Que no, que no hay ningún misterio. Yo soy ese que queda con un amigo para al día siguiente ir a montar en bici (¡no te preocupes, yo te dejo una!), y excitado por la perspectiva de ocio diurno y vida sana se acerca al Corte Inglés y se compra unas nike con tecnología de ajuste perfecto, y unos pantalones de costuras ergonómicas y un porciento de elastán, y un chubasquero fino y elegante, y ya de paso una camiseta a juego, porque uno es como es, y luego sale a tomarse una copa y se lía y al día siguiente despierta a cuarenta kilómetros, y tiene que cancelar el paseo. Ese. Ese soy yo. Y no hay más. De ahí que no entienda esa obsesión de algunos por adjudicarme una suerte de emocionalidad opaca y retorcida. No conciben el que la gran mayoría de cosas de esta vida me importen una mierda, no, lo que sucede es que no exteriorizo mis sentimientos. Por eso cuando cometo el error de, confundido por una resaca peculiar, enseñar a quien no debo la pena que no debo, estoy perdido. "¡Eh, qué os dije, ahí lo teneis!", dicen. Y ya no me dejan en paz. Yo escabulléndome soy realmente bueno, pero mi hermana juega sucio. Me dice "tu sobrina está triste porque no le enseñas a tocar villancicos", y allá que voy. Y me llama por teléfono y me pregunta dónde estoy y me pilla desprevenido y le digo que estoy en casa y dice "¡a-há!, pues yo estoy en la cafetería de enfrente, subo". Juega muy sucio. Y yo sé que en lo que hace hay un genuino cariño, cosa que me enternece, pero también sé que está esa manía de los casados de al mismo tiempo exagerar su calma y tu zozobra, de respirar por tus heridas, de convencerse de la conveniencia de su estabilidad a partir de tus vaivenes.
En fin. Qué se le va a hacer. Se acaba el año, a la mierda Diciembre ya. ¿Son ustedes de los que hacen propósitos de año nuevo? Yo creo que este año haré dos. En primer lugar, el de pasar más tiempo despierto, y no en el sentido de dormir menos sino en el de pasar menos tiempo dormido. Y en segundo lugar, el de quedarme calvo. Y no por herencia genética sino por justicia poética. Y porque querer es poder.
martes, diciembre 30, 2008
lunes, diciembre 22, 2008
I can't remember my own name but I do remember yours
En la cama con la farmacéutica lamento el que un inorportuno tirón en la planta del pie (me sucede a menudo que hago así y se me encasquilla la planta del pie, no sé qué coño me pasa) me esté hurtando el pleno disfrute de la fabulosa melancolía que sucede a los fuegos artificiales, momento de extrema lucidez y escenario de las más grandes decisiones. Mi acompañante, sin embargo, parece tener melancolía para los dos, y por ello agarra con fuerza mi brazo y comienza a decir "si supieras lo bi-bi-bi...", pero no es capaz de terminar la frase porque se pone a llorar. A cántaros. Me llora un río. Al principio trato de consolarla y qué te pasa y venga no llores, pero enseguida alcanza aquello tal dimensión que me veo obligado a traer un par de cubos y empezar a achicar agua.
Mientras lleno cubos pienso en lo peculiar que soy para según qué cosas. Toda la gente que conozco cuando llega a una fiesta se fija en primer lugar en los ejemplares más bellos y a continuación en los más felices. Los estados de ánimo como bálsamo. Yo, en cambio, cuando llego a una fiesta me fijo en primer lugar en los ejemplares más bellos, y a continuación en los náufragos. La felicidad me resbala, prefiero el desamparo del náufrago. Adoro su compañía, y tanto da si fueron rescatados en helicóptero o si acabaron en una playa dónde-estoy, si les atrapó el temporal en un crucero o si hundieron el barco a propósito para cobrar el seguro. Me seduce su mirada tormentosa, la calma chicha de sus maneras, la debacle en cada gesto, la duda, el futuro, el ahora qué, el Dios mío ahora qué. Y no hablo de sexo, para nada. De hecho el sexo con náufragos es siempre un desastre, un caos compuesto de mil dudas de quinceañeros y demasiadas cosas que demostrar. Un absoluto desastre.
Al cabo de unos minutos la farmacéutica deja al fin de llorar, y resopla y me mira avergonzada y sonríe y se disculpa.
- Lo siento, no sé qué me ha pasado.
- No te precoupes.
Pienso que la culpa quizás la tenga el calzado que uso, que me hace apoyar mal el pie o algo.
- En serio, lo siento mucho, ahora pensarás que soy idiota.
- No te preocupes.
O quizás es la consecuencia de que apenas haga ejercicio. Sí, seguro que es eso. Que te siente bien un pantalón no quiere decir que estés en forma.
