miércoles, diciembre 03, 2008
Otra vez Diciembre
Cuando salgo de casa me llega a través de la puerta de mi vecina el sonido de una canción de Ladyhawke, y me pregunto si tendré algo que ver. Al prestar más atención distingo otra cosa: está cantando. "Hey!, you're playing with my delirium". A gritos, un horror. Imagino la escena: mi vecina en bragas, enfrascada en una danza destartalada y miope, los brazos en alto y las gafas encima de la mesa. Si en vez de estar saliendo de casa estuviese entrando a continuación me desbastaría imaginando una puerta que cae de una patada y una ración de sexo animal enmarcada en un sofá de Ikea. Pero no entro, sino que salgo, así que no imagino nada. He quedado con Laura y como siempre llegaré diez minutos tarde, consciente de que su retraso será de no menos de quince. Y, efectivamente, cuando llego a la cafetería me da tiempo a sentarme y tomar un café. Al rato llega Laura y un tipo que viste chaleco de una empresa de mensajería le abre la puerta y al pasar le dice algo así como "adelante, cuerpo", a lo que Laura responde con un escueto "cállate, baboso". Llega a mi mesa, me da dos besos, se sienta y comienza a quejarse. Dice "los piropos ya no son como los de antes", dice "ahora sois todos unos cerdos", y aquello me resulta tan obsceno como oír a una marquesa quejándose del servicio, así que dispuesto a molestar le digo que mi piropo favorito es ese que dice "tienes los ojos tan bonitos que te comería todo el coño". Pero Laura no se molesta, tan sólo cambia de tema y, amable, me pregunta qué tal me va todo. Le pregunto qué es exactamente lo que quiere, y se hace la ofendida y me dice que soy un asqueroso y que por qué iba a ser necesaria una razón para que dos buenos amigos se vean y charlen y tomen algo juntos. Y acto seguido me dice que tiene que pedirme un favor. Me cuenta algo de una entrega de premios y doscientos invitados y un discurso, y mientras estoy en la cafetería vivo en la ilusión de que lo tengo todo bajo control, de que nada se me escapa, y por eso no es hasta que ella se va que me doy cuenta de que me ha liado y he aceptado hacer algo que no quiero hacer. Y pienso que es un asco tener puntos débiles tan vulgares y evidentes, ser carne de cañon. Cuando vuelvo a casa ya no hay música, sólo hay frío. Llego medio congelado, así que me preparo un té y pienso que en alguna parte debo tener unos guantes. Rebusco en un cajón, y es entonces cuando me topo con una fotografía que por un momento creo que es suya, y el corazón me da un vuelco, y luego no es suya que es de un familiar, pero ya da igual, ya se ha roto, y hago dos llamadas, y vuelvo a salir de casa, y me voy a un bar y me bebo la mitad, y cuento tres diosas y no menos de veinte brujas, una proporción desastrosa, y más tarde un tipo con muy malas pulgas me amenaza de muerte, y acabo jugando al futbolín con alguien que hace dos días era una persona y hoy es tan sólo un actor famoso, otro más. Y hecho una mierda vuelvo a casa, me tumbo en la cama, fijo la vista en el techo y resoplo. Otra vez Diciembre. Allá vamos.
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