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Así que emocionado me he lanzado a escribir mi primera carta, pensando en hablarle de las fiestas que se avecinan o de esa morena de mirada díscola y estupenda borrachera que hace unos días y en medio de una sesión de electro minimal abarrotada se acercó y me dijo una barbaridad. Pero en cambio he acabado dibujando, a trazos impares, todo muy amateur, a un señor calvo y gordo previsiblemente cántabro, de gesto confiado y dedos infantiles, de los de traje cruzado a cuadros, zapato blanco y pajarita a juego, o no. Bajo el dibujo he elaborado una pequeña glosa del personaje, alguien que, se me ha ocurrido, adora asistir como público en plató de su talk-show matinal favorito, que desayuna cada mañana café con leche y dos porras, y que ha desarrollado un gusto desmedido por las mandos a distancia universales, los empanados con ajo y perejil y la lencería de color carne y refuerzos laterales. Por detrás -hermanos, recuperemos de una vez la escritura a dos caras- he rellenado un par de párrafos hablando de aquella noche en la que este señor, embadurnado de cremas faciales y entregado frente a un espejo de cuerpo entero a su habitual sesión sabatina de travestismo, contempla horrorizado el explosionar del suelo de su pasillo, por un reventón en la caldera de gas de su vecino de abajo, una explosión que obliga a evacuar a los vecinos del inmueble. Y de cómo, tocado con una bata de satén y calzando zapatos de tacón, presa de dos shocks paralelos, el de ver estallar su hogar y el de saberse descubierto en lo más íntimo, se dedica a tratar de convencer a sus vecinos, la voz impostada, de que él no es él sino su hermana gemela que ha venido a cuidarle la casa. Lo cual supone un esfuerzo enternecedor aunque vano, dado que la onda expansiva se ha llevado por delante no sólo buena parte de su recién colocada tarima flotante color roble country sino también, aunque él aún tardará unos minutos en darse cuenta, su peluca pelirroja rizada.
He cerrado el sobre, de los par avion con ribetes rojos y azules, que aunque no se lo crean aún se siguen fabricando, y nada más introducirlo en el buzón de la esquina he pensado que cualquiera que abriese esa carta fácilmente podría pensar que el que la ha escrito va puesto hasta las trancas. Suerte que Laura me haya conocido en circunstancias mucho peores. Mucho, pero que mucho peores. Y yo a ella. A ver qué tal el biquini, que me aseguran está causando furor.
Fotografía de Burke Heffner.