Mientras lleno cubos pienso en lo peculiar que soy para según qué cosas. Toda la gente que conozco cuando llega a una fiesta se fija en primer lugar en los ejemplares más bellos y a continuación en los más felices. Los estados de ánimo como bálsamo. Yo, en cambio, cuando llego a una fiesta me fijo en primer lugar en los ejemplares más bellos, y a continuación en los náufragos. La felicidad me resbala, prefiero el desamparo del náufrago. Adoro su compañía, y tanto da si fueron rescatados en helicóptero o si acabaron en una playa dónde-estoy, si les atrapó el temporal en un crucero o si hundieron el barco a propósito para cobrar el seguro. Me seduce su mirada tormentosa, la calma chicha de sus maneras, la debacle en cada gesto, la duda, el futuro, el ahora qué, el Dios mío ahora qué. Y no hablo de sexo, para nada. De hecho el sexo con náufragos es siempre un desastre, un caos compuesto de mil dudas de quinceañeros y demasiadas cosas que demostrar. Un absoluto desastre.
Al cabo de unos minutos la farmacéutica deja al fin de llorar, y resopla y me mira avergonzada y sonríe y se disculpa.
- Lo siento, no sé qué me ha pasado.
- No te precoupes.
Pienso que la culpa quizás la tenga el calzado que uso, que me hace apoyar mal el pie o algo.
- En serio, lo siento mucho, ahora pensarás que soy idiota.
- No te preocupes.
O quizás es la consecuencia de que apenas haga ejercicio. Sí, seguro que es eso. Que te siente bien un pantalón no quiere decir que estés en forma.
miércoles, diciembre 10, 2008
Sin quererlo, lentamente, como todas las cosas de la vida
- Mañana vienes a comer a casa.
Mi hermana nunca te pregunta si puedes, si te apetece o si tienes otros planes. Eva tan sólo te dice mañana vienes, y mañana vas. La excusa esta vez es la de decidir dónde vamos a cenar en estas fechas tan señaladas y hablar de los regalos de los niños, pero en realidad lo que quiere es atarme en corto, y por eso a continuación me hace una serie de preguntas que pudieran parecer protocolarias pero que procedentes de alguien que se dedica a excavar en la cabeza de los demás no lo son tanto. Así que respondo con evasivas y digo mañana nos vemos y cuelgo.
Enseguida vuelve a sonar el teléfono, y pienso que será otra vez Eva, quizás haya olvidado decirme algo, pero no es Eva sino JM que me recuerda que he quedado en acompañarle a una fiesta de no sé qué, la cual me anuncia repleta de niños de papá, profesionales liberales, trepas y barra libre. Lo había olvidado, y mi primer impulso es el de inventarme una excusa para no ir, pero estos días no ando muy bien de reflejos, así que no se me ocurre nada y quedamos a eso de las nueve.
En el bar en el que se celebra la fiesta las barras son de metacrilato y la decoración abunda en tonos fríos. Hablamos con unos, bebemos, hablamos con otros y bebemos. Todas las personas me parecen la misma y las conversaciones resultan poco exigentes. Finalmente, cuando la fiesta se acaba, alguien habla de una casa en la que podemos seguir, y allá vamos, a una casa enorme en la que todos parecen compartir un significativo grado de euforia.
Despierto pasadas las doce de la mañana en un sofá. A mi lado hay otras dos personas, pero afortunadamente todos estamos vestidos. Me duele bastante la cabeza, lo que considero una excelente noticia, pues no se tiene resaca cuando aún se está borracho. Trazo un plan de emergencia bien sencillo: me lavaré un poco, iré a una farmacia a comprar analgésicos, luego a comer con mi hermana, aguantaré unas horas como pueda, y finalmente iré a casa a dormir veinte horas seguidas. Me apresto a poner el plan en marcha y me incorporo. Unos metros más allá veo a JM que charla con una morena que no parece hacerle el menor caso. Me acerco para decirle que ya va siendo hora de irnos, pero en cambio lo que sale de mi boca es:
- Dale lo que quieras, pero no olvides que siempre hay que guardarse algo.
No sé por qué he dicho eso. No tiene sentido. JM me mira como si no me conociese, y la morena levanta la mano para dar su opinión al respecto, pero finalmente no dice nada. Entonces veo al anfitrión de la fiesta y me acerco para preguntarle dónde está el baño. Pero lo que sale de mi boca esta vez es:
- E incluso en los días más lluviosos no ves otra cosa que fogonazos de color.
