He pasado por el Rodilla y he comprado unos sandwiches. La dependienta, como siempre, ha respondido a mi "hasta luego" con un "a tí". He subido a casa, y tras abrir la puerta he gritado "traigo sandwiches!". Nadie ha respondido. He llegado hasta el salón y allí estaba
Diana, con el mando a distancia en la mano, los pies encima de la mesa y una sonrisa burlona en la cara. Llevaba sus sandalias de Prada, esas que, dice, son para las grandes ocasiones, junto a una falda de vuelo marrón y esa camiseta negra sin mangas con la
peachesiana leyenda "Fuck the pain away" que, lo sabe bien, tanto me gusta.
¿Pasa algo?, he preguntado.
No, nada, estoy viendo la tele, ha respondido, sin mirarme y sin abandonar el gesto burlón. Lo que veía era un capítulo viejo de "Al salir de clase". Sabe perfectamente que hay que tener mucho valor para ponerse a ver una serie como esa en mi televisor.
¿Pasa algo?, he repetido.
Que no, nada, ha contestado de nuevo. He cogido el portátil, me he sentado a su lado, y he comenzado a escribir cosas por suerte no tan lamentables como ese perezoso ejercicio de estilo titulado "Pernada" con el que insulté sus inteligencias ayer. De cuando en cuando le echaba un vistazo a Diana y ella, sin apartar la vista del televisor, sin bajar los pies de la mesa, volvía a sonreir. Por fin, y cuando estaba a punto de explotar en un "¿pero me quieres decir qué coño pasa aquí?", me ha dicho, muy despacio, vocalizando con saña:
por cierto, ¿has escuchado ya tus mensajes?. He respondido que no, y he empezado a sudar. Un 3 verde se reflejaba en el diminuto display negro del contestador. He apretado el botón azul. El primer mensaje era de
Eva que decía "niño, mañana no puedo quedar porque voy a asesinar a tu cuñado esta noche y, claro, mañana tendré que ir al campo a enterrarlo, ¿nos vemos el sábado?. Llámame". Ha sonado el bip. El segundo mensaje era de una operaria de amena, queriendo vender no se qué plan a alguien llamado Angustias. De nuevo el bip. El último mensaje era de
Laura. Diana se ha tapado la boca, ahogando una carcajada, mientras comenzaba el mensaje: "B, mamón, hace tiempo que no me llamas, ¿qué te parece si me paso el sábado por tu casa y montamos una fiesta frutícola? Yo pongo los melones y la papaya, y tú pones el plátano. Verás qué macedonia tan...". Sin dejarlo acabar he apretado el botón de borrar mensajes. He recogido el portátil. Me he metido en la habitación. He abierto de nuevo el portátil. He comenzado a escribir:
He pasado por el Rodilla y he comprado unos sandwiches. La dependienta, como siempre...
Fotografía de Erwin Bosman, vía Aliciante.