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... ya nos perjudicará bastante nuestra originalidad. Debemos hasta intentar disimularla. Es posible no hablar de literatura.
Y entonces he comenzado a sentirme mal. Y no digo mal de me duele un poco la cabeza, digo mal de sentir un frío espantoso, mal de estar al borde del espasmo, mal de sudores intensos y amagos de taquicardia. Fatal. He dejado el libro en la mesa y he quitado el disco. Mal, fatal. Así que he cogido los cuadros que antes había descolgado y los he vuelto a poner en su sitio. Y luego he entrado en mi habitación y he vuelto a poner las sábanas negras. Lo del pelo ya no hay quien lo arregle. Luego he quedado con estos y mis amigos han hecho mofa y me han pasado así la mano, y mis amigas han dicho que me queda bien, en fin, lo de siempre. Y al volver a casa he sentido una ligera brisa de costado y entonces he movido la cabeza como para apartarme el pelo de la cara, en un gesto adquirido e inútil, un gesto que en su día tuvo sentido pero que ya no lo tiene, un gesto que me ha parecido la adecuada metáfora de casi todo.