El anfitrión se ríe, y yo también, pero en realidad comienzo a preocuparme. ¿A qué viene todo esto? Cuando finalmente encuentro el baño paso unos minutos mirándome al espejo, intentando coordinar lo que quiero decir con lo que digo. Pero no hay manera. Pienso "cepillo de dientes" y digo "Praga". Pienso "teléfono" y digo "idiota". Estoy a punto de sufrir un ataque de pánico. ¿Qué pasa si se me ha roto algo por dentro? ¿Qué pasa si ya nunca más soy capaz de controlar las cosas que digo?
Lo primero que hago es plantearme el faltar a la cita con Eva, pero desestimo esa opción pues sé que ese es un cartucho que necesitaré utilizar más adelante. Así que respiro profundamente, me tranquilizo, me lavo un poco y abandono la enorme casa. Será un efecto secundario de la borrachera, igual sí que es posible tener resaca y estar borracho a la vez, pero en cuanto me de el aire se me pasará, ya verás. Subo al metro y en él decido las que habrán de ser mis primeras palabras al encontrarme con Eva. Me diga lo que me diga yo le responderé con un "¿qué tal todo?". Eso es, sólo tres palabras, es sencillo, sólo tengo que concentrarme. Y parada tras parada bloqueo cualquier otro pensamiento. No pienso en lo que pasó ayer, la fiesta, el sofá, no pienso en lo que pasará mañana, sólo pienso en mis tres palabras. Qué. Tal. Todo. Me diga lo que me diga. Luego todo irá mejor.
Llego a mi parada, camino un par de manzanas y finalmente llego a casa de mi hermana. Llamo al timbre. (Qué-tal-todo, qué-tal-todo). Eva abre y me mira con gesto de evidente preocupación.
- Chico, qué mala cara traes.
- Eva, no te imaginas cuánto la echo de menos.
Mi hermana nunca te pregunta si puedes, si te apetece o si tienes otros planes. Eva tan sólo te dice mañana vienes, y mañana vas. La excusa esta vez es la de decidir dónde vamos a cenar en estas fechas tan señaladas y hablar de los regalos de los niños, pero en realidad lo que quiere es atarme en corto, y por eso a continuación me hace una serie de preguntas que pudieran parecer protocolarias pero que procedentes de alguien que se dedica a excavar en la cabeza de los demás no lo son tanto. Así que respondo con evasivas y digo mañana nos vemos y cuelgo.
Enseguida vuelve a sonar el teléfono, y pienso que será otra vez Eva, quizás haya olvidado decirme algo, pero no es Eva sino JM que me recuerda que he quedado en acompañarle a una fiesta de no sé qué, la cual me anuncia repleta de niños de papá, profesionales liberales, trepas y barra libre. Lo había olvidado, y mi primer impulso es el de inventarme una excusa para no ir, pero estos días no ando muy bien de reflejos, así que no se me ocurre nada y quedamos a eso de las nueve.
En el bar en el que se celebra la fiesta las barras son de metacrilato y la decoración abunda en tonos fríos. Hablamos con unos, bebemos, hablamos con otros y bebemos. Todas las personas me parecen la misma y las conversaciones resultan poco exigentes. Finalmente, cuando la fiesta se acaba, alguien habla de una casa en la que podemos seguir, y allá vamos, a una casa enorme en la que todos parecen compartir un significativo grado de euforia.
Despierto pasadas las doce de la mañana en un sofá. A mi lado hay otras dos personas, pero afortunadamente todos estamos vestidos. Me duele bastante la cabeza, lo que considero una excelente noticia, pues no se tiene resaca cuando aún se está borracho. Trazo un plan de emergencia bien sencillo: me lavaré un poco, iré a una farmacia a comprar analgésicos, luego a comer con mi hermana, aguantaré unas horas como pueda, y finalmente iré a casa a dormir veinte horas seguidas. Me apresto a poner el plan en marcha y me incorporo. Unos metros más allá veo a JM que charla con una morena que no parece hacerle el menor caso. Me acerco para decirle que ya va siendo hora de irnos, pero en cambio lo que sale de mi boca es:
- Dale lo que quieras, pero no olvides que siempre hay que guardarse algo.
No sé por qué he dicho eso. No tiene sentido. JM me mira como si no me conociese, y la morena levanta la mano para dar su opinión al respecto, pero finalmente no dice nada. Entonces veo al anfitrión de la fiesta y me acerco para preguntarle dónde está el baño. Pero lo que sale de mi boca esta vez es:
- E incluso en los días más lluviosos no ves otra cosa que fogonazos de color.
El anfitrión se ríe, y yo también, pero en realidad comienzo a preocuparme. ¿A qué viene todo esto? Cuando finalmente encuentro el baño paso unos minutos mirándome al espejo, intentando coordinar lo que quiero decir con lo que digo. Pero no hay manera. Pienso "cepillo de dientes" y digo "Praga". Pienso "teléfono" y digo "idiota". Estoy a punto de sufrir un ataque de pánico. ¿Qué pasa si se me ha roto algo por dentro? ¿Qué pasa si ya nunca más soy capaz de controlar las cosas que digo?
