduros, asistiendo al nacimiento de ilusiones e inseguridades desconocidas.

Tan magnífica experiencia, aquel colapso astral único, no duró sin embargo gran cosa, apenas unos instantes, y sospecho que ello atiende a dos razones fundamentales: en primer lugar, a que comencé a echarme de menos, prisionero de un cierto temor a no volver a ser ya nunca yo mismo. Y en segundo lugar, a que pensé que si yo estaba allí era muy posible que ella estuviese aquí, y, claro, me agarró una intensísima sensación de pudor. Chachi que sí.


Fotografía de Chad Michael Ward, vía Erotismo Gráfico.
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