- Mañana vienes a comer a casa.
Mi hermana nunca te pregunta si puedes, si te apetece o si tienes otros planes. Eva tan sólo te dice mañana vienes, y mañana vas. La excusa esta vez es la de decidir dónde vamos a cenar en estas fechas tan señaladas y hablar de los regalos de los niños, pero en realidad lo que quiere es atarme en corto, y por eso a continuación me hace una serie de preguntas que pudieran parecer protocolarias pero que procedentes de alguien que se dedica a excavar en la cabeza de los demás no lo son tanto. Así que respondo con evasivas y digo mañana nos vemos y cuelgo.
Enseguida vuelve a sonar el teléfono, y pienso que será otra vez Eva, quizás haya olvidado decirme algo, pero no es Eva sino JM que me recuerda que he quedado en acompañarle a una fiesta de no sé qué, la cual me anuncia repleta de niños de papá, profesionales liberales, trepas y barra libre. Lo había olvidado, y mi primer impulso es el de inventarme una excusa para no ir, pero estos días no ando muy bien de reflejos, así que no se me ocurre nada y quedamos a eso de las nueve.
En el bar en el que se celebra la fiesta las barras son de metacrilato y la decoración abunda en tonos fríos. Hablamos con unos, bebemos, hablamos con otros y bebemos. Todas las personas me parecen la misma y las conversaciones resultan poco exigentes. Finalmente, cuando la fiesta se acaba, alguien habla de una casa en la que podemos seguir, y allá vamos, a una casa enorme en la que todos parecen compartir un significativo grado de euforia.
Despierto pasadas las doce de la mañana en un sofá. A mi lado hay otras dos personas, pero afortunadamente todos estamos vestidos. Me duele bastante la cabeza, lo que considero una excelente noticia, pues no se tiene resaca cuando aún se está borracho. Trazo un plan de emergencia bien sencillo: me lavaré un poco, iré a una farmacia a comprar analgésicos, luego a comer con mi hermana, aguantaré unas horas como pueda, y finalmente iré a casa a dormir veinte horas seguidas. Me apresto a poner el plan en marcha y me incorporo. Unos metros más allá veo a JM que charla con una morena que no parece hacerle el menor caso. Me acerco para decirle que ya va siendo hora de irnos, pero en cambio lo que sale de mi boca es:
- Dale lo que quieras, pero no olvides que siempre hay que guardarse algo.
No sé por qué he dicho eso. No tiene sentido. JM me mira como si no me conociese, y la morena levanta la mano para dar su opinión al respecto, pero finalmente no dice nada. Entonces veo al anfitrión de la fiesta y me acerco para preguntarle dónde está el baño. Pero lo que sale de mi boca esta vez es:
- E incluso en los días más lluviosos no ves otra cosa que fogonazos de color.
El anfitrión se ríe, y yo también, pero en realidad comienzo a preocuparme. ¿A qué viene todo esto? Cuando finalmente encuentro el baño paso unos minutos mirándome al espejo, intentando coordinar lo que quiero decir con lo que digo. Pero no hay manera. Pienso "cepillo de dientes" y digo "Praga". Pienso "teléfono" y digo "idiota". Estoy a punto de sufrir un ataque de pánico. ¿Qué pasa si se me ha roto algo por dentro? ¿Qué pasa si ya nunca más soy capaz de controlar las cosas que digo?
Lo primero que hago es plantearme el faltar a la cita con Eva, pero desestimo esa opción pues sé que ese es un cartucho que necesitaré utilizar más adelante. Así que respiro profundamente, me tranquilizo, me lavo un poco y abandono la enorme casa. Será un efecto secundario de la borrachera, igual sí que es posible tener resaca y estar borracho a la vez, pero en cuanto me de el aire se me pasará, ya verás. Subo al metro y en él decido las que habrán de ser mis primeras palabras al encontrarme con Eva. Me diga lo que me diga yo le responderé con un "¿qué tal todo?". Eso es, sólo tres palabras, es sencillo, sólo tengo que concentrarme. Y parada tras parada bloqueo cualquier otro pensamiento. No pienso en lo que pasó ayer, la fiesta, el sofá, no pienso en lo que pasará mañana, sólo pienso en mis tres palabras. Qué. Tal. Todo. Me diga lo que me diga. Luego todo irá mejor.
Llego a mi parada, camino un par de manzanas y finalmente llego a casa de mi hermana. Llamo al timbre. (Qué-tal-todo, qué-tal-todo). Eva abre y me mira con gesto de evidente preocupación.
- Chico, qué mala cara traes.
- Eva, no te imaginas cuánto la echo de menos.
miércoles, diciembre 10, 2008
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