Lo primero que hago es plantearme el faltar a la cita con Eva, pero desestimo esa opción pues sé que ese es un cartucho que necesitaré utilizar más adelante. Así que respiro profundamente, me tranquilizo, me lavo un poco y abandono la enorme casa. Será un efecto secundario de la borrachera, igual sí que es posible tener resaca y estar borracho a la vez, pero en cuanto me de el aire se me pasará, ya verás. Subo al metro y en él decido las que habrán de ser mis primeras palabras al encontrarme con Eva. Me diga lo que me diga yo le responderé con un "¿qué tal todo?". Eso es, sólo tres palabras, es sencillo, sólo tengo que concentrarme. Y parada tras parada bloqueo cualquier otro pensamiento. No pienso en lo que pasó ayer, la fiesta, el sofá, no pienso en lo que pasará mañana, sólo pienso en mis tres palabras. Qué. Tal. Todo. Me diga lo que me diga. Luego todo irá mejor.
Llego a mi parada, camino un par de manzanas y finalmente llego a casa de mi hermana. Llamo al timbre. (Qué-tal-todo, qué-tal-todo). Eva abre y me mira con gesto de evidente preocupación.
- Chico, qué mala cara traes.
- Eva, no te imaginas cuánto la echo de menos.
miércoles, diciembre 03, 2008
Otra vez Diciembre
Cuando salgo de casa me llega a través de la puerta de mi vecina el sonido de una canción de Ladyhawke, y me pregunto si tendré algo que ver. Al prestar más atención distingo otra cosa: está cantando. "Hey!, you're playing with my delirium". A gritos, un horror. Imagino la escena: mi vecina en bragas, enfrascada en una danza destartalada y miope, los brazos en alto y las gafas encima de la mesa. Si en vez de estar saliendo de casa estuviese entrando a continuación me desbastaría imaginando una puerta que cae de una patada y una ración de sexo animal enmarcada en un sofá de Ikea. Pero no entro, sino que salgo, así que no imagino nada. He quedado con Laura y como siempre llegaré diez minutos tarde, consciente de que su retraso será de no menos de quince. Y, efectivamente, cuando llego a la cafetería me da tiempo a sentarme y tomar un café. Al rato llega Laura y un tipo que viste chaleco de una empresa de mensajería le abre la puerta y al pasar le dice algo así como "adelante, cuerpo", a lo que Laura responde con un escueto "cállate, baboso". Llega a mi mesa, me da dos besos, se sienta y comienza a quejarse. Dice "los piropos ya no son como los de antes", dice "ahora sois todos unos cerdos", y aquello me resulta tan obsceno como oír a una marquesa quejándose del servicio, así que dispuesto a molestar le digo que mi piropo favorito es ese que dice "tienes los ojos tan bonitos que te comería todo el coño". Pero Laura no se molesta, tan sólo cambia de tema y, amable, me pregunta qué tal me va todo. Le pregunto qué es exactamente lo que quiere, y se hace la ofendida y me dice que soy un asqueroso y que por qué iba a ser necesaria una razón para que dos buenos amigos se vean y charlen y tomen algo juntos. Y acto seguido me dice que tiene que pedirme un favor. Me cuenta algo de una entrega de premios y doscientos invitados y un discurso, y mientras estoy en la cafetería vivo en la ilusión de que lo tengo todo bajo control, de que nada se me escapa, y por eso no es hasta que ella se va que me doy cuenta de que me ha liado y he aceptado hacer algo que no quiero hacer. Y pienso que es un asco tener puntos débiles tan vulgares y evidentes, ser carne de cañon. Cuando vuelvo a casa ya no hay música, sólo hay frío. Llego medio congelado, así que me preparo un té y pienso que en alguna parte debo tener unos guantes. Rebusco en un cajón, y es entonces cuando me topo con una fotografía que por un momento creo que es suya, y el corazón me da un vuelco, y luego no es suya que es de un familiar, pero ya da igual, ya se ha roto, y hago dos llamadas, y vuelvo a salir de casa, y me voy a un bar y me bebo la mitad, y cuento tres diosas y no menos de veinte brujas, una proporción desastrosa, y más tarde un tipo con muy malas pulgas me amenaza de muerte, y acabo jugando al futbolín con alguien que hace dos días era una persona y hoy es tan sólo un actor famoso, otro más. Y hecho una mierda vuelvo a casa, me tumbo en la cama, fijo la vista en el techo y resoplo. Otra vez Diciembre. Allá vamos.
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