El chaval de la gorra verde, aquella mujer que camina sobre unos tacones infinitos, el repartidor del 20 minutos o tu primo el ingeniero agrónomo son gente que no posee habilidad especial alguna, personas que viven en el empeño de enarbolar la bandera de lo común. Nada que objetar, bien por ellos, más cerca que se encuentran de la felicidad. Y además son mayoría. Sin embargo, sí que existe un buen número de individuos, más de los que cabría pensar, que disfrutan de alguna destreza que les diferencia del resto. Habilidades de las más diversas naturalezas, que van de lo decisivo a lo intrascendente y de lo espectacular a lo íntimo.
Tengo un amigo, un buen amigo, que traza dibujos capaces de encojerte el alma, una pericia que le ha reportado un hogar bien amplio, jugosas vacaciones y un buen puñado de admiradores. Por otra parte, tengo una amiga que es capaz de hacer un movimiento con la garganta, una especie de serpenteo de sincronización exquisita, con la que consigue precipitarte a la más absoluta de las locuras. No ha querido dedicarse a sacarle partido de forma profesional, así que su beneficio se circunscribe al ámbito de lo privado. Mucho mejor. También conozco a alguien capaz de insinuar los primeros compases de la marsellesa a partir de una ventosidad. No, evidentemente tampoco le ha sacado ningún partido económico, aunque cosas más raras se han visto, pero sí que tiene en ello un buen recurso que utilizar en veladas de tedio, ante las audiencias adecuadas. Y tengo una amiga, una buena amiga, que cuando asiste a una reunión, ya sea ésta profesional o de amigos, y tras contemplar cómo los demás se pisan el verbo, elevan la voz, discuten, lo normal, vaya, entonces toma la palabra - jamás eleva el tono de su voz - y los demás callan y atienden, presa de un embrujo inexplicable. Le va bien en la vida, le va muy bien, y además se lo merece, tanto por lo que en ella hay de extraordinario como por lo que hay de común.
¿Y yo? Yo también tengo una habilidad, de las del género friki, que es la de ser capaz de reproducir a la perfección un texto de un tamaño considerable, signos de puntuación incluídos, tras una sóla lectura, tras una sóla pasada. Algo a lo que en su momento saqué buenos réditos, ya que aplicado a determinados campos demostraba ser de gran utilidad, pero que ahora tan sólo me sirve para paliar entretantos memorizando prospectos, lo que tampoco viene del todo mal. Y luego tengo otra habilidad, la de ser capaz de, aún conviviendo junto a otra persona, aún compartiendo lecho, sofá y cubiertos, seguir viviendo sólo, agarrado a las mismas imposturas y renegando de las mismas rutinas, capaz de permanecer en soledad aún viviendo emparejado. Pero eso no me lo tengan en cuenta para el tema en cuestión, que todavía está por decidir si es don o maldición.
lunes, marzo 19, 2